La discusión sobre quedarse o salir de la Unión Europea (UE) -decisión que se tomará en el referéndum del jueves- divide a Reino Unido de formas poco obvias. No alcanza con pensar en términos de izquierda-derecha ni de ricos-pobres. Tampoco sirve seguir a rajatabla la pista del clásico antagonismo entre tories y laboristas, porque el debate corta transversalmente a los dos principales partidos. Tanto en el “leave” (irse) como en el “remain” (permanecer) coexisten universos heterogéneos y absolutamente irreconciliables.

Los argumentos de derecha para el leave se centran en la idea de que la inmigración europea se beneficia de los planes sociales ingleses. Los de la izquierda ponen el peso en que la UE es una invención y un triunfo del orden neoliberal. En ambos casos, se trata de una reacción disruptiva, antiestablishment. Richard Gott, historiador y periodista, partidario del Lexit -un juego de palabras que entremezcla la palabra exit con leave- dijo a la diaria: “Vino [el presidente estadounidense, Barack] Obama y apoyó a [el primer ministro británico, David] Cameron en su campaña por el remain. También habló [la canciller alemana, Angela] Merkel, el presidente del Banco Central de Inglaterra, la del FMI, la gente de la city de Londres. Cuando escuché que hasta el arzobispo habló del tema me decidí a oponerme”.

Las ganas de salir son fuertes en el interior del país. En Londres, la ciudad cosmopolita que acaba de elegir alcalde al laborista y musulmán Sadiq Khan, se espera que arrase el remain. Cameron, que pone hasta su cabeza en juego en esta elección, hizo una campaña técnica, pragmática. La estrategia fue agitar, en clave económica, el fantasma de la incertidumbre que podría sobrevenir luego de un eventual leave. Durante la campaña la libra cayó y los signos de interrogación se multiplicaron. Hasta el presidente de la Premier League, Richard Scudamore, salió a manifestarse contra el brexit: “Sería incongruente que apoyáramos la salida”. El negocio del fútbol es sólo uno de los rubros que se verían afectados.

Reino Unido hoy mantiene autonomía en su política migratoria: pertenecer a la UE no es sinónimo de pertenecer al espacio Schengen, que, desde 1995, establece el libre tránsito de personas en el bloque. Tampoco tiene moneda unificada, sino que mantiene la libra esterlina. Sin embargo, la eventual salida endurecería la relación con Europa central, a la que Reino Unido exporta más de la mitad de su producción.

Según la firma Ipsos Mori, los jóvenes se encuentran más predispuestos a seguir en el bloque que los mayores de 55 años, y las clases ABC1 más que las más bajas. Es que son los de bien arriba y los de bien abajo los que apoyarán la salida, en una especie de rebrote nacionalista. Son los mismos actores que están engendrando a la nueva derecha europea cada vez más fuerte, que casi gana en Austria y que crece, hace años, en Francia. A medida que avanzan las campañas, se sinceran los motivos: el tema de la inmigración superó al de la economía como tópico de decisión. Entre los que prefieren irse lo mencionó 52%.

Las calles londinenses están tranquilas: hasta esta última semana hubo más carteles deseándole un feliz cumpleaños a la reina -llegó a los 90- que de propaganda sobre el referéndum. Si uno busca con lupa, cada tanto encontrará algún sticker en el piso que dice “I am in” y si camina atento podrá ver una mesa en el barrio de Camden Town con volantes que rezan: “¿Qué opinan los expertos?”. Como respuesta, aparecen citas de Stephen Hawking (“dejar la UE sería un desastre para la ciencia”) o de la autora de Harry Potter, JK Rowling (“no creo que la UE sea perfecta, simplemente creo que lo bueno es más que lo malo”).

Si no fuera porque se está jugando la Eurocopa en Francia, no se hablaría de otra cosa en el continente. Incluso la campaña estadounidense metió de lleno las patas en el debate: el propio Obama viajó en abril a Londres. También el candidato republicano Donald Trump prometió que festejaría la derrota del gobierno conservador si se vota salir de la UE. En términos geopolíticos, la discusión es enorme. ¿Qué pasaría económicamente con el bloque si Reino Unido se fuera? ¿y con Reino Unido? ¿Afectará al Tratado de Libre Comercio con el Mercosur? ¿Se iniciará un efecto rebote en otros países? ¿Qué pasaría en Escocia, que en 2014 votó continuar en Reino Unido pero es reticente a los conservadores y que tiene otro tipo de relación con la UE?

