El sandinismo se define como el gobierno de los pobres. Sin embargo, exoneró de impuestos los helicópteros, los yates y el salmón rosado, pero gravó el pollo y otros productos de consumo popular. La señal es demasiado obvia sobre los beneficios y los beneficiados. Liberar los consumos lujosos siempre fue para pocos y, siempre, esos pocos son los que gobiernan.
La cúpula dirigente nicaragüense sufrió una extraña transmutación. Aquellos muchachos que entregaron lo mejor de sí para derrocar al dictador Anastasio Somoza no tuvieron la misma entrega para devolver los bienes que ocuparon, aprobando sendas leyes a las apuradas al final del primer gobierno de Daniel Ortega para apropiarse de los patrimonios que, en todo caso, le pertenecen al pueblo. La “piñata” -así se llamó al despojo- fue un quiebre en la ética revolucionaria que no tuvo retorno. Luego todo estuvo permitido.
La victoria de la oposición liderada por Violeta Chamorro en 1990 fue, también, una victoria para la democracia instalada por el sandinismo. Los hechos, no las palabras, demostraron que las garantías y la rotación de partidos eran reales y, en consecuencia, el sandinismo, a pesar de su derrota, se fortaleció al fortalecer la democracia. La sucesión de hechos luego de la “piñata” pervirtió al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y pasó a ser un grupo logrero, más cercano a la mafia que a un partido político. Como tales, gobiernos de derecha y sandinistas pactaron el reparto del poder y de las prebendas. El sistema político nicaragüense sufrió un inmenso retroceso.
Los pactos entre el ex presidente Arnoldo Alemán y Daniel Ortega habilitaron reformas que facilitaron el retorno al poder del sandinismo. La versión más simple presentó el acuerdo como necesario para que Alemán tuviera fuero parlamentario eterno y evitar así la cárcel, en tanto que el sandinismo se beneficiaba también de la impunidad y de la rebaja de los requisitos para salir electos en primera vuelta. Pero nada es tan simple ni tan torpe. La derecha no fue tonta en el pacto por el que perdió el poder, ni el sandinismo fue sagaz. Simplemente fue un acuerdo de rotación entre miembros de la misma rosca, y en el caso del gobierno actual es la familia Ortega, como nueva dinastía, la que controla los resortes desde la política y la economía.
El poder económico
Los Ortega controlan 33% de las televisoras, la mayoría de las radioemisoras, y otro tanto vale para las tierras, amén del control de la riqueza desde el gobierno. Mientras tanto el modelo -felicitado por el Fondo Monetario Internacional con frenesí tecnocrático- tiene a 80% de sus trabajadores en la informalidad. La tierra, en ese país campesino, se distribuye hacia la riqueza. El 47% de los productores posee apenas 2,6% de las tierras agropecuarias, mientras que 3% concentra la propiedad de 38,5% del total de la superficie explotable. El sandinismo sostiene y reproduce la concentración y el poder de la oligarquía terrateniente, de la cual, además, forma parte.
El núcleo duro del gobierno se apropió de las remesas venezolanas transformándose así en el principal grupo económico nicaragüense y, tal vez, de toda la región. Los datos muestran cómo Ortega y sus compinches se apropiaron de 4.400 millones de dólares de la “regalera” bolivariana, “una suma colosal para ser gestionada privadamente en una economía del tamaño de la nicaragüense”, objeta, bien, el economista Enrique Sáenz en su estudio sobre el “despilfarro” y la pérdida de oportunidades. Obviamente, los controles brillan por su ausencia, así que Nicaragua es el festival de los negocios para toda la oligarquía, tanto la vieja como su nueva versión liderada por el poder familiar y burocrático. La gestión de fondos chavistas se triangula por medio de dos empresas, Petronic y Albanisa. El presidente de la primera es el vicepresidente de la segunda y, a la vez, es el tesorero del FSLN...
Los dólares bolivarianos tuvieron sus consecuencias; la compra de políticos al mejor postor mejoró la situación “parlamentaria” del gobierno, permitió la ruptura con Alemán y copar definitivamente las instituciones. De ahí a imponer reelecciones y fraudes como el de 2008 hubo un paso que no intranquilizó a la casta gobernante. Cuando la Unión Europea y Estados Unidos cancelaron programas y ayudas en protesta contra el robo electoral de 2008, la chequera chavista compensó largamente la falta. Todo siguió y fue peor. Así llegamos a un presente maravilloso en el que la desgravación del salmón, de los yates y otros lujos responde a que la Nicaragua sandinista tiene 210 multimillonarios, una cifra que supera, larga, la de los multimillonarios de Costa Rica, Salvador, Uruguay y Panamá, el paraíso del lavado. La fortuna de los nicas “asquerosamente ricos” creció a una tasa de 11% en 2014, mientras que el promedio centroamericano fue un poco más bajo de 5%.
