Todo empezó el 9 de marzo, cuando el gobierno francés presentó formalmente la reforma de la Ley de Trabajo. Unos días antes, la filtración de algunos puntos de la nueva legislación laboral había generado el rechazo de los sectores políticos de izquierda y de movimientos sindicales y estudiantiles. Pero ese día, miles de estudiantes, trabajadores y jubilados -según los medios franceses, cerca de 70.000 personas- salieron a la calle para oponerse a una ley que a su entender perjudica a los trabajadores para beneficiar a los empresarios.

La nueva ley, en realidad, fue el disparador de un malestar colectivo que se contenía desde hacía meses. Cuando los distintos colectivos se dieron cuenta de que el gobierno no iba a ceder ante su reclamo principal, el de descartar por completo la nueva ley de trabajo, decidieron que debían organizarse. Fue entonces que nació el espíritu de la Nuit Debout, que se erigió como un movimiento sin líderes -en el que las decisiones se toman de forma democrática mediante asambleas populares- y enfocado en contra de la reforma laboral y de otras políticas del gobierno francés.

La “noche de pie” salió a la calle el 31 de marzo, fecha en que la consigna fue mantener la protesta durante toda la noche, y desde ese día la convocatoria reúne a cientos de personas que se instalan cada noche en la Plaza de la República de París para protestar pero también para debatir y buscar soluciones a un modelo que consideran “dañino”. El llamado a resistir ese primer día, que surgió del colectivo Convergencia de Luchas, fue: “Este sistema nos es impuesto, gobierno tras gobierno, al precio de múltiples fórmulas de negación de la democracia. El proyecto de la reforma laboral será frenado y [el primer ministro francés] Manuel Valls caerá. No volveremos a casa después del 31 [de marzo] mientras sigan empecinados en construir un mundo para nosotros, pero contra nosotros”. Para los manifestantes, Valls encarna el giro “liberal” del gobierno socialista francés. El domingo hubo incidentes cuando cientos de personas quisieron manifestarse en la puerta de la casa del primer ministro, que vive cerca de la plaza, y ocho personas fueron detenidas.

Después de 11 días de concentraciones en la simbólica plaza francesa, Valls anunció el lunes un plan para favorecer el acceso de los jóvenes al empleo: reunido con representantes de las principales organizaciones estudiantiles del país, puso sobre la mesa un presupuesto de 500 millones de euros para impulsar becas, ayudar a los que buscan su primer trabajo y fomentar los contratos por tiempo indefinido. Después de ese encuentro, el presidente de la Unión Nacional de Estudiantes Franceses, William Martinet, dijo a la prensa que estaba “satisfecho” con las medidas anunciadas por el primer ministro porque van en la dirección de sus reivindicaciones, pero que no resuelven todos los problemas y tampoco solucionan los que causaría la reforma laboral, como la “precariedad” de los contratos de los trabajadores jóvenes. Por estas razones, los manifestantes continuarán con las movilizaciones y seguirán exigiendo la exclusión de la reforma laboral.

Por el momento, los “indignados” franceses -inspirados en el movimiento de los indignados españoles que en 2011 acamparon frente a la sede de gobierno y en el movimiento estadounidense Occupy Wall Street de ese mismo año- mantienen la medida y siguen de pie en la calle. Mientras tanto, Hollande está perdiendo el apoyo de la izquierda y gana aplausos desde los sectores de derecha, un síntoma que en su Partido Socialista perciben con recelo.