El espacio previsto en la Casa Bertolt Brecht no fue suficiente para la conferencia de prensa. Había periodistas e integrantes de la organización de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, incluso en la escalera que lleva a la calle. El primero que tomó la palabra fue Francisco Sánchez Nava, estudiante de segundo año de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado mexicano de Guerrero, compañero de los 43 estudiantes que desaparecieron en setiembre. Detrás de él, cuando dio su discurso, había una tela con el mapa de América Latina cubierto con fotos de sus compañeros desaparecidos en el municipio de Iguala.

En la pared, junto al público, estaban suspendidas como guirnaldas las fotos (que ya son famosas) de los 43 estudiantes de magisterio. Debajo de cada imagen aparecía escrito el nombre, la edad y un escueto párrafo sobre la personalidad de cada uno.

Sánchez debió interrumpir su discurso varias veces por los aplausos, que fueron más y más extensos a medida que avanzó la conferencia, y acompañaron también las intervenciones de los otros tres integrantes de la caravana. Él tiene 19 años y desde setiembre sus clases están en suspenso, como las de sus compañeros. Además de los 43 estudiantes desaparecidos, la noche del 26 al 27 de setiembre murieron seis personas y otras 20 resultaron heridas.

El estudiante empezó por dar detalles sobre la Escuela Normal, fundada en 1926. Allí la jornada empieza alrededor de las 7.00, con el desayuno, y termina más de 12 horas después, con una clase que dan los alumnos mayores sobre lucha política y social. Explicó que en la tarde los estudiantes se dedican a trabajar en el campo, y luego a atender y alimentar a los animales. Sánchez detalló distintos momentos en los que la escuela sufrió “golpes”, como cuando en 1988 dejó de tener bachillerato, o cuando en 2011 se recortaron los cupos de ingreso, que pasaron de 140 a 100. Relató cómo cada golpe generó más lucha y resistencia de los alumnos, y cómo la represión dejó víctimas, transmitiendo una fuerte impresión de impunidad y de desatención a estos estudiantes.

Sánchez, que aún tiene rasgos de niño, hizo un relato encendido y pormenorizado de lo que ocurrió la noche del 26 de setiembre. Él iba en el segundo de los tres ómnibus de estudiantes, que hacían el camino de regreso hacia Ayotzinapa después de haber ido a recaudar fondos a otra localidad para poder viajar a Ciudad de México, donde el 3 de octubre se conmemoraba la masacre estudiantil de Tlatelolco. Explicó que para regresar a Ayotzinapa tenían que pasar por Iguala. Detalló que en distintos momentos la Policía municipal les disparó, a pesar de que aclararon que eran estudiantes de la Escuela Normal, y no “delincuentes”.

Recordó la impotencia que sintieron mientras los estudiantes que viajaban en el primer ómnibus recibían los disparos de la Policía municipal, y los del tercero eran llevados por otros agentes, sin que supieran en ese momento que iban a convertirse en desaparecidos.

Sánchez insistió en que estaban acostumbrados a que los detuvieran, y que por eso habían asumido que los iban a liberar más tarde. También relató cómo, ya en la madrugada, policías municipales se negaron a llamar a una ambulancia para atender a uno de sus compañeros, gravemente herido de bala. Reaccionaron así porque los estudiantes no querían “negociar” con ellos, que pretendían asegurarse de que los normalistas no contaran que les habían disparado. Ante la negativa de los policías, pidieron que los atendieran en una clínica privada, cuyo director no accedió a hacerlo, aparentemente por miedo a represalias. Más tarde, militares irrumpieron con violencia en el centro de atención, los maltrataron y se negaron a llamar a una ambulancia.