Una economía en la informalidad, dependiente de las remesas -que llegan tanto desde Venezuela como desde Estados Unidos-, no se diferencia en nada de la clásica república oligárquica latinoamericana. Sumado a esto, el gobierno personal y personalizado basado en una dinastía familiar cierra definitivamente el círculo del atraso. El régimen de Ortega empujó a Nicaragua hacia la premodernidad. Es, históricamente, reaccionario.
La familia es lo primero
El gobierno anuló la participación. El FSLN es una caricatura de sí mismo, y sus organismos -ya sean congresos o direcciones- responden en exclusiva a la familia del poder. El nepotismo de Ortega raya lo insólito. Su esposa es candidata a vicepresidenta y sus hijos dirigen la economía. Uno de ellos, Laureano Facundo Ortega, con ínfulas operísticas, construyó un teatro para hacerse oír y aplaudir y trajo la inversión china a cargo del misterioso señor Wang Jing para un canal inviable que hipotecó la soberanía del país, pues a pesar de que la obra no se haga, las concesiones son tan amplias que transformará a Nicaragua en una factoría china, si no lo es ya. El otro, Rafael Ortega, controla el negocio petrolero. La Distribuidora Nicaragüense de Petróleos (DNP) es administrada por su esposa Yarida Leets. No hay una gota de combustible que no termine en la cuenta bancaria familiar. El control mediático quedó para los otros críos. Juan Carlos dirige canal 8; Maurice, el 4; Daniel Edmundo, el canal 9, y Carlos Enrique, el 6. La pequeña Camila se dedica a la pasarela y dirige Nicaragua Diseña, donde opera como “arbiter moda” para la sociedad chic sandinista.
La dupla gobernante buscó no sólo el acuerdo con la oligarquía tradicional, sino con los poderes simbólicos. Los pobres, cuando reciben alguna prebenda, agradecen a dios, al comandante y a su señora. Una nueva trinidad de esta tierra que dice tener un gobierno “sandinista, cristiano y socialista”, pero que poco tiene de cada cosa. La paz con la iglesia, en concreto con el cardenal Miguel Obando y Bravo, se selló con una nueva boda religiosa de la pareja gobernante, en la que renovaron votos mientras desde el gobierno bloquean el aborto, instalan la enseñanza religiosa y desalientan el divorcio.
Obando y Bravo fue proclamado, además, “Prócer de la Reconciliación y la Paz”. El acercamiento comenzó en 2002 cuando el principal protegido del cardenal, el magistrado del Consejo Supremo Electoral (CSE), Roberto Rivas Reyes, fue acusado de fraudes millonarios en la Comisión de Promoción Arquidiocesana. Cuando Obando pactó con Ortega, los cargos de corrupción fueron retirados y el bueno de Rivas no sólo fue reelecto magistrado, sino además nombrado presidente del CSE, donde aún permanece haciendo el fino trabajo de mantener la pureza electoral.
La dictadura
La paradoja es que todo este sistema económico, político y simbólico se instala desde un discurso radical, pretendidamente socialista y revolucionario. En realidad, el gobierno de Ortega es una dictadura y aspira a la permanencia a base de una transformación original: imponer el unicato como si fuera revolucionario, creando una situación como si fuera de consenso, en un sistema como si fuera un socialismo que, en realidad, mantiene intacto el poder económico y político de los grupos que encontraron en Ortega, su familia y en la perversión del sandinismo la mejor manera de instalar y mantener un sistema conservador. En lo político, la compra, el chantaje y el fraude más que demostrado, para llegar en realidad al objetivo último: la instalación del partido único. Maravilla analizar cómo el discurso de Ortega mantiene el estilo revolucionario a pesar de que la infraestructura que sostiene y promueve recrea un sistema de explotación y clasista. “El pluripartidismo no es más que una manera de desintegrar a la nación. Ese es el pluripartidismo: desintegrar a la nación, confrontar a la nación, dividir a la nación, dividir a nuestros pueblos”. Y el ejemplo, obviamente, es “Cuba [que] tiene un modelo donde no se divide al pueblo [...]”. Quizá esto explique la desesperación por instalar en todas las izquierdas latinoamericanas el rechazo a la democracia representativa, tal como intentaron imponer en la última reunión del Foro de San Pablo en El Salvador, sin mucha suerte pero sí con mucho ruido.
