Ayer el Banco Central Europeo (BCE) hizo las primeras compras de bonos públicos en el mercado secundario, dando así inicio a un programa de expansión monetaria similar al practicado por la Reserva Federal (Fed por su sigla en inglés) en Estados Unidos entre 2008 y 2013. Con la oposición de la ortodoxia alemana, la institución prevé invertir 60.000 millones de euros al mes en la adquisición de activos públicos y privados al menos hasta fines de setiembre de 2016, en lo que es visto como un triunfo del presidente de la institución, Mario Draghi, en contra de quienes mantienen una postura más clásica.

Los últimos datos de los países de la eurozona son más alentadores que los de hace cuatro meses. El BCE ha revisado al alza sus previsiones de crecimiento de diciembre para la zona euro: de 1% a 1,5% para 2015, y de 1,5% a 1,95 para 2016. Aun así, continúa el temor a la deflación (la caída generalizada de los precios) y con el plan se busca afectar las expectativas de los empresarios europeos para que inviertan y se reactive el sector real de las economías.

Las compras de títulos se extenderán por 19 meses y para eso el BCE dispone de un presupuesto de 1,14 billones de euros. El objetivo es que los inversores dejen de apostar a la deuda pública y trasladen sus fondos a una inversión más rentable en el sector productivo de la economía.

El razonamiento es que si un jugador de tanto peso en el mercado financiero como el BCE entra para comprar deuda de los estados, sus precios subirán y la rentabilidad de éstos bajará, haciéndolos menos atractivos a ojos de los inversores. Además, la medida implica una fuerte inyección de liquidez al mercado, por lo que se debilitará la cotización del euro, que ya está en su valor mínimo en 13 años. Esta depreciación hará más baratos y competitivos los productos de exportación europeos, lo que agregaría una ayuda a la recuperación.

El Plan Draghi no tiene nombre oficial, pero se lo conoce como “expansión cuantitativa” de dinero, por su similitud con el de la Fed, que implicó estímulos monetarios masivos entre 2008 y 2013. Mientras el plan estadounidense buscaba bajar la tasa de desempleo, el europeo se propone evitar la deflación.

A poco de empezar, el plan del BCE enfrenta dos trabas. La primera es política, ya que el influyente gobierno alemán habla de la necesidad de encontrar “estrategias de salida”, algo que de por sí va en contra del espíritu que persigue la medida, que es instalar la idea de que es un plan de largo plazo de ayuda al crecimiento. Alemania es la principal defensora de la ortodoxia económica y el Plan Draghi es un claro ejemplo de una medida monetaria no convencional.

Además, el plan es un punto de inflexión en la historia del BCE, que nunca había tomado una medida de estímulo tan agresiva. El mandato del banco aclara que si algo no puede hacer es financiar a los estados, y en todo caso tiene como centro de su actividad la estabilidad de los precios. El riesgo de la alta inflación es la gran pesadilla que persigue a los alemanes desde la posguerra.

La segunda traba es Grecia y la manera en que se desenvolverá en el futuro. El acuerdo alcanzado entre el Eurogrupo y el gobierno griego ha logrado “comprar tiempo” hasta junio, pero los propios análisis del BCE señalan que la situación está lejos de estabilizarse.

El simple anuncio de que el plan comenzaría ayer hizo que el euro se depreciara y bajaran las tasas de interés de la deuda, hasta el punto de que hay varios países que cobran por emitir. En otras palabras: endeudarse por estos días les saldrá gratis.

Para muchos analistas, el éxito del plan no radica en cuánto logre bajar unos intereses que ya son bajos. Según estos expertos, la expansión monetaria debe acompañarse de una expansión fiscal -subiendo gastos o rebajando impuestos- en algunos países como Alemania. Y eso está descartado.