“No somos ñoquis. Somos los que limpiamos las calles, cuidamos a los pibes en las escuelas y a los enfermos en los hospitales: no nos van a dividir de nuestro pueblo”, dijo el secretario general de ATE, Hugo Cachorro Godoy, ante la multitud que se concentró en Plaza de Mayo. Según ATE, durante lo que va del gobierno macrista ya hubo 21.000 despidos. Bajo un sol radiante de mediodía y con casi 30 grados de temperatura, Godoy se refirió a la devaluación y a la millonaria transferencia a los agroexportadores y a las mineras transnacionales. “Es plata que les cede el Estado de nuestros aportes para que maximicen ganancias”, dijo.

Un día antes del paro, el ministro de Modernización -una dependencia nueva-, Andrés Ibarra, fue desafiante: dijo que todavía se analizan 25.000 contratos más y que “puede haber más casos en los que no se renueven”. El secretario de ATE respondió: “Modernización no son despidos, no son salarios de hambre, no es precariedad”.

El paro se convocó en un momento caliente: la devaluación se agudiza -el dólar pasó de casi diez pesos a más de 15 en tres meses- y aunque no existen datos oficiales, hay un alto nivel de inflación. Además, las clases deberían empezar el 29 de febrero, pero todavía no se llegó a un acuerdo con los gremios que lo garantice. Los trabajadores piden un aumento que ronde el 40%, mientras que el gobierno propone uno que se sitúe entre 20% y 25%. La negociación salarial en educación es simbólicamente potente y condiciona las negociaciones de otras ramas.

Entre paraguas para amortiguar el sol y petardos, el acto se inició con el reclamo de la apertura de las paritarias -las negociaciones colectivas- para los estatales y un cuestionamiento a la “judicialización” de la protesta social. Con el nuevo Protocolo de Actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado en Manifestaciones Públicas que anunció la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, el gobierno pretende regular las movilizaciones y “ordenar” la cobertura de los periodistas con un corralito. El objetivo, según argumentaron, es evitar el corte de calles -los manifestantes deberán avisar cómo, cuándo y por dónde marcharán-.

Bullrich decidió que el paro fuera el debut del protocolo, y el lunes convocó a los organizadores a una reunión para “adecuar” la movilización a los nuevos parámetros. Pero ninguno de los dirigentes fue al encuentro. Contra lo esperado, la presencia de policías fue escasa ayer. “¡Metete el protocolo en el culo! Dijeron que nos iban a dejar cinco minutos y nos echaban. ¡Acá estamos!”, gritó una señora de unos 50 años en medio del acto. Sitios web de noticias y la televisión titulaban ayer: “No se aplicó el protocolo”.

Mientras tanto, arriba del escenario había dirigentes de una pluralidad de espacios. El secretario de ATE Capital agradeció la presencia de Hugo Yasky y Pablo Micheli, representantes de las dos ramas de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), que se dividió durante el kirchnerismo. El ascenso del macrismo abre un nuevo escenario y el paro sirvió, al menos simbólicamente, para acercar posturas.

Aunque fue masiva, la medida de los estatales no alcanzó a tener la fuerza de un paro general, porque el mundo sindical argentino está fragmentado. Las organizaciones sindicales más importantes -metalúrgicos, transporte, camioneros- son parte de la Confederación General del Trabajo, cuyos principales dirigentes se reunieron con el presidente el 11 de febrero en la casa de gobierno. Macri logró la foto que quería. Algunos de los apoyos ya se venían palpitando. Frente a las picantes paritarias, el titular del gremio de los empleados judiciales, Julio Piumato, había dicho: “No es momento para que los trabajadores saquen ventaja”.

Ante la multitud movilizada, Godoy se refirió a ese encuentro en la Casa Rosada. Calificó a los líderes sindicales de “burócratas, alcahuetes y botones”, y dijo: “Dicen que echan ñoquis, pero todos sabemos que están des- pidiendo trabajadores”.

Después de que terminara la movilización, pasadas las 14.00, el palacio presidencial se vistió de seda para que Macri recibiera al presidente francés, François Hollande. Días antes pasaron por la Casa Rosada el primer ministro italiano, Matteo Renzi, y el presidente búlgaro, Rosen Plevneliev.

El próximo gran evento diplomático es la llegada de Barack Obama, prevista en una fecha significativa: el 24 de marzo se cumplen 40 años del golpe de Estado y, como todos los años -o quizá más-, se espera una gran movilización. Obama tiene en agenda la visita al Espacio Memoria y Derechos Humanos de la ex Escuela Superior de Mecánica de la Armada, una decisión que varios organismos de derechos humanos repudiaron.