Con el trasfondo de la crisis económica en Europa, una débil recuperación en Estados Unidos, y, sobre todo, en medio de las sanciones a Rusia -que vuelcan a este país a comerciar con Asia-, un fracaso de estas negociaciones podría implicar que Europa se quede sin su único socio comercial.

La principal discusión no se centra en la remoción de las barreras reguladoras entre ambos bloques, que en promedio son muy bajas (menos de 3%), sino en la necesidad de “armonizar” estándares aduaneros y sanitarios de manera que las empresas de ambos accedan a cada mercado más fácilmente.

Los europeos aspiran a que luego de tres años de negociación, sus empresas puedan tener acceso a los servicios financieros estadounidenses, algo a lo que Washington se ha resistido tenazmente, más aun en medio de una crisis de viabilidad de muchas de esas empresas del viejo continente.

Por su parte, Estados Unidos ve con buenos ojos el mercado europeo de 500 millones de consumidores de alimentos. Sin embargo, desde organizaciones de productores y desde diversas organizaciones no gubernamentales, así como de parte de voceros de los partidos verdes europeos, existe preocupación sobre la posibilidad de que el TTIP rebaje los estándares sanitarios de la producción de alimentos hasta el nivel vigente en Estados Unidos, algo que pone en peligro la capacidad de competir de la industria alimenticia europea.

La información que los promotores de ambos lados han difundido indica que los dos bloques, que son responsables de 60% del producto mundial, crearán un mercado de 820 millones de consumidores. Para ellos, el acuerdo agregaría medio punto porcentual en el crecimiento anual a las economías, liberaría el comercio mutuo y crearía nuevos empleos.

Convencete que podés

Los negociadores europeos han tratado de ganar el apoyo de aquellos que, según prevén, se van a beneficiar con el acuerdo. Entienden que las grandes empresas automotrices podrán, por esta vía, duplicar sus exportaciones y también les irá bien a las industrias farmacéuticas, de energía, de vestimenta y a las productoras de alimentos.

Según datos de la Comisión Europea, las inversiones estadounidenses en la UE son tres veces mayores que las de los países asiáticos y ocho veces más grandes que las inversiones de China e India sumadas.

Estiman además que un tercio del comercio entre ambas partes corresponde a comercio intrafirma, es decir, a compras y ventas entre filiales y casas matrices de grandes empresas. En los últimos años, el balance comercial ha sido favorable a la UE, aunque es más marcado en el comercio de bienes que en el de servicios.

Últimamente la extensión del escepticismo de los ciudadanos europeos tiene que ver con la falta de transparencia en las negociaciones, el temor a que el liderazgo político de Europa no alcance a negociar lo que buscaban, y la sensación de que tras 20 años de globalización, los beneficios no son tangibles.

La cooperación reglamentaria busca equiparar las leyes de ambos bloques para evitar dobles estándares y de esa manera abaratar los trámites de convalidación de un producto al otro lado del Atlántico, algo que los diputados de los partidos verdes europeos temen que termine en una rebaja de la calidad europea, más exigente en materia agraria.

Según un informe del Parlamento Europeo de 2014, citado por el diario español El País, con un TTIP como el que está planteado actualmente, las exportaciones de Estados Unidos a la UE se incrementarían 116%, mientras que en la otra dirección lo harían sólo 56%, lo que significa que los productores europeos deberán competir con nuevos -y más baratos- productos que llegan de Estados Unidos.

Quienes en Europa se oponen al TTIP piden la creación de un órgano que supervise la armonización de esa regulación de la producción para cada mercadería, órgano sobre el cual se discutirá en la próxima ronda. Pero estos opositores señalan que no sólo alcanza con crearlo sino que es necesario determinar quién va a controlar ese organismo, ya que por su capacidad de lobby las decisiones pueden seguir los intereses de las multinacionales, que son las que más se benefician del tratado.

Todo por un café

En medio de una crisis europea que pone a la necesidad de crear empleo como prioridad, un gran número de puestos de trabajo creados por el TTIP es su principal atractivo. La Comisión Europea ha dicho que el TTIP creará 1,3 millones de puestos de trabajo, algo que los detractores del acuerdo ponen en duda.

Según el diario español Público, Susan George, directora del Transnational Institute, un think-tank con sede en Ámsterdam, dijo que el crecimiento de 0,5% del Producto Interno Bruto anual equivaldrá “a una taza de café semanal por ciudadano en 2027, en el mejor de los casos”, mientras que Franziska Keller, vicepresidenta del grupo de Los Verdes europeos, piensa que “con el TTIP se perderá de 600.000 a 1,7 millones de empleos”.

Uno de los aspectos más criticados de esta iniciativa ha sido la falta de transparencia de los avances de las negociaciones. Según informó El País, el único lugar donde los 150 diputados que integran el Parlamento Europeo pueden leer los documentos emanados de la negociación del megaacuerdo es un área de seis metros cuadrados sin ventanas en el edificio Paul-Henri Spaak, de esa institución, en Bruselas.

A esa sala no se puede ingresar con teléfonos, ni tablets, ni computadoras, ni siquiera un cuaderno, algo que es controlado antes de entrar a la sala. Esa “paranoia” incluye la compañía de un vigilante durante todo el tiempo en que el legislador permanezca allí.

Pero el acuerdo es mucho más que un pacto que busca el libre comercio. Desde el punto de vista estratégico, ambas partes saben que si las negociaciones concluyen de una manera favorable fortalecerán las relaciones “transatlánticas”. El “cierre” de un acuerdo de esta naturaleza, en un marco de fracaso general de los acuerdos multilaterales, podría inclinar a las grandes potencias emergentes a participar en esa iniciativa.