-¿Qué desafíos enfrentan actualmente las mujeres en América Latina? ¿Se puede hablar de su situación en clave regional?

-Hay una posibilidad de aproximarse a la agenda de la igualdad en clave regional, efectivamente. Allí nos encontramos con un panorama de luces y sombras. De luces, porque la región ha sido pionera en muchas reivindicaciones relacionadas con la igualdad entre mujeres y hombres y el empoderamiento de las mujeres. Es la región que tiene niveles más altos de participación política, por ejemplo. Hoy ya estamos hablando de democracia paritaria y de paridad como una aspiración de la región. El siguiente paso es la conformación de un Estado paritario que no sólo asegure que las mujeres lleguen a puestos de decisión sino que, además, promueva la igualdad en su propio funcionamiento. El segundo tema tiene que ver con el aspecto económico. La participación de la mujer en el mercado laboral pasó de 40% en 1990 a 53% en 2013; en ese terreno ha habido transformaciones importantes, pero no suficientes. Aun con ese aumento, la participación de las mujeres en el mercado laboral sigue siendo 20% o 30% menor que la participación económicamente activa de los hombres. Además, el desempleo femenino es más alto, tenemos brechas salariales y las mujeres jóvenes están en gran desventaja en relación con los hombres jóvenes, a pesar de que ellas logran mejores niveles educativos. El tercer tema es el de la eliminación de la violencia contra las mujeres. América Latina y el Caribe tienen los números más altos de femicidios a nivel global. Las mujeres de entre 15 y 49 años que son víctimas de muertes violentas lo son en el contexto de relaciones personales, entonces ahí también hay una serie de desafíos importantes que la región tiene que enfrentar. Hay avances en este tema: una gran cantidad de países de la región ha aprobado leyes que tipifican el femicidio y que hacen visible la especificidad de la violencia contra las mujeres y las dinámicas que están asociadas a este delito. Igualmente, hay buenas prácticas dedicadas a la recolección de datos, el monitoreo de los casos y la atención, para enfrentar la violencia contra las mujeres y cubrir todo el ciclo desde la prevención hasta la reparación a las víctimas y sus familias.

-En la propia región hay diferencias notorias, además.

-Hay regiones con niveles de violencia más altos, que requerirán una acción decidida. Es el caso del triángulo norte de Centroamérica [El Salvador, Honduras, Guatemala], donde los niveles de violencia contra las mujeres son altísimos y se expresan de muchas maneras, y donde las tendencias muestran un deterioro en los últimos años. No parecería que vamos a poder revertir esas tendencias en el corto plazo.

-Mencionaba el caso particular de Centroamérica, una zona que acoge fenómenos como el de las maras, muy masculino y patriarcal. Distintas organizaciones civiles señalan que El Salvador es uno de los países más peligrosos para las mujeres y que muchas deciden integrar estas pandillas para escapar de la violencia. ¿Hay un seguimiento en este sentido?

-El fenómeno de la violencia social en Centroamérica tiene múltiples aristas. Probablemente, de lo que más se habla es del fenómeno de las maras, pero es importante reconocer que en la manera en la que operan las maras también se cruzan dinámicas de género. Encontramos testimonios de mujeres, en El Salvador, que nos cuentan que no tienen otra alternativa que integrar las maras, porque hay una verdadera amenaza a su vida. Pero esa en sí misma es una forma de violencia, no una solución. Se toma una decisión para escapar de la violencia, pero se hace por coerción y por miedo, y eso es violencia. Por otro lado, está el abuso sexual en las comunidades en Centroamérica o el control sobre el comportamiento de las mujeres. Para las mujeres de esta región, llevar a los niños y a las niñas a la escuela o salir a trabajar es casi que un trabajo cotidiano de supervivencia. Las tasas de femicidio en Centroamérica sobrepasan los 10 por 100.000 habitantes. La OPS [Organización Panamericana de la Salud] considera que si está por encima de 10 es un tema de salud pública. No estamos viendo tasas por encima de 10 de muertes violentas de hombres y mujeres, sino solamente de mujeres. El tema de los femicidios en Honduras, El Salvador y Guatemala es entonces un asunto de salud pública. Fíjate que de los 25 países que tienen mayores tasas de femicidios en el mundo, 14 están en América Latina. Es la región más violenta si lo vemos desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, y si lo vemos desde el punto de vista de la violencia contra las mujeres, también. Entonces no podemos ser complacientes, tenemos que asegurar que todas las mujeres puedan vivir una vida que sea verdaderamente humana, digna, satisfactoria, porque estar bajo amenaza constante no es vida. La violencia es un factor inhibitorio de todo lo demás: participación política, empoderamiento económico, disfrute de la vida.

-En abril, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, que se enfrentaba en ese momento a la posibilidad del impeachment, dijo al diario The New York Times: “¿Por qué quieren que renuncie? Porque soy mujer y porque piensan que soy frágil”. ¿Considera que hay un vínculo entre la decisión de iniciar el juicio político contra Rousseff y el hecho de que sea mujer?

-Las dinámicas de género permean todas las dimensiones de la vida de nuestras sociedades, y la política no es una excepción. Hay preocupación por los niveles de participación de mujeres en la política, pero las democracias requieren mujeres en puestos de liderazgo. Las mujeres que llegan a esos puestos tienen que contender con una serie de fenómenos que sus pares hombres no tienen que enfrentar. ¿A qué hombre se le cuestiona cómo anda vestido o si tiene o no tiene esposa? Esas son preguntas que a los hombres no se les hacen. ¿Por qué se las hacen [a Rousseff]? Sí, porque es mujer.

-Pero, ¿percibe un vínculo directo con este asunto en particular?

-Me parece que ella lo responde muy bien en ese artículo que citas. Hay unas dinámicas, unos cuestionamientos, que sólo se pueden explicar por el hecho de que sea mujer. Cuestionamientos que no se le harían a un hombre con una investidura como la que tiene la presidenta.

-¿Cómo cree que son percibidas las presidentas en la región?

-Las mujeres que entran en la política son objeto de un escrutinio que difiere mucho del tipo de escrutinio que se hace a los hombres. Permanentemente se da la exigencia de comprobar que están al nivel y a la medida de la tarea que se les ha encomendado. Las presidentas no son la excepción. Eso le pasa a la líder comunitaria, a la mujer parlamentaria, a la directora de una empresa del sector privado, y le pasa en mayor medida a la presidenta, una figura de tanta visibilidad. En ONU Mujeres hemos estado trabajando mucho el tema de la violencia política, haciendo notar que es una de las múltiples formas de violencia que existen y que sufren las mujeres. Son las situaciones que viven las mujeres una vez que entran en el espacio de la política, y que tienen que ver con estas dinámicas de género: que te publiquen fotos personales, que te cuestionen cómo estás vestida, que haya comentarios de corte moralista que no se darían en el caso de los hombres. Es una discusión que se está dando en la región. Sucede que mientras intentan aumentar su liderazgo, las mujeres se van encontrando en el camino con lo mismo que encuentran en otros espacios laborales: hostigamiento sexual, dificultades para participar en los espacios informales -que son tan importantes socialmente en la política-, y creo que más recientemente hemos sido capaces de identificar otro conjunto de obstáculos, que tienen que ver con la violencia política que hoy se expresa en las múltiples modalidades de comunicación. Ahora ya no solamente es lo que te pueda pasar cuando estás en el Parlamento, por ejemplo, sino todo lo que se puede decir de las mujeres que están en política en las redes sociales. Para esto, vamos a tener que pensar una estrategia.