Dicen que todo lo que no te mata te hace más fuerte. Es decir, que siempre se aprende algo, aun en los eventos más terribles. Quisiera preguntar aquí qué debería aprender la zona euro de la más reciente tragedia griega. Dada la amplitud del tema, voy a limitarme a algunos elementos de funcionamiento institucional de la zona euro que, por error u omisión, resultaron fundamentales en la génesis, el desarrollo y la salida de esta crisis. En particular, quiero argumentar que este caso evidencia la falta de cumplimiento de los compromisos fiscales fundacionales de la zona euro, la ausencia de mecanismos de resolución de deuda soberana y las imperfecciones en la red de estabilidad financiera de la moneda única.

Un primer aspecto, que hoy es ampliamente reconocido, es que Grecia, con una contabilidad apropiadamente realizada, raramente cumplió con los requisitos del tratado de Maastricht o con el pacto de estabilidad y crecimiento de la Unión Europea (que eran consideradas precondiciones para la entrada en la moneda única). Aparece un defecto fundacional de la moneda única: la falta de mecanismos para asegurar el cumplimiento de las condiciones básicas de pertenencia a ella. Europa consintió el uso de mecanismos de contabilidad creativa (no sólo en el caso griego) que dieron la apariencia de sostenibilidad fiscal a las cuentas griegas. El mercado hizo como que creía en esa “sostenibilidad”, eliminando los diferenciales en los costos de financiamiento soberano al interior de la zona euro, por la garantía implícita que daba el acceso al financiamiento del Banco Central Europeo. Sin reglas fiscales claras, los incentivos estaban dados para que algunos países se descansaran en el aparente financiamiento ilimitado a tasas bajas y soslayaran la sostenibilidad fiscal intertemporal.

Un segundo aspecto es la falta de un mecanismo de reestructuración de deuda soberana. Vimos que este caso está plagado de imprudencia fiscal, pero, aun en casos en los que hay prudencia, los Estados pueden llegar a ser insolventes (calamidades naturales, guerras, etcétera). En los países federales, como Estados Unidos, cuando un Estado tiene problemas fiscales se permite una forma de concurso de acreedores. En efecto, la crisis de deuda de California de 2011 o la quiebra del condado de Orange no afectaron el dólar ni las funciones esenciales de estos gobiernos, en gran parte porque los mecanismos de reestructuración disponibles facilitan el regreso a la sostenibilidad fiscal y permiten el mantenimiento de los planes esenciales de gobierno.

Un tercer aspecto es el pobre diseño de la red de estabilidad financiera, que se manifiesta en varios factores.

Primero, faltó un mecanismo común de resolución bancaria (y de un sistema de supervisión efectivo) que estableciera que ésta estaba limitada a la capacidad de absorción de pérdidas de cada Estado. Esa falta incentivó el crecimiento desproporcionado de los sistemas bancarios de algunos países pequeños, bajo la premisa de la garantía implícita del Banco Central Europeo. Pero más tarde se vio que tal garantía no era automática: primero, en marzo de 2009, cuando la opción europea de que cada Estado se hiciera cargo de su sistema bancario llevó a la divergencia de las primas de riesgo soberanas y de los bancos, y luego, en los dos episodios de negociación con Grecia. Esos sistemas bancarios sobredimensionados para la capacidad de asistencia de sus Estados (luego de una corrida de depósitos de 100% del Producto Interno Bruto -PIB-, 50% de los depósitos, Grecia aún tiene un sistema bancario con activos por 200% del PIB) magnifican los problemas de hojas de balance que se generan cuando se piensa en abandonar la moneda común, haciéndolo prácticamente imposible, y hacen que el ciclo de la economía real se agrave por la caída del crédito derivada de la corrida bancaria (sólo en 2015, los bancos griegos perdieron cerca de 20% del PIB en depósitos; eso equivaldría al total del crédito al sector privado de los bancos uruguayos al día de hoy).

Segundo, no había una autoridad supervisora y reguladora común, lo que habilitaba el arbitraje regulatorio y de supervisión.

Tercero, la función de prestamista de última instancia estaba y está severamente limitada. En el caso griego, en la medida en que la asistencia se hace mayormente contra papeles de deuda soberana, los problemas de solvencia soberana contagian al sistema bancario, que pierde la asistencia de liquidez del Banco Central Europeo en esos casos, lo que genera contagio hacia el sistema financiero en momentos en los cuales ya hay mucha incertidumbre.

Infelizmente, todos estos elementos se manejaban antes de la creación de la moneda común, como problemas potenciales de diseño. Hoy, con dolor, Europa aprende que -más que nunca- es necesario reformarlos. Si lo hace, hará honor a la frase con la que abríamos y habrá emergido más fuerte.

*Lo expresado en esta columna son opiniones personales, no relacionadas con las instituciones para las que trabaja el autor.