Quizá sea el fin de la era de influencia del ex primer ministro (2006-2017) Nuri al Maliki, depuesto con el avance en el norte iraquí del grupo islamista Estado Islámico (EI) como telón de fondo. Su sucesor, Haidar al Abadi, impulsó una reforma fundamental de la estructura estatal iraquí. Con la aprobación de esa reforma ayer, que tiene efecto inmediato, Al Maliki se quedó sin el cargo de vicepresidente que ostentaba como chiita. Algunos observadores temen por la reacción de Maliki, que pertenece al mismo partido que Abadi pero está enfrentado con él, aunque se declaró a favor de las reformas.

El actual presidente del Parlamento, el sunita Salim al Yaburi, que también perdió su cargo de vicepresidente ayer, sumó sus reformas a las de Al Abadi y aplicó el final de las cuotas sectarias y políticas en el Parlamento, y la destitución de los diputados que falten sin justificación a más de un tercio de las sesiones.

Las medidas, aprobadas por el gobierno y anunciadas por Al Abadi el domingo, se convirtieron en ley ayer. La nueva legislación pretende luchar contra el sectarismo, la corrupción y los privilegios de los políticos, elimina varios cargos importantes (los tres de vicepresidente y los de vice primeros ministros, entre otros) y aparta a otros responsables elegidos de acuerdo con su religión para sustituirlos por otros, de acuerdo con sus capacidades. En los hechos, este paquete de medidas termina con el sistema político confesional llamado “consenso nacional”, heredado de la intervención estadounidense que derrocó a Saddam Hussein, cuyo objetivo anunciado era evitar tensiones entre las comunidades más grandes del país, la sunita, la chiita y la kurda.

Los parlamentarios presentes en la sesión votaron a favor de las enmiendas levantando la mano, según se vio por la televisión oficial, sin debate previo y de manera unánime. Al Abadi se considera autorizado por la movilización ciudadana que se mantiene desde el 31 de julio en la capital Bagdad y otras ciudades, de mayoría chiita en particular, impulsada por medio de las redes sociales por funcionarios, periodistas, organizaciones de la sociedad civil y, en su mayoría, jóvenes y laicos que se oponen a los partidos religiosos de gobierno.

Las protestas se expandieron entre la población cansada por la inoperancia del Estado, en particular debido a los cortes de energía eléctrica cuando la temperatura ronda los 50º. Se acusa de estos cortes de luz a la gestión corrupta de algunos ministros y altos cargos del Estado.

“Desde hace un año, todo está congelado en nombre de la lucha contra EI. Los servicios públicos se hacen los distraídos. Es una lucha de todos contra todos por recursos que se reducen junto a los precios del petróleo”, dijo al diario francés Le Monde Loulouwa al Rachid, de la organización civil International Crisis Group en Irak.

Que la raíces de las protestas sean laicas no significa que carezcan de apoyo religioso. El ayatollah Ali Sistani, la máxima autoridad chiita, confesión mayoritaria en el país, le pidió al gobierno que fuera “más valiente en sus reformas”. El carácter anticonfesional de las medidas, y los reclamos de los manifestantes para que así sea, también se debe a que si EI pudo crecer y avanzar en el norte iraquí, es en parte gracias al apoyo que recibió de las milicias de la minoría suní, cansada de las políticas del gobierno sectarias y discriminatorias, que sustituyeron las persecuciones de Saddam Hussein.