El martes Donald Trump logró superar los 270 votos del Colegio Electoral que necesitaba para ganar y consiguió el pase a la Casa Blanca, sorprendiendo al mundo con un resultado que no pronosticaban las encuestas. Así empieza un camino nuevo e incierto en Estados Unidos.

En algunos estados todavía no había terminado el recuento de los sufragios al cierre de esta edición, pero Trump llevaba la indiscutida delantera y reunía un total de 290 votos en el Colegio Electoral, contra los 228 que alcanzaba su rival demócrata, según la cadena CNN. La contienda fue tan reñida que en un total de más de 119 millones de votos, la diferencia entre ambos candidatos fue de tan sólo 206.343 votos, y a favor de Clinton.

Esto se explica por cómo funciona el sistema electoral en el país. El presidente estadounidense es elegido por un Colegio Electoral integrado por 538 delegados de todos los estados. Para ser electo, un candidato debe tener la mayoría de los votos, es decir, 270. Los estados están representados en el Colegio Electoral de acuerdo con su número de habitantes. De esta forma California, que tiene 39 millones de habitantes, cuenta con 55 delegados, mientras que Vermont, con 626.000, tiene tres. Todos los delegados deben votar por el candidato que gane las elecciones en su estado, excepto en el caso de Maine y Nebraska, donde se aplica un sistema distinto. Por lo tanto, lo que importa en este sistema es quién ganó en cada estado y no por cuántos votos lo hizo. Tampoco es importante, a efectos del resultado, qué votación obtuvo cada candidato en el total del país. Por eso puede suceder que el candidato que gane las elecciones no sea el mismo que obtuvo más votos, tal como sucedió en las elecciones del año 2000, cuando George W Bush contó con 271 votos en el Colegio Electoral pese a que Al Gore tuvo el respaldo de 540.520 ciudadanos más.

Trump ganó en 30 estados y, además, se quedó con la mayoría de aquellos que son considerados clave, como Florida, Ohio y Pensilvania. Estos estados, a la vez, correspondían a los demócratas desde la última elección, junto con Iowa, Wisconsin y Michigan. El centro, el norte y el sur del país quedaron pintados de rojo en todos los mapas virtuales. Clinton, en tanto, triunfó en las costas este y oeste, en un total de 21 estados, y se quedó con bastiones importantes como California, Nueva York y Virginia. Sin embargo, no fue suficiente.

Una enorme parte de la victoria de Trump se debió a su capacidad para conquistar al llamado rust belt (“cinturón de óxido”), la zona industrial del sureste de Estados Unidos. Los resultados muestran que el empresario triunfó gracias al apoyo masivo de los estadounidenses blancos, obreros, rurales, sin título universitario y no sindicalizados descontentos con las elites políticas y económicas que gobiernan el país desde hace décadas.

Dentro de esas elites, esos votantes ubican a Clinton. Esta población está concentrada, precisamente, en esta región del país. Según medios como el diario The Washington Post, el discurso a favor de la fabricación nacional y contra el traslado de las empresas al extranjero para abaratar costos y el “robo” de puestos de empleo estadounidenses tuvo efecto en este electorado, que trabaja en un sector en crisis desde principios de los 2000, víctimas de la caída de la economía, la automatización del trabajo y la globalización.

La lectura de los resultados del martes también muestra que, si bien más mujeres votaron a Clinton (54%), la diferencia no fue tan amplia como se preveía, y el hecho de que existiera la posibilidad de llevar a la primera mujer a la Casa Blanca no incidió mucho en las votantes. Lo mismo pasó con los hombres: 53% apoyó a Trump y 41% a Clinton. El voto “anti Trump” entre los jóvenes -los llamados millennials- tampoco se consolidó de manera importante, aunque se nota la tendencia de este grupo a favor de la demócrata. Según los resultados parciales, 55% de los votantes de entre 18 y 29 años votaron a Clinton, y 37% eligió al empresario. Además, 8% optó por las otras alternativas.

