La mayoría de los políticos piensan que los votantes son estúpidos. Muchos votantes, al ser personas inteligentes, han optado por desvincularse de la política institucional. Algunos, sin embargo, han confluido en torno a ciertos políticos raros que los tratan como iguales. Políticos como Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, una activista social que hasta hace poco lideraba la lucha contra los bancos para detener los desalojos. O como Jeremy Corbyn, un parlamentario rebelde que ha pasado a liderar el Partido Laborista británico. Corbyn ha declarado que nunca apreció a “aquellos que por tener algún título universitario o alguna calificación particular se sienten superiores”, y agregó que “algunas de las personas más sabias que he conocido barren nuestras calles”.

Mi intención es tomarme la “nueva política” (new politics) muy en serio, ya sea la que surge en España, en Grecia o en Reino Unido, y analizar qué instituciones políticas, del Estado y del partido serían compatibles con la integración del conocimiento social práctico en los procesos de toma de decisiones. Me reconozco como militante. Siempre he reclamado una nueva política de izquierda, pero esta idea siempre ha sido marginal en Europa. Ahora, para mi sorpresa, la misma idea se expande. ¿Pero existen factores sociales y económicos que la hagan posible? ¿Y qué entendemos como nueva política de izquierda? ¿Hasta dónde es posible avanzar y qué se puede lograr en el marco de las instituciones políticas existentes? ¿Qué nuevas fuentes de poder debemos construir en la sociedad y en la economía como cimiento de nuevas instituciones? ¿Qué alianzas son necesarias?

La idea de la nueva política ha estado en discusión por lo menos desde las revueltas sociales de los años 60 y la crisis económica de los 70. En mi país, Reino Unido, referencias a la nueva política ya habían aparecido en los discursos de políticos laboristas tan disímiles como Tony Benn (el abanderado del laborismo de izquierda) y Tony Blair (el propulsor de la deslucida “tercera vía”), y ahora en los de Corbyn. Desde el bando opuesto, Margaret Thatcher, la voz más influyente del Partido Conservador, también reclamaba una nueva política. Desde diferentes perspectivas, tanto la izquierda como la derecha han tratado de crear un nuevo orden para reemplazar el viejo acuerdo de posguerra en torno a la economía regulada y “mixta” basada en un Estado paternalista, la producción en masa y el pleno empleo.

Fueron políticos de derecha, Thatcher en Europa y Ronald Reagan en Estados Unidos, quienes se atrevieron a cuestionar las bases del acuerdo. Incluso fueron capaces de cooptar a la “izquierda renovadora” de los años 80 y 90, la que también se había rebelado contra los estrechos horizontes del consenso de posguerra. Buena parte de la izquierda socialdemócrata reconoció al neoliberalismo como el nuevo orden de facto, en la creencia de que podrían gestionarlo de forma más humana desde una supuesta “tercera vía” o posicionarse como guardianes de las banderas socialistas.

Sin embargo, al margen de las instituciones políticas convencionales, activistas influenciados por la new left (nueva izquierda) de los años 60 y 70 siguieron experimentando con nuevos principios organizativos. Muchos fueron derrotados, algunos marginados y otros subsumidos en el marco neoliberal dominante. En este texto me interesa analizar las lecciones que ofrecen tales experimentos para avanzar hacia alternativas viables y también considerar las nuevas tendencias promovidas por las generaciones más jóvenes para la difusión de sus propios principios de organización política.

Mi observación de partida es la continuidad de ideas y prácticas desarrolladas en décadas previas por el movimiento feminista, el sindicalismo radical, nuevas formas de organización comunitaria, intentos de gestión empresarial cooperativa, innovaciones políticas como el Consejo del Gran Londres (Greater London Council) bajo el liderazgo de Ken Livingstone y, más recientemente, por la izquierda radical que accedió al gobierno en Grecia. En todos estos procesos se puede apreciar una nueva forma de entender el poder. Este enfoque implica concebirlo como capacidad transformadora (en particular el poder cívico) más que como expresión de la dominación o simple ámbito de disputa entre partidos políticos. El poder como capacidad transformadora tiene sus raíces en el conocimiento social que las instituciones dominantes tienden a desvalorizar. Las instituciones hegemónicas en el período de posguerra han asumido que el único conocimiento que importa para gobernar es el profesional. Beatrice Webb, una de las teóricas fundadoras del Estado de bienestar, resumió este punto de vista cuando afirmó su “poca confianza en el hombre común y corriente”, supuestamente “sólo capaz de plantear su quejas y sin capacidad de propuesta”, por lo que sería imprescindible “requerir la sabiduría que sólo puede aportar el experto profesional”.

Por el contrario, la noción de conocimiento implícita en la nueva política de izquierda se basa en el reconocimiento de la importancia de sus manifestaciones prácticas y sociales para el diseño de políticas públicas y como respuesta a la narrativa neoliberal del “libre mercado” como única alternativa a una supuesta “economía socialista” de planificación centralizada. En términos de sus implicancias para la política transformadora, esta concepción del conocimiento sugiere formas de producción gestionadas de manera colaborativa o solidaria, en el marco de un sistema en el que los organismos del Estado actúan como facilitadores, conscientes de la naturaleza limitada del conocimiento puramente teórico y profesional y reconociendo que no es posible alcanzar objetivos sociales con certeza predictiva, por lo que siempre se necesitará experimentar y regenerar. De ahí la importancia de la democracia participativa dentro de las instituciones del nuevo tipo de Estado y del nuevo tipo de partido.

