Un pequeño tanque cargado con armas que puede decidir por sí mismo si disparar o no -o si explotar cuando tenga una falla-, o un robot con forma humana que podría incorporar armamento y usarlo por su cuenta, parecen elementos sacados de películas de ciencia ficción, pero se trata de una creación rusa y otra estadounidense que utilizan Sistemas de Armas Autónomos Letales (LAWS, por su sigla en inglés).

Esta semana se realiza un encuentro de expertos auspiciado por la Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales de Naciones Unidas, y allí se debatirán los límites éticos y legales que deben tener los LAWS. Entre las preguntas propuestas para el debate está la de en qué situaciones la falta de emociones de las máquinas ofrece ventajas sobre los combatientes humanos, o en qué situaciones son deseables en el combate rasgos distintivamente humanos, como el miedo, el odio, el sentido del honor y de la dignidad, la compasión y el amor. El encuentro sólo tiene la meta de intercambiar ideas. No llegará a conclusiones finales, aunque su presidente, el diplomático alemán Michael Biontino, redactará un informe que será analizado en noviembre en la Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales.

El lunes, durante la apertura del encuentro, hubo varias actividades convocadas por la Campaña para Detener a los Robots Asesinos, un grupo integrado por varias organizaciones civiles como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y la Harvard Law School’s International Human Rights Clinic.

Son varias las armas que hoy funcionan de forma autónoma o por control remoto. Entre ellas están los drones, el sistema de defensa antimisiles israelí Cúpula de Hierro, que dispara al detectar los misiles, o el robot Samsung SGR-1, que Corea del Sur utiliza para patrullar la frontera con Corea del Norte. Sin embargo, se está avanzando hacia niveles de desarrollo que permitirían a las LAWS dar un paso más y disparar de forma autónoma, sin mediación humana.

“Permitir que los robots estén facultados para tomar decisiones de vida o muerte traspasa una línea moral fundamental”, advirtió ayer Amnistía Internacional. Por su parte, Human Rights Watch y la Harvard Law School’s International Human Rights Clinic publicaron un informe, entre cuyas recomendaciones incluye que se prohíba “el desarrollo, la producción y el uso de armas totalmente autónomas a través de un instrumento legal internacional”. En el informe se advierte que si se permiten las LAWS habrá “una proliferación” de este tipo de armas, que podrían ser manejadas por “estados irresponsables”, o incluso por “grupos armados no estatales”. Además, se argumenta que el uso de robots “podría hacer más fácil que los líderes políticos recurran a la fuerza, porque reduciría el riesgo para sus propios soldados”.

Otro de los argumentos contra el uso de robots en la batalla es la falta de conexión humana que existiría en un conflicto de estas características. Algunos de los expertos que asisten al encuentro sobre este tema tenían previsto proponer una modalidad similar a la implementada con los automóviles autónomos: si bien la tecnología para su funcionamiento está desarrollada, pesa sobre ellos una suspensión porque todavía no se logró establecer de quién es la responsabilidad si participan en un accidente de tránsito.

En este contexto, algunos medios estadounidenses como The Washington Times y The New York Times recordaron estudios psicológicos que se hicieron a soldados que dirigieron drones en Irak desde Arizona, Estados Unidos. Estos estudios muestran, por un lado, que los veteranos sufren los mismos efectos psicológicos al abandonar la guerra, como ansiedad, depresión o el síndrome de estrés postraumático, incluso peores que si volvieran del territorio en guerra, ya que ven más claramente mediante las cámaras los efectos de los ataques. Además, se encontraron unos pocos casos de soldados que en cierto nivel y en cierto grado disociaban lo que veían en las pantallas de sus computadoras y lo que sucedía en la realidad, como si, en cierta medida, estuvieran jugando un videojuego.