Orban tiene 52 años y se destaca por sus posturas antiinmigrantes en un país en el que la población no suele tener una especial animosidad hacia los extranjeros, y donde el rechazo comúnmente se dirige a los húngaros judíos o gitanos.
Es cierto que entre 2013 y 2014 las solicitudes de asilo registradas en el país se multiplicaron por 20. Sin embargo, la mayoría de las 38.000 personas que pidieron asilo desde enero en Hungría no se quedó o no piensa quedarse en el país. Hacen ese pedido porque la legislación del espacio de libre circulación europeo Schengen establece que los candidatos a refugiados deben registrarse en el país por el que ingresaron a la zona -en este caso, Hungría-, más allá de cuál sea el país de su destino.
La postura de Orban, entonces, puede sorprender. Sin embargo, parte de la respuesta la dio en mayo uno de sus opositores, el diputado europeo Peter Niedermüller, de la socialdemocracia, en un debate dedicado a las iniciativas de Orban en contra de los inmigrantes: “Mi país no es xenófobo. El gobierno intenta recuperar los votos de la extrema derecha para frenar su pérdida de seguidores. La UE no puede avalar esa política. Debe decir que no es Hungría la que es digna de vergüenza, sino su gobierno”, advirtió.
Niedermüller se refería a que el partido de ultraderecha Jobbik se convirtió en la segunda fuerza política del país. En marzo, un sondeo ya le atribuía 18% de la intención de voto a ese partido, al que su par austríaco, el Partido de la Libertad de Austria, y su par francés, el Frente Nacional, consideran demasiado extremista para aliarse con él en el Parlamento Europeo. Sin embargo, Jobbik y sus posturas (que son en particular antigitanos) le pisa los talones al partido de Orban, Fidesz, y su 21% de apoyo.
Orban se hizo famoso poco después de terminar sus estudios de derecho. En 1988, a los 24 años, se convirtió en cofundador de la Alianza de los Jóvenes Demócratas (Fidesz) y al año siguiente reclamó elecciones libres en Hungría y la salida de las tropas rusas del país, en un destacado discurso para conmemorar la revolución húngara de 1956.
En 1998 alcanzó la jefatura de gobierno por primera vez, y una vez en el poder cambió sus posturas liberales por un nacionalismo marcado. Ya entonces comenzó a impulsar medidas a favor de los magiares, la etnia húngara, diseminada por los países de la región. Esa postura es similar a la del presidente ruso, Vladimir Putin, respecto de la población de origen ruso en otros países, y en ella se basa su apoyo a los separatistas ucranianos, por ejemplo.
En 2002, Orban volvió a la oposición hasta que regresó al cargo de primer ministro en 2010, en el que sigue hasta ahora. Desde entonces ahondó su cambio de rumbo y se alejó del todo del liberalismo. Las épocas en que defendía posturas contrarias a Moscú quedó relegada al pasado, y hoy considera a Vladimir Putin un socio clave para el futuro.
Orban fue muy criticado por la UE el último año, acusado por Bruselas de no respetar los principios básicos del bloque que su país integra desde 2004. Los llamados de atención se deben a varias reformas que, según la UE, afectan la independencia de la Justicia y de los medios. Más recientemente, en mayo, Orban pidió que se volviera a debatir la legalización de la pena de muerte, que está prohibida en su país desde 1990 y cuya abolición es un requisito previo para que cualquier Estado ingrese al bloque. El jefe de gobierno húngaro también dio que hablar cuando dispuso penas de cárcel para quienes duerman en la calle. Además, su Ejecutivo está involucrado en un gigantesco caso de corrupción, y sus opositores dicen que lo que busca es distraer a la opinión pública con otros temas. La situación llegó al punto de que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo recibió en una cumbre europea con un afectuoso “¡Hola, dictador!”.
Es por Charlie
Fue después de los atentados islamistas cometidos en París en enero que Orban colocó en primer lugar en su agenda el repudio a los extranjeros. Horas después de haber marchado en contra del terrorismo en la capital francesa junto a decenas de gobernantes, vinculó por primera vez terrorismo e inmigración. “La inmigración económica [...] sólo importa desórdenes y amenazas contra los pueblos europeos”, dijo el 21 de enero. Pero ya en 2013, Orban había dicho en Londres que “la democracia, en Europa, se basa en el cristianismo”, un principio que mantiene hasta hoy, al tiempo que señala que la mayoría de los inmigrantes son musulmanes.
En mayo, envió a ocho millones de hogares un cuestionario que sus opositores denunciaron como sesgado. La primera pregunta se refería al ataque en contra del semanario francés Charlie Hebdo: “Se oyen diversas opiniones respecto del incremento del terrorismo. Según su opinión, ¿qué impacto tiene en su vida la propagación del terrorismo (baño de sangre en Francia, actos impactantes de Estado Islámico)?”.
Ahora, con el muro en su frontera con Serbia y el proyecto de construir otro en el límite con Rumania, Orban logró desviar el flujo de migrantes, que desde ayer comenzaron a presentarse en la frontera con Croacia, país cuyas autoridades los dejaban pasar. El nuevo recorrido hacia Alemania y otros países del norte de Europa era hasta ahora descartado por las personas que huyen de Siria, Irak, Afganistán y otros países por temor a los campos minados que permanecen desde la guerra de los Balcanes. Croacia anunció ayer que envió expertos a verificar que no haya minas en su camino, según la agencia de noticias Reuters.
Aunque Orban es cuestionado desde hace meses por sus pares europeos por su falta de tolerancia con los inmigrantes, Alemania y Austria ya volvieron a controlar sus pasos fronterizos para filtrar el ingreso de esas personas a sus territorios, y Francia anunció ayer que no descarta hacer lo mismo. Pero Hungría va un paso más allá y recibe a quienes quieran atravesar su territorio con militares, gas lacrimógeno y lanzaaguas.
Además, desde el 15 de setiembre, gracias a una ley que había adelantado aquel cuestionario de mayo, las personas que crucen la frontera húngara sin autorización podrán ser detenidas, porque cometen un delito. En su consulta -que no tenía carácter vinculante y cuyos resultados no se harán públicos- el gobierno de Orban también se refirió a la posibilidad de hacer que los inmigrantes trabajaran gratis para costear su estadía en Hungría, una medida que -por ahora- no se aplica. Sin embargo, un diputado de Jobbik, Dániel Karpat, ya admitió que es “difícil” superar al gobierno “por la derecha” respecto a la inmigración.