Otro episodio que ilustra los motivos de la desconfianza de estudiantes y familiares en las autoridades ocurrió, según relató, cuando la Procuraduría les pidió que señalaran a los policías municipales que los habían reprimido. Explicó que a pedido de los estudiantes, les dieron pasamontañas para que los policías a los que tenían que identificar no los reconocieran, pero que al salir del lugar se encontraron con que eran esos mismos policías los que custodiaban su salida. Cuando protestaron por esa situación se les respondió que se quedaran “tranquilos”, que más tarde esos funcionarios irían presos. Hoy están detenidos 48 policías de Iguala y 16 del municipio vecino de Cocula, donde la Procuraduría cree que fueron incinerados los cuerpos de los estudiantes. Sin embargo, Sánchez dijo que nunca pudieron “comprobar” que se tratara de los que ellos habían identificado. La Procuraduría mexicana estableció que las policías de Iguala y Cocula actuaban de forma coordinada.

Sánchez también relató el terrible regreso a Ayotzinapa, cuando luego de abrazar a sus familiares, que los esperaban en la Escuela Normal, comprobaron que 43 familias no tenían a sus hijos. Él mismo tiene un primo entre los desaparecidos.

En pocas palabras

Hilda Legideño Márquez es madre de Jorge Antonio Tizapa, de 20 años, uno de los estudiantes desaparecidos en Iguala, y es una de los familiares que viajaron a Montevideo. En la conferencia de prensa fue la que menos habló. Se la nota un poco tímida y retraída, pero firme. Viste una camiseta con la cara de su hijo e insiste en hablar de él en presente.

-¿Cómo se enteraron de lo que había pasado el 26 de setiembre?

-Como a las 21.30, mi yerno me avisó que habían atacado a los normalistas, que había habido muertos y heridos. Yo me dirigí a la escuela para preguntar si realmente había ocurrido eso. Estuvimos esperando ahí. Les preguntamos a los muchachos qué hacer y nos dijeron que no había cómo ir hacia Iguala a ver a los muchachos detenidos porque los tenían en separos [calabozos] de la Policía. Algunos padres y alumnos sí fueron a Iguala. Al otro día, cuando dieron la lista de las personas que estaban muertas, sentimos alivio, pero desde ese momento no damos con el paradero de nuestros hijos. Es muy doloroso no saber en qué condiciones están. Como padres no aceptamos la versión oficial del gobierno, que dice que nuestros hijos están muertos, porque nos ha engañado una y otra vez.

-¿Nos puede contar algo de su hijo?

-Mi hijo tiene 20 años. Él tiene una niña que va a cumplir dos años el 30 de julio, así que estudiaba y trabajaba, para solventar los gastos de su familia y poder seguir estudiando. Es chofer de ruta. Es un joven muy alegre, muy sociable; yo creo que fue por su carácter que quiso entrar a la Normal y ser maestro. También le encanta manejar.

-¿Él manejaba alguno de los ómnibus el día en que desaparecieron?

-No. Mi hijo llevaba dos meses en la institución. Apenas se estaba acoplando a las actividades.

-¿Usted sabía que se estaba sumando a las actividades de protesta de la Escuela Normal?

-Ese día no fueron a hacer ninguna actividad de protesta, fueron a recaudar fondos para poder trasladarse a Ciudad de México a conmemorar el 2 de octubre [de 1968, cuando ocurrió la represión contra un movimiento estudiantil conocida como la masacre de Tlatelolco].

-¿Por qué sienten la necesidad de aclarar que sus hijos no eran delincuentes?

-El mismo gobierno fue el que sacó que nuestros hijos pertenecían a una banda de violencia organizada. Si realmente fueran delincuentes estarían en una cárcel, no se los hubieran llevado. Yo les dije: si son delincuentes investíguenlos a ellos, investíguennos a nosotros y, cuando realmente sepan la verdad, difúndanla. Pero ellos lo dijeron antes de investigar. Desgraciadamente, en Guerrero nos damos cuenta de que la delincuencia organizada y el gobierno son lo mismo. Estos muchachos lo único que hacían era manifestarse para exigir sus derechos. Eso es lo que no le gusta al gobierno, por eso siempre ha atacado a las escuelas normales. Yo conozco muy bien a mi hijo, sé muy bien lo que hace. Trabajaba y estudiaba. ¿Con qué tiempo y cómo iba a hacer, en dos meses, un estudiante de esa edad para formar parte de la delincuencia organizada?

