Arabia Saudita e Irán intercambiaron acusaciones ayer sobre cuál de los dos países generó el pico de tensión que se vive en la región. El gobierno saudita anunció ayer la suspensión de todos sus vuelos con destino y origen en Irán y amenazó con suspender los lazos comerciales entre ambos países. El canciller saudita, Adel al Jubeir, dijo a la agencia de noticias Reuters que su país reaccionará a la “agresión” y pidió a Irán que actúe “como un país normal” y no como un Estado en “revolución” para restablecer las relaciones bilaterales.
Por su parte, Irán acusó a Arabia Saudita de utilizar los ataques contra su embajada en Teherán para agravar las tensiones entre los dos países. El domingo en la capital iraní hubo protestas por la ejecución de Al Nimr que derivaron en el incendio de la embajada saudita. Pese a que las autoridades iraníes condenaron el incendio, Arabia Saudita responsabilizó al gobierno de alentar actos de ese tipo con su discurso, y rompió las relaciones bilaterales. El portavoz de la cancillería iraní, Hossein Jaber Ansari, dijo ayer que “Arabia Saudita basa su existencia en la continuidad de las tensiones y los enfrentamientos, e intenta resolver sus problemas internos exportándolos al exterior”. Además, calificó de “apresurada” la decisión de romper las relaciones.
También el director general político y de seguridad internacional de la cancillería iraní, Hamid Baidi Neyad, aseguró que las razones de la tensión entre ambos países eran otras, y no el incendio de la embajada. Dijo que las autoridades sauditas estaban frustradas porque no habían podido lograr que fracasara el acuerdo nuclear que Irán alcanzó con Estados Unidos y otras potencias occidentales, informó la agencia oficial iraní de noticias Irna. A esto se suma el “fracaso de las políticas belicistas en Siria”, de “la política de violencia sectaria en Irak” y del “amplio ataque militar que llevaron a cabo en Yemen”, dijo, y agregó que “el problema de los líderes sauditas es el poder creciente de Irán en la zona”.
Los episodios de tensión tras la ejecución no ocurrieron sólo en Irán: también hubo protestas en la localidad saudita de Al Auamiya, donde había nacido el clérigo, en el marco de las cuales recibió varios balazos un policía saudita, que sufrió heridas graves. Después de esto, hubo un enfrentamiento entre policías y manifestantes en el que murió una persona.
También en Irak, cuyo gobierno es chiita, al menos tres mezquitas sunitas sufrieron ataques que, según Reuters, dejaron dos muertos. El primer ministro iraquí, Haider al Abadi, responsabilizó por los ataques al grupo terrorista Estado Islámico y a “los que se parecen a ellos”. Dijo que quienes atacaron las mezquitas forman “bandas criminales” y negó la posibilidad de que éste sea el episodio inicial de una nueva seguidilla de ataques sectarios.
Además de Irán e Irak, en varios países cuya población es mayoritariamente chiita hubo protestas por la ejecución del clérigo. En cambio Baréin, de mayoría chiita pero gobernado por una monarquía sunita, respaldó a Arabia Saudita, condenó los ataques contra su embajada en Teherán y rompió todos los lazos con Irán.
Lo mismo hizo Sudán, mientras que Emiratos Árabes Unidos, país cuyo gobierno es muy afín a Arabia Saudita, disminuyó sus relaciones con Irán pero sin llegar a romperlas. Tanto Sudán como Baréin acusaron a Irán de ejercer una peligrosa injerencia en la región. Además, Arabia Saudita pidió una reunión urgente de cancilleres de la Liga Árabe para condenar los ataques sufridos por su embajada en Irán.
La tensión en la región era seguida de cerca por varios países, entre otras razones porque Irán y Arabia Saudita integran el conjunto de estados involucrados en la búsqueda de una solución al conflicto en Siria. Con este aspecto presente, varios países occidentales pidieron moderación a Teherán y a Riad, mientras que, según la agencia de noticias rusa Sputnik Nóvosti, en la cancillería de Rusia ya se baraja la posibilidad de ofrecer que el presidente Vladimir Putin actúe como intermediario “para resolver los conflictos entre ambos países”.