Hace diez meses, el diario The Huffington Post anunciaba que no cubriría la campaña electoral de Donald Trump en la sección de política sino que la relegaría a la de espectáculos. “No vamos a dejarnos engañar”, decía. Desde entonces, Trump no paró de crecer en las primarias, y ayer el editorial de The New York Times titulaba que el Partido Republicano “ahora es el partido de Donald Trump”. El diario citaba a Henry Olsen, analista de un centro de estudios políticos conservador, Ethics and Public Policy Center, que dijo: “Estoy viendo cómo un partido político de 160 años se suicida”.
La presencia de Trump marcó una campaña en la que quedaron por el camino los candidatos más moderados y también los más vinculados a la dirigencia del partido. Uno de los que aparecían como favorito, Jeb Bush -ex gobernador de Florida, hijo y hermano de presidentes, representante de la elite política-, abandonó la carrera en febrero por falta de votos. Trump dijo entonces que Bush era un buen candidato pero que estas elecciones no eran su momento. El último aspirante a la candidatura que contaba con el respaldo de la dirigencia republicana era John Kasich, que ayer también se retiró.
Además del fracaso de la dirigencia del partido frente a un candidato proveniente del mundo de los negocios y de los reality shows, los republicanos sufrieron una radicalización política en esta campaña.
“México manda a su gente, pero no manda lo mejor. Está enviando gente con un montón de problemas [...]. Están trayendo las drogas, el crimen, los violadores”, decía Trump meses atrás, y frases como esas se acumularon sin que perdiera apoyo. “Tengo a la gente más leal. ¿Alguna vez vieron algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”, llegó a decir.
Su discurso ultranacionalista y xenófobo muchas veces les quitó protagonismo a otras expresiones de la extrema derecha estadounidense, una derecha religiosa radical que fue su mayor competencia en estas primarias. Su principal representante fue Ted Cruz, el candidato que aparecía como el único que podía ganarle a Trump.
En la defensa de posiciones ultraderechistas, Cruz competía con el millonario que propone prohibir la entrada de musulmanes al país, construir un muro en la frontera con México y prohibirles a los mexicanos que manden remesas como castigo a ese país por no frenar la migración. Si bien Cruz tenía posiciones duras contra la migración irregular, su agenda tenía otras prioridades, como su rechazo al aborto incluso en caso de violación o su combate al matrimonio homosexual. Uno de los últimos enfrentamientos que mantuvieron giró en torno a una ley de Carolina del Norte que obliga a los transexuales a utilizar los baños públicos según el sexo que consta en su partida de nacimiento. Trump argumentó que era mejor eliminar esa ley porque antes de que existiera casi no había quejas al respecto, pero Cruz opinó: “No deberíamos facilitar que niñas pequeñas queden solas en los baños con hombres adultos”.
Tampoco Cruz era un candidato que recibiera el apoyo de la dirigencia del partido. Si JK Rowling, la autora de Harry Potter, llegó a decir que Trump “es peor que Voldemort”, un destacado dirigente republicano, el ex presidente de la Cámara de Representantes John Boehner calificó a Cruz de “personificación de Lucifer” y de “miserable hijo de puta”. No se olvidaba de cuando Cruz lideró, junto a la derecha del partido, un bloqueo de fondos en el Congreso a la reforma sanitaria del gobierno, en 2013. Esa medida causó el cierre parcial de la administración por más de dos semanas, dejó a cientos de miles de trabajadores estatales sin empleo por ese período, y afectó la imagen pública del Partido Republicano.
A esta altura del proceso de elecciones, la apuesta de Cruz a la derecha religiosa está perdida. En cambio, Trump sigue en carrera, y las voces moderadas en el partido suenan alarmadas.