-¿Tiene otros hijos?

-Tengo tres hijos. El del medio es el que está desaparecido. La mayor ya tiene su propia familia y vive aparte. Tengo un hijo de 18 años que está estudiando.

-¿Él también participa en la búsqueda de su hermano?

-Él se integra cuando no va a la escuela. De hecho, al inicio no quería seguir estudiando. Estaba enfocado en la búsqueda de su hermano. Así que tuve que hablar con él, porque debe continuar con sus estudios. Está cambiado totalmente. Todo. Todos hemos tenido que abandonar a los demás hijos para dedicarnos a esta búsqueda.

En nombre de todos

El estudiante dijo que no pueden “permitir” que el caso quede “en la impunidad”, y pidió no sólo que se devuelva “con vida” a sus compañeros, sino que también se haga “justicia para los otros casos”, porque en su país hay gente a la que “asesinan por levantar la voz”. Insistió mucho en “articular las luchas” con los familiares de desaparecidos y con las víctimas de “la violencia de Estado” en el resto del mundo y en Uruguay, y señaló que en su país hay 30.000 desaparecidos y que en los últimos diez años hubo 200.000 muertos por la violencia del narcotráfico y del Estado. Dijo que en México se está llevando a cabo una “guerra de exterminio contra el pueblo” y que ésta quedó a la vista del mundo el 26 de setiembre. “Los gobiernos han globalizado las desapariciones de Estado; globalicemos la resistencia”, fue la conclusión de su exposición, que culminó con un fuerte aplauso.

Luego habló Hilda Legideño Márquez, madre de Jorge Antonio Tizapa Legideño (ver “En pocas palabras”). Habló poco, con calma y en voz baja. Relato la búsqueda, por cárceles y hasta “por iglesias”, de los jóvenes desaparecidos, y sobre todo insistió en que “no hay versión científica” que compruebe que están muertos. Explicó que, además, el gobierno “no permite” investigar a los militares, y que en un momento dio la autorización para ir a buscar a los estudiantes a los cuarteles pero luego se negó. “El gobierno ha pisoteado los derechos de los indígenas, de los humildes”, señaló.

Después tomó la palabra Hilda Hernández Rivera, madre de César Manuel González, que como su compañero Jorge Antonio cursaba primer año en la Escuela Normal. A diferencia de la otra Hilda, que habló poco sobre cómo era su hijo, la madre de César Manuel enfocó su discurso en el suyo. Insistió mucho en que era “risueño”, y dijo que no le gustó que en el texto que acompaña la foto que usa la organización se escribiera que es “desmadroso”. Admitió que no sabe exactamente a qué se referían al usar esa palabra y supuso que es a que “es un chico inquieto”. Insistió en lo apreciado que es por todos, y dijo que “tiene amigos hasta de cinco años”. Se refirió a la buena relación que tiene con los niños, característica que lo llevó a estudiar magisterio. Contó que los niños llegaban a su casa a pedir por él, llamándolo “mi cuate”, y que él jugaba con ellos. Es “buena persona”, repitió.

Luego habló su esposo, Mario César González Contreras, un señor seco que demostró mucha energía. Empezó por matizar los dichos de su esposa y aclaró que a su hijo le da “un ocho” sobre diez, “porque es humano”. Relató que él se anotó y pasó la prueba de ingreso a la Escuela Normal por internet, sin avisarle -aunque él siempre tuvo que pedir permiso hasta “para ir a la disco”-, y que cuando una noche les anunció que la había aprobado sintió “mucha felicidad”. Sin embargo, admitió que no tuvo la “fuerza” de acompañarlo cuando se fue a estudiar, por lo que le pidió a su esposa que lo hiciera. También dijo que él había aceptado que se fuera tan lejos a condición de que lo llamara “a diario”, y que su hijo cumplió con esa regla hasta el 26 de setiembre, día en el que, a las 16.30, habló con él por última vez.

