Silvio Berlusconi fue el último jefe de gobierno que eligieron los italianos, en 2008, pero desde que dejó su cargo, en 2011, el Palacio de Chigi no volvió a ser ocupado por un primer ministro electo. El primero que pasó por el cargo desde entonces fue Mario Monti, que dirigió un gobierno técnico hasta las elecciones de 2013, que ganó el Partido Democrático, con Pier Luigi Bersani al frente. Pero Bersani nunca llegó a liderar el gobierno. En su lugar asumió Enrico Letta, quien se mantuvo hasta 2014, cuando llegó el entonces poco conocido alcalde de Florencia, Matteo Renzi, que renunció la semana pasada. Para Renzi, era necesaria una reforma electoral que frenara la sangría de gobiernos en Italia, que desde 2008 tienen una duración promedio de dos años. Dio algunos pasos en este sentido, pero su iniciativa de reformar el Senado fue rechazada en referéndum, por lo cual renunció al cargo y dejó otra vez a Italia sin gobierno.

Paolo Gentiloni fue el hombre designado por el presidente para dirigir el gobierno de Italia hasta que sea posible convocar nuevas elecciones. Al igual que Renzi, Gentiloni pertenece al Partido Democrático y, según sus primeras declaraciones, se respaldará en los mismos apoyos parlamentarios con los que contaba Renzi.

También afirmó que es “consciente” de “la urgencia” de contar con un nuevo gobierno “para reasegurar a los ciudadanos y enfrentar con máximo compromiso y determinación las prioridades internacionales, económicas y sociales, e iniciar la reconstrucción de las zonas golpeadas por el terremoto”. Por eso, agregó, se propone presentar la integración y el proyecto de gobierno lo antes posible.

Los partidos políticos italianos están divididos en dos tendencias claras después de la salida de Renzi. El oficialismo está integrado por la mayoría del Partido Democrático y dos partidos pequeños que hace años se escindieron del Forza Italia de Berlusconi: la Nueva Centroderecha y la Alianza Liberal Popular de las Autonomías, de Denis Verdini. Estos grupos consideran que el camino elegido por Mattarella es el mejor: un gobierno técnico que termine la reforma electoral y enfrente los compromisos urgentes de Italia -varios de ellos vinculados con una situación económica que todavía es mala-, para luego convocar a nuevas elecciones.

La oposición tiene a tres grandes referentes: el Movimiento 5 Estrellas, un partido antipolítica liderado por el cómico Beppe Grillo; la ultraderechista Liga Norte; y el partido Forza Italia, de Berlusconi. Los dos primeros exigen que las elecciones sean convocadas ahora y que Italia no vuelva a ser liderada por un político que no fue elegido por los ciudadanos. De hecho, el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte, así como la ultraconservadora Fratelli d’Italia, convocaron movilizaciones para respaldar este reclamo.

El Movimiento 5 Estrellas salió reforzado de las elecciones municipales de junio, en las que ganó el gobierno de varias capitales importantes en el país y, además, considera que la derrota del referéndum -por más de 20% de los votos- es un rechazo al Partido Democrático. Desde el oficialismo se lee el resultado electoral como una derrota de la propuesta específica de Renzi y no de todo su partido.

El partido de Berlusconi, que viene bastante atrás en las encuestas y tiene a su líder inhabilitado hasta 2019, tampoco quiere elecciones ahora, aunque sí ha protestado porque había pedido que el primer ministro designado fuera un técnico y no un político del Partido Democrático.

Hombre de partido

Gentiloni fue uno de los primeros nombres importantes del Partido Democrático en respaldar a Renzi cuando quiso convertirse en primer ministro. Una vez que eso se concretó, fue designado ministro de Relaciones Exteriores. Esa fue su segunda participación en un gobierno: de 2006 a 2008 fue ministro de Comunicaciones de Romano Prodi.

Medios y políticos italianos lo describen como un buen negociador, un hombre conciliador y a la vez firme, que ha sabido dialogar en contextos difíciles, como la crisis de refugiados del año pasado, que Italia vivió con más intensidad por ser uno de los puntos de llegada de inmigrantes por el Mediterráneo.

Gentiloni recibió todo el respaldo de Renzi, que publicó en Facebook una carta en la que asegura que no tendrá injerencia en el nuevo gobierno y se compromete a “volver a intentarlo”. Afirma: “Hay millones de luces que brillan en la noche italiana. Intentaremos reunirlas de nuevo”. Para convertirse en primer ministro, el ex canciller deberá ser ratificado en el Parlamento, algo que se prevé que suceda esta semana.

Algunos problemas

Los diagnósticos sobre Italia coinciden en que habrá dos grandes escollos para el nuevo gobierno italiano. Uno de ellos es la reforma electoral, que fue dividida por Renzi en dos partes. La primera, que refiere a la Cámara de Diputados, fue aprobada en el Parlamento pero se presentaron recursos en su contra ante el Tribunal Constitucional, que tomará una decisión el 24 de enero. La segunda parte de la reforma afecta a la Cámara de Senadores y también había sido aprobada en el Parlamento, pero por una cantidad de votos insuficiente, por lo que Renzi tuvo que convocar al referéndum. Ahora Gentiloni deberá acordar una nueva reforma que cuente con los votos suficientes en el Parlamento para no tener que ir, otra vez, a una consulta popular.

El otro gran escollo es económico. Según la Unión Europea (UE), el presupuesto aprobado para Italia para 2017 no garantiza que el país cumpla con el límite de déficit fiscal que se exige a los países del bloque. Se prevé que la UE exija a este gobierno o al próximo otras medidas económicas que le permitan no cruzar el límite.

Otra dificultad económica surgió en los últimos días: el banco Monte dei Paschi di Siena. Este banco, el más antiguo del mundo, es el exponente más dramático de la crisis que atraviesa el sector bancario de Italia. El Monte dei Paschi di Siena nunca llegó a recuperarse de la crisis financiera de 2008, y a mitad de año el Banco Central Europeo (BCE) le exigió que redujera a la mitad el volumen de dinero que tenía en préstamos morosos: de 46.900 a 32.600 millones de euros. La legislación bancaria italiana indica que quienes tengan depósitos superiores a 100.000 euros en los bancos deberán colaborar si estos precisan una inyección de capital, por lo que la notificación del BCE generó una gran salida de capitales.

El gobierno de Renzi compró 10% de las acciones del banco para colaborar con la solución, pero fue insuficiente. Finalmente, el BCE aceptó un plan del Monte dei Paschi di Siena, que implica una capitalización de 5.000 euros que debe concretarse antes de que termine el año. El banco pidió al BCE una prórroga hasta el 20 de enero, con el argumento de que las dificultades políticas que atraviesa Italia frustraron varias posibilidades de inversión. El viernes la agencia de noticias Reuters informó que el BCE se negó a ampliar el plazo, algo que no fue confirmado por ninguna de las entidades.

Aun así, la noticia generó nuevas salidas de capitales que llevaron a que el viernes el banco suspendiera su cotización en la Bolsa de Milán en varias oportunidades debido a las grandes caídas que estaban sufriendo sus acciones. Si el banco no logra sustentar su recuperación, la salida sería un rescate estatal. Según el diario italiano La Repubblica, el Ministerio de Economía ya tiene redactado un decreto para proceder con el rescate pero quiere esperar hasta el último momento para ver si no surge alguna otra alternativa.