El centroizquierdista Matteo Renzi se jugó el cargo de primer ministro buscando reformar la Constitución italiana, a la que muchos responsabilizan por la proverbial inestabilidad política que el país vive desde hace años. El sistema bicameral vigente impone enormes retrasos en la tramitación de las leyes (ambas cámaras tienen las mismas prerrogativas y deben ser consultadas para tramitar cualquier ley) y Renzi buscaba cambiarlo para ir hacia una gestión más ágil, algo particularmente necesario para la economía del país, que se encuentra estancada desde hace más de ocho años. Pero como en el brexit en Gran Bretaña, el pueblo dijo No, Renzi se fue y las reformas económicas siguen esperando.

Ahora Italia deberá afrontar con un nuevo gobierno, que seguramente tenga escaso apoyo político, un período con indicadores económicos y sociales en franco deterioro y un sistema bancario que hace equilibrio en una cuerda.

Según datos de Eurostat, la oficina europea de estadísticas, la tasa de desempleo en Italia -el indicador por excelencia de la actividad económica- se mantiene desde 2013 en 12% de la población activa. En 2007, antes de la crisis financiera global, la proporción de desempleados en Italia era de las más bajas de la Unión Europea (UE): apenas 6,1%, por debajo de Alemania, Francia y España, por nombrar algunos de los principales socios italianos en el bloque.

Si bien superó la depresión que vivió entre 2008 y 2012, el nivel de la actividad económica sigue planchado. En 2015, el Producto Interno Bruto (PIB) de Italia creció a un ritmo cansino de 0,7%, y se prevé que 2016 cierre en un magro 0,8%. Italia sigue teniendo, en valores absolutos, la tercera economía europea, pero si se hace la comparación con el tamaño de la población, la cosa cambia. El PIB per cápita de los italianos se situó en 27.000 euros en 2015, sin crecimiento durante los últimos años.

La falta de crecimiento del PIB desde 2007 tiene fuertes consecuentes en la relación deuda pública/PIB. Solamente Grecia tiene un peor ratio en la UE, lo que es mucho decir. En 2015, el endeudamiento de las administraciones italianas alcanzó 132% del PIB del país cuando la media del bloque es 82,5%. Estos niveles de deuda, sumados a la mala perspectiva económica, plantean al sector público italiano y a su banca enormes dificultades para acceder al financiamiento en los mercados.

El capítulo sobre su sistema bancario es el más delicado. Permanecía hibernando en espera de un resultado favorable al gobierno en el referéndum, pero no llegó. Para el diario especializado The Financial Times, ocho bancos italianos corren riesgo de quiebra, aunque la situación más grave la vive el banco Monte dei Paschi di Siena, el tercero en tamaño en el país, que necesita una ampliación de capital de 5.000 millones de euros. El sector financiero italiano tiene créditos de difícil cobro por valor de 350.000 millones de euros, lo que obliga a algunos bancos a recapitalizarse.

Italia es el país europeo en el que, en promedio, los ciudadanos trabajan menos años. En 2015, la expectativa de vida laboral de un ciudadano italiano se encontraba en 30,7 años, muy por debajo de los países nórdicos, pero también de España (34,9), Alemania (38), Francia (34,9) y Portugal (36,8).

Como consecuencia de los problemas en las finanzas públicas Italia es también uno de los países con menor inversión pública en servicios. En 2006, el gasto público en educación se situaba en 4,5% del PIB y en 2014 bajó a 4,1%. En 2006, Italia estaba entre los cinco países que más invertían en salud, pero en 2015 se situó en el 12º lugar.

Brutto

La importancia que aún tiene Italia en la UE -es uno de los fundadores del bloque y es el tercer PIB- lleva a las cancillerías de la región a seguir con interés los acontecimientos de ese país. La victoria del No en el referéndum fue un nuevo balde de agua fría, y se prevé que pueda generar que Italia entre en un período de mayor inestabilidad, con repercusiones negativas para el resto de Europa.

La decisión de Reino Unido de dejar la UE, lo impredecible de la política estadounidense con el gobierno de Donald Trump, y esta nueva incertidumbre política en Italia, suman nuevos riesgos para las economías europeas.

Tanto en Italia como en el resto de la UE, el referéndum se vivió como una votación en la que quienes estaban a favor de las reformas de Renzi eran aquellas personas que apoyan la integración, mientras que los que las rechazaban eran los descontentos con el bloque.

Esta tendencia “antieuropea” genera preocupación de cara a las elecciones en tres de los principales países europeos: Alemania, Francia y los Países Bajos, en las que los euroescépticos pueden mejorar (todavía más) su caudal electoral. Aunque las recientes elecciones presidenciales en Austria mostraron una derrota de la ultraderecha antieuropea, Europa va en dirección al debilitamiento de su integración y a la revalorización de los intereses nacionales. Una historia conocida.