La familia González-Hernández es del estado de Tlaxcala, a nueve horas y media de Ayotzinapa. Desde setiembre, cuando no viajan en la caravana, los padres de César Manuel viven en la Escuela Normal, como las demás familias que no son de la zona. Ahora Mario tiene “520 hijos” en Ayotzinapa, dijo.

La emoción que compartieron los padres fue saludada con varias series de aplausos largos, y su reflejo se sentía en la sala. Cuando llegó el momento de hacer preguntas, fueron pocas. Se les preguntó si pensaban reunirse con las autoridades. Mario fue tajante: “No queremos nada de los gobernantes, no hay nada como el mismo pueblo”.

Sánchez explicó que en Argentina, donde estuvieron antes de llegar a Montevideo, la cancillería los contactó, pero que se negaron a reunirse en privado con el entonces ministro Luis Almagro. Explicó que su rechazo se debió a que prefieren contar con la sociedad civil y a que los gobiernos mantienen relaciones diplomáticas con el “gobierno corrupto” de su país. En tanto, González reiteró que su lucha es pacífica. “No nos vamos a cansar”, porque “ningún padre de familia se puede cansar en la búsqueda de su hijo”.

Respecto de los ataques que los familiares denuncian que reciben desde “los grandes medios”, el padre opinó que en su país están “primero los narcos”, luego el grupo multimedios Televisa, y en tercera posición el gobierno.

Al terminar la conferencia, Sánchez gritó: “Porque vivos los llevaron” y el público respondió: “Vivos los queremos”. Al grito de “Ayotzinapa vive y vive” el público respondió: “La lucha sigue y sigue”.

Siguió un alarga ovación y quedó hecha la invitación a la marcha de hoy.

Un rato después, la diaria habló con Sánchez. Consultado sobre su futuro como estudiante, fue evasivo. Explicó que después del 26 de setiembre, estudiantes y profesores hablaron y coincidieron en que las clases no podían seguir con “43 butacas vacías”, y que desde entonces la Escuela Normal está en paro indefinido, lo que motivó que el gobierno cortara becas y subvenciones. Tanto él como Hilda Legideño explicaron que su desconfianza hacia las autoridades se debe a que en un primer momento les presentaron cuerpos de una fosa que, gracias a la intervención del Equipo Argentino de Antropología Forense, se comprobó que no eran los de sus familiares.

“Si nosotros hubiéramos aceptado cuerpos que no eran, ahorita todo estaría totalmente calmado. Pero realmente, como padres no lo aceptamos”, dijo Legideño. Respecto del caso de Alexander Mora, cuyo ADN fue encontrado en restos hallados en Cocula, y sobre la postura de los padres de ese estudiante, que fue oficialmente declarado muerto, Hilda Legideño argumentó que el material genético que se analizó se extrajo de una muela, y que eso no prueba su muerte. “[Los padres de Alexander] están de pie en el movimiento. Están luchando y exigiendo la presentación con vida de su hijo. No hay nada que compruebe científicamente que esté muerto el compañero Alexander”, dijo Sánchez.

También explicó que ellos se oponen a las elecciones regionales y municipales del 7 de junio, aunque dejan a cada cual la libertad de votar o no. “Pero después, que no se quejen”, agregó. El joven entiende que si las elecciones se cancelan, hay siete municipios de Guerrero dispuestos a declararse autónomos y a regirse mediante consejos de 12 miembros, algo que en su opinión permitirá evitar la corrupción, porque el poder ya no estará en un solo dirigente.