Si bien el camino de Trump hacia la Casa Blanca se despejó esta semana cuando Ted Cruz y John Kasich abandonaron el proceso de primarias, el candidato todavía tiene que conquistar a un Partido Republicano, que nunca lo quiso en la competencia. En estos días, varios legisladores republicanos anunciaron que no respaldarán a Trump si llega a alcanzar la nominación. Entre ellos, figuran pesos pesados del partido, como los Bush. El miércoles los ex presidentes George HW Bush (1989-1993) y George W Bush (2001-2009) descartaron apoyar a Trump y se desvincularon por completo de las elecciones de este año. Hace unos meses, padre e hijo apoyaron en las primarias al menor de los políticos de la familia, el ex gobernador de Florida Jeb Bush, que abandonó la competencia interna a 20 días de su comienzo, después de fuertes enfrentamientos con Trump.
Otro de los mayores críticos de Trump dentro de su partido es el senador por Carolina del Sur Lindsey Graham, que tras conocer la victoria del empresario en las primarias de Indiana dijo en su cuenta de Twitter que su candidatura “destruirá” a los republicanos. Por su parte, el senador por Nebraska, Ben Sasse, afirmó: “Un candidato presidencial que presume de lo que va a hacer durante su ‘reinado’ y se niega a condenar al Ku Klux Klan no puede dirigir un movimiento conservador en Estados Unidos”. Distintos medios estadounidenses y agencias internacionales publicaron esta semana testimonios de legisladores republicanos y de votantes de este partido que afirmaban que, en caso de tener que elegir en noviembre entre Clinton y Trump, se inclinarían por la candidata demócrata.
Otros legisladores, en cambio, dejaron clara su voluntad de derrotar a Clinton en las elecciones de noviembre e hicieron público su respaldo a Trump. Uno de ellos fue el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, que declaró el miércoles en un comunicado que está comprometido con “apoyar al candidato elegido por los votantes republicanos” para así “prevenir lo que sería un tercer mandato de Barack Obama”, en referencia a un eventual triunfo de Clinton, quien se presenta como continuadora de la gestión del actual presidente. Dijo además que el triunfo de Trump ayudaría a “restablecer” la “seguridad económica y nacional después de ocho años de un demócrata en la Casa Blanca”. El senador y ex candidato presidencial John McCain dijo algo parecido.
Precisamente, el otro gran obstáculo entre Trump y la Casa Blanca es Hillary, contra quien se enfrentaría en noviembre si el proceso de primarias sigue con el mismo ritmo. Clinton es una de las figuras con mayor experiencia en la política de Estados Unidos y una de las más identificadas con el establishment. Representa, en este sentido, todo lo opuesto al empresario, que proviene de los negocios inmobiliarios y los reality shows. Después de una campaña en la que insultó y ofendió a latinos, musulmanes, mujeres, negros, discapacitados y a los propios conservadores, Trump tiene a una buena parte del país en su contra. Además, esas minorías son territorio conquistado hace años por Clinton, otro elemento que le da ventaja sobre el empresario. Las últimas encuestas de intención de voto ubican a Trump seis puntos por debajo de quien podría convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos.
El miércoles, en declaraciones a la cadena NBC, Trump aseguró que podrá “unir a la mayor parte” del partido, pero reconoció que “hay otra parte” que “no quiere”. Agregó: “La gente va a votar por mí, no al partido”.
Por otro lado, un estudio publicado ayer por el Centro de Investigación Pew concluyó que 85% de los que dijeron que apoyaban a Trump consideran una “amenaza” a los refugiados que llegan a Estados Unidos desde Irak y Siria. A fines del año pasado, el empresario dijo que si es electo presidente prohibirá el ingreso de los musulmanes al país y deportará a 11 millones de inmigrantes ilegales.