El otro gran fracaso fue el voto de los hispanos, que prometían armar un “muro” para frenar el avance de Trump y que, sin embargo, no lograron reunir muchos más votos que los que llevaron a Barack Obama a la presidencia en 2012. Una de las muestras más ilustrativas es que Trump ganó en Florida, uno de los estados con más presencia hispana. Por otra parte, el voto de los negros descendió respecto de 2012 aunque permaneció fiel a la demócrata.

El Congreso, en tanto, mantendrá la mayoría republicana. Hasta ayer, los republicanos se adjudicaban 239 bancas en la Cámara de Representantes, frente a las 193 que alcanzaban los demócratas, en un total de 435, informó The Washington Post. En el Senado estaba más peleado: el partido de Trump alcanzaba 51 escaños, mientras que el de Clinton lograba 47, en un total de 100.

El pueblo unido

“Ahora es el momento de que Estados Unidos cierre las heridas de la división”, dijo Trump en su primera declaración pública después de ganar las elecciones. El futuro presidente, acompañado por su esposa Melania y sus cinco hijos, habló en un tono serio y conciliador, alejado de la oratoria agresiva que caracterizó su campaña electoral, y evitó mencionar sus propuestas más polémicas. Al contrario, prometió buenas relaciones con otros países, dijo que será un “presidente para todos los estadounidenses” y llamó a la “unidad”. Incluso pidió “orientación” y “ayuda” a sus detractores, para poder “trabajar juntos y unificar” el país. “Trabajando juntos vamos a empezar la tarea urgente de reconstruir nuestra nación y renovar el sueño americano”, agregó.

Trump también agradeció a Clinton por llamarlo por teléfono apenas se supieron los resultados y la felicitó por su trabajo durante la campaña y a lo largo de su carrera. “Hillary ha trabajado mucho tiempo y muy duro [...] y le debemos una gran gratitud por su servicio a nuestro país”, afirmó. Y aclaró: “Lo digo muy en serio”.

La ex secretaria de Estado, que no quiso dirigirse a sus seguidores el martes de noche, hizo su primera aparición luego de las elecciones ayer al mediodía. “Donald Trump va a ser nuestro presidente. Le debemos una mente abierta y una oportunidad de liderar”, dijo Clinton en Nueva York, acompañada por su esposo, Bill Clinton, y su hija Chelsea. La demócrata dejó claro que no discutirá el resultado de las urnas y confió en que Trump será “un presidente exitoso para todos los estadounidenses”. Además, reconoció que la del martes es una derrota que “duele” pero les pidió a sus seguidores que “nunca dejen de creer que luchar por lo que es correcto vale la pena”. Clinton animó a niñas y mujeres a que persigan sus sueños y lamentó no haber podido romper “el techo de cristal” y convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos, aunque se mostró convencida de que ese momento llegará. Finalmente, defendió que el “American dream” es “para todos” y agregó: “Para la gente de todas las razas y religiones, para hombres y mujeres, para inmigrantes, para personas LGBT y personas con discapacidades”.

Antes de que lo llamara Clinton, Trump recibió la llamada del presidente Barack Obama, que lo felicitó por su victoria electoral y lo invitó a ir hoy a la Casa Blanca para discutir la transición de poder. El mandatario habló desde la sede del gobierno 15 minutos después de que Clinton diera su discurso. “Estamos todos en el mismo equipo. No somos republicanos o demócratas primero, sino estadounidenses primero, patriotas primero, y todos queremos lo mejor para nuestro país”, dijo Obama acompañado por su vicepresidente, Joseph Biden. Le deseó a Trump “éxito” en su propósito de “unir y liderar” a Estados Unidos y prometió llevar a cabo una “transición pacífica”. También dijo que estaba “orgulloso” de Clinton y le agradeció por su “extraordinaria vida” dedicada al “servicio público”. A los jóvenes “decepcionados” les pidió: “No piensen que ustedes no pueden cambiar las cosas”.