El principal adversario de Cameron es su propio partido. Muchos de sus ministros militan abiertamente por el brexit, y una derrota lo dejaría en una situación de gran vulnerabilidad. La idea del referéndum nació como una promesa en la campaña electoral de 2015, en la que los conservadores ganaron cómodos y lograron un gobierno propio sin necesidad de coaliciones. Para eso, Cameron tuvo que girar a la derecha y decir que, en caso de lograr un nuevo período de gobierno, convocaría a esta votación. Era una batalla que suponía ganada y la jugada se trataba tan sólo de una formalidad para contener a los conservadores duros y para frenar el auge de la derecha nacionalista del partido UKIP. Pero, en la recta final, el leave empezó a ganar carrera en las encuestas.

Fue en ese preciso momento que fue asesinada la diputada laborista Jo Cox. En el sistema político británico es habitual que los miembros del Parlamento vuelvan regularmente al barrio. Ahí, en su circunscripción, cualquier ciudadano puede pedir una reunión con su representante. En eso estaba Cox cuando fue atacada en Birstall, West Yorkshire.

El acusado es Thomas Mair, tiene 52 años y es juzgado por el Tribunal de Magistrados de Westminster por los cargos de asesinato, daños corporales graves y posesión de arma de fuego. Según algunos testigos, cuando disparó y apuñaló a Cox gritó: “¡Britain first!” (¡Gran Bretaña primero!), una frase que es consigna y el nombre de una agrupación de extrema derecha. Aunque la organización negó conocer al hombre, el Southern Poverty Law Center encontró vínculos entre él y National Alliance, un grupo neonazi de Estados Unidos. Cuando le preguntaron su nombre respondió: “Muerte a los traidores, libertad para Gran Bretaña”, y la Justicia debate si el hombre tiene trastornos mentales. Este ataque inesperado provocó la suspensión de la campaña por unos días.

La militancia pro brexit *es más solitaria que la del *remain, pero resultó efectiva. El jueves, al sur de Londres (nunca conquistada, cosmopolita, consumista, monárquica, elegante), a cuadras del río Támesis y cerca de Sowthwark Park, Tom Kelly repartía, solitario, volantes casa por casa. El hombre de 52 años quiere el brexit: quiere salirse, cree que sus impuestos van para la UE y le molesta que extranjeros puedan trabajar en Inglaterra.

-También hay ingleses que van a otros países europeos, ¿no?

-Sí, pero ese en todo caso es un problema de esos países -responde, enojado.

Según Kelly, hay 300.000 europeos más que vienen a trabajar a Inglaterra que los que van de allí a otros países europeos. Los datos del Centre for Research and Analysis of Migration lo confirman: entran 630.000 y salen 297.000. Pero en el período de 2001 a 2011 los inmigrantes de los primeros 15 países que conformaron la UE contribuyeron 64% más en impuestos que lo que recibieron en beneficios, según The Economic Journal.

El miércoles 15 al mediodía, cerca de 30 barcos pasaron por debajo del London Bridge pidiendo la separación. Eran liderados por Nigel Farage, un eurodiputado del UKIP, un partido de derecha nacionalista, que promueve el brexit. Del otro lado, a la misma hora, llegaba el barco de partidarios de la permanencia en la UE. Cientos de activistas y el cantante Bob Geldof navegaban contra la marea cantando “If You Leave Me Know”, de Chicago, y “In with The in Crowd”, de Dobie Gray. Se encontraron en una bizarra “batalla” náutica, a lo Trafalgar. Ahí estuvo, entre otros, Jo Cox.

En los últimos días se divulgaron siete encuestas que llegan a diferentes conclusiones. Tres anticipan que la opción de permanecer en la Unión Europea ganará con un margen de entre 2% y 6%, otras dos concluyen que ganará la opción de salir del bloque por 2%, y las últimas dos muestran un empate en torno a 44% de los votos para cada una de las opciones.

Mañana los británicos que se hayan inscripto (el voto nunca es obligatorio) deberán decidir si se quedan o se van de la UE. Si gana el brexit se abrirá un período de dos años en el que las partes deberán negociar las formas de la salida. Hasta entonces, Reino Unido tendrá que continuar con todos los acuerdos. La noticia sería un golpe duro para la UE, pero también para el orden que el actual régimen británico quiere mantener. La gran incertidumbre es qué forma tendrá el proceso que se abriría en ese escenario.