Este quiebre con los enfoques del pasado permitiría el fortalecimiento de iniciativas de cambio surgidas por fuera del sistema político existente que no necesariamente se perciben a sí mismas como “políticas”. El nuevo enfoque sustenta una visión alternativa del socialismo que no está centrada en la noción de un Estado omnisciente. El Estado pasa a ser entendido como entidad facilitadora y de apoyo a redes de producción autónomas y colaborativas, ya prefiguradas en muchas cooperativas, empresas sociales y sistemas de intercambio entre pares (peer-to-peer) estimulados por la actual revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). La necesidad de una nueva política converge con las oportunidades precarias y resistidas que ahora se abren para construir una nueva economía. Voy a analizar a continuación cómo diferentes lógicas de acción descentralizada y coordinada están convergiendo.

Nueva política de izquierda

Durante las últimos cuatro décadas, desde finales de los 60, diferentes corrientes de la izquierda se han apartado, en la teoría y en la práctica, del consenso de posguerra en torno al papel esencial del Estado en la provisión de servicios sociales y en la ejecución de políticas económicas basadas en la presunción del crecimiento permanente como objetivo primordial. También han surgido tendencias que han promovido una ruptura más radical con la idea del partido político y el Estado como instrumentos principales del cambio social. Hasta hace poco tiempo, hasta el surgimiento de Syriza en Grecia, de Podemos en España y del giro a la izquierda en el liderazgo del Partido Laborista en Reino Unido, estas corrientes han sido marginales en la izquierda europea. El telón de fondo de la expansión de estas tendencias ha sido la reaparición cada vez más frecuente y más profunda de la crisis económica, social y política que expone el agotamiento de las instituciones del viejo orden y de su sucesor neoliberal. A continuación se describen las bases de la nueva mentalidad política emergente en la izquierda, haciendo referencia a ejemplos clave.

Repensar el poder. La reciente experiencia frustrada de Syriza, el partido de la izquierda radical de Grecia, al frente de un gobierno democrático que se enfrentó a la Unión Europea y al Fondo Monetario Internacional (entidades que explícitamente se niegan a permitir que las elecciones interfieran con los tratados económicos vigentes), así como la del Partido de los Trabajadores en Brasil, indican que el éxito electoral es una fuente insuficiente de poder. También demuestran la necesidad de hacer uso del conocimiento social para lograr las transformaciones que tanto los partidos de izquierda como los movimientos proponen.

Los problemas de relacionamiento entre los partidos y los movimientos no pueden ser resueltos optando de forma excluyente por la política electoral o por el desarrollo de organizaciones sociales autónomas. La estrategia adecuada implica la comprensión de la compleja relación entre las dos formas organizativas y el diseño de instituciones mediante las cuales se pueda lograr un mayor equilibrio, combinando las dos formas para alcanzar el máximo impacto.

Para concebir posibles combinaciones es necesario plantear una distinción entre dos acepciones del poder. Por un lado, existe el poder sobre, entendido como dominación y como asimetría entre quienes tienen el poder y aquellos sobre los que el poder se ejerce. Por otro lado, existe el poder para, entendido como capacidad de transformación. Históricamente, los partidos socialdemócratas y comunistas han actuado en base a una versión más o menos benévola o paternalista del poder como dominación. Sus estrategias se han basado en ganar el poder para gobernar y luego dirigir el aparato del Estado para dar satisfacción a lo que ellos identifican como necesidades sociales.

La noción de poder como capacidad transformadora surgió de la frustración generalizada en torno al poder como dominación ejercido por los partidos de la izquierda tradicional. La característica distintiva de las rebeliones de los años 60 y 70 fue que los ciudadanos decidieron apropiarse del poder sin intermediarios, descubriendo por medio de la acción colectiva que tenían capacidades propias y no limitadas a ejercer presión sobre el partido de gobierno como estrategia de cambio político y social. La capacidad transformadora trascendía a la representación como el foco principal o único de la política radical.

La distinción entre las dos formas de poder es central para reconocer las nuevas formas organizativas que están surgiendo hoy. En un momento en que los antiguos métodos de organización y movilización (tales como la acción sindical de masas) resultan insuficientes para responder a los nuevos desafíos, esta distinción nos ayuda a centrarnos en las formas más apropiadas de organización en un contexto de extrema fragmentación, precariedad y dispersión de los trabajadores.

Política y conocimiento. Un tema central y común de las rebeliones de los años 60 y 70 fue resistir la subordinación a la autoridad. Se rompió el vínculo entre conocimiento y poder establecido. Esta ruptura se combinó con una reafirmación generalizada del conocimiento social práctico. Los ciudadanos se opusieron a la pretensión de los detentores de la autoridad de “saber lo que ‘la gente’ necesita” desarrollando su inventiva mediante nuevas formas de organización que consolidaban la capacidad transformadora del conocimiento social.