Ese es el camino de la Nicaragua sandinista. El golpe de Estado que terminó con la exclusión de los diputados opositores de la Asamblea Nacional y, por tanto, transformando el Parlamento en un órgano monocorde, no es más que el sueño del unicato hecho realidad, pero no en clave sesentista, sino para la plena satisfacción de los poderosos y los oligarcas. Un zigzag ideológico digno de un análisis mucho más profundo del que podemos siquiera esbozar aquí. ¿Estamos, entonces, ante una nueva modalidad de dominación de clase que de manera obscena se apropia de símbolos, discursos y estilos radicales para ponerlos a su servicio? Sin duda, y el unicato deriva en la dictadura.
Los compañeros del mundo
No es casual, tampoco, “la multialianza inconcebible” que pactó el sandinismo a escala planetaria. Putin y su nacionalismo ultramontano, la iglesia, tanto católica como ortodoxa, y por tercería la extrema derecha radical europea apoyada y financiada por Rusia, son poderes conservadores que sintonizan con esta izquierda bolivariana que visualiza el liberalismo, el pluralismo y la democracia representativa como anatema, y que con un discurso -sólo discurso- seudo radical, supone que puede atraer y dominar a la sociedad. Por supuesto, en esa dinámica aparecen los más extraños compañeros de camino. Así, por ejemplo, el embajador de Nicaragua en Uruguay es el italiano Maurizio Gelli, hijo de Lucio Gelli, fundador y gran maestro de la logia Propaganda Dos. El diario El Mundo lo acusó de querer lavar 1.200 millones de dólares de la fortuna paterna. Tal vez por eso la República de San Marino no aceptó sus cartas credenciales cuando el ex presidente Enrique Bolaños lo nombró cónsul.
Incluso el enemigo histórico se transforma en ayuda o cómplice. Estados Unidos decretó en setiembre la “Nica Act”, que busca sancionar al gobierno de Ortega por sus violaciones a la democracia. Si bien, por un lado, los estadounidenses hacen gala de su habitual torpeza prepotente victimizando al gobierno, ahora “agredido por el imperialismo”, no deja de llamar la atención que la “Nica Act” se haya aprobado en el Congreso a toda velocidad y de forma unánime. ¿Está preocupada la Casa Blanca por la democracia o porque ve que sus intereses en Nicaragua corren peligro? ¿Hasta qué punto la provisión de armas desde Moscú no precipitó la aprobación de sanciones debido a la pérdida de un mercado? ¿O es una advertencia para poder tener beneficios en los negociados nicaragüenses?
¿Elecciones?
El 6 de noviembre habrá elecciones en Nicaragua. Los partidos opositores están desmembrados, comprados o sin permiso para participar. Nicaragua vota pero no decide, y todos sabemos lo que va a suceder, no hay que ser un analista muy avezado.
Ortega logró transformar al sandinismo en un régimen, un sistema absolutamente articulado con control mediático y simbólico, donde el autoritarismo tomó las riendas, criminalizando la protesta, manipulando la realidad e instalando un sistema reaccionario utilizando las palabras que parieron las revoluciones. Asombroso, increíble e indecente.
Sin embargo, aún queda un tramo de la historia desde donde esa patria de poetas y revolucionarios tiene mucho para dar. Todavía hay en Nicaragua esa gente de buena madera, incorruptible, que saben y denuncian la dictadura familiar, la instalación de un totalitarismo oligárquico sin parangón.
Aquellos que han hecho de la democracia un principio y una forma de vida, del ser de izquierda una opción y del socialismo un camino no pueden quedarse callados. Liberales auténticos, creyentes en la democracia de todas las cepas y todos los rumbos, no pueden hacerse los distraídos. Callar es ser cómplice, y la complicidad nos transforma, también, en criminales. Nosotros no somos eso ni queremos esas compañías, pues Ortega y su régimen hace mucho, mucho tiempo que dejaron de ser nuestros aliados y nuestros compañeros.