Los movimientos surgidos en esos años se embarcaron en un proceso incierto y experimental de democratización del conocimiento. En la práctica, llegaron a establecer (antes de internet) formas de organización descentralizada y en red, compartiendo y creando conocimientos de forma horizontal y rompiendo con los modelos jerárquicos que suponían el liderazgo de los “expertos” marginalizando a los miembros supuestamente más “ignorantes”.

Los enfoques radicalmente democráticos sobre la producción y el intercambio del conocimiento que surgieron en los 60 y 70 establecieron las bases organizativas y culturales que han nutrido a muchos movimientos cívicos posteriores, desde el movimiento por la “alter-globalización” a los Occupy e Indignados de esta década, incluyendo (de forma cautelosa y muy británica) al movimiento que ha surgido en mi país alrededor de la figura de Jeremy Corbyn.

Lógicas convergentes. Una consecuencia de la importancia fundamental de concebir el poder como capacidad transformadora es que nos permite pensar de manera sistemática sobre la creatividad humana como eje de la estrategia de construcción de nuevas instituciones políticas. Podemos explorar la significación de este enfoque en el campo de la economía. Desde hace un tiempo estoy investigando un cambio de perspectiva en la izquierda que implica ir más allá de la vieja propuesta de “nacionalización de la industria básica” y proponer ideas innovadoras, orientadas a una nueva economía colaborativa en la que las instituciones del Estado asumen un rol de facilitador y protector. Obviamente, esto también significa defender la propiedad pública de los servicios sociales y de la infraestructura básica, pero con grados mayores de gestión descentralizada, por ejemplo en el campo de la energía. Pero lo más importante es explorar cómo la noción del poder como capacidad transformadora se aplica a la producción.

El poder como capacidad transformadora surge tanto de nuestra capacidad creativa individual como de nuestra propia naturaleza como seres sociales. Se basa en la importancia de la creatividad humana como espacio de colaboración. Esta idea es fundamental para entender las actuales modalidades de estructuración del poder político, pero también plantea nuevas preguntas sobre cómo entendemos el trabajo y la producción, dado que el poder como dominación es la base de la producción capitalista. Me interesa destacar la viabilidad de una transformación económica basada en concebir la capacidad humana de colaboración como un recurso común a ser desarrollado y utilizado para el beneficio de todos. Esto me lleva a resaltar la importancia del cada vez más influyente paradigma en torno a “los bienes comunes” (the commons) para entender las potencialidades de la creatividad humana.

La creatividad humana es una condición necesaria para la gestión de otros bienes comunes: el agua, la tierra, el conocimiento, la cultura... Al ser dependiente en gran medida de las características de la educación o de la distribución de la riqueza (entre otras variables), puede ser formada, desarrollada, suprimida o desperdiciada. Habiendo reconocido el grave debilitamiento de los métodos tradicionales de organización y de lucha de los trabajadores para preservar la dignidad del trabajo y las condiciones de desarrollo de la creatividad humana, es preciso entender las tendencias contemporáneas que favorecen el surgimiento de una nueva economía de tipo colaborativo. Esto requiere un análisis crítico de las consecuencias ambivalentes de la revolución en curso en el campo de las TIC.

Las formas de organización y de control de las TIC y el potencial del software libre y la producción distribuida constituyen un espacio de confrontación de intereses en el que las principales corporaciones transnacionales están monetizando y apropiándose del trabajo voluntario de los creadores de software y del intercambio desinteresado de los usuarios de las redes sociales. El perfil individualista de los creadores de software libre y los usuarios no contribuye a la sindicalización, pero muchos de ellos se están organizando como productores intelectuales, incluyendo la formación de cooperativas y redes híbridas. Están usando sus altos niveles de conocimiento tecnológico para mejorar la conexión, la coordinación y la colaboración para organizar nuevas formas de producción o para la autoprotección. Y lo están haciendo con nuevos códigos éticos con diversos grados de politización, tomando conciencia de la significación de las nuevas relaciones sociales y económicas a medida que estas se desarrollan. Algunos analistas de estas tendencias argumentan que está surgiendo un nuevo modo de producción, centrado en lo que ellos llaman “la producción de bienes comunes entre pares” (commons peer-to-peer production).

No soy capaz de hacer un juicio tan definitivo acerca de la importancia sistémica de estas tendencias. Pero hay fuertes evidencias de la aparición de una fuerza económica, social y potencialmente política dentro de esta nueva generación de trabajadores que producen de forma individualizada pero tendientes a una mayor colaboración. Esta fuerza tiene el potencial e incluso la aspiración de ser transformadora, y aunque carece del poder colectivo de la clase obrera tradicional, se deriva de ella un poder difuso pero significativo, dado que sus habilidades y conocimientos constituyen el eje central de las nuevas formas de acumulación capitalista, de producción y comunicación cultural, y de control político y de toma de decisiones en la era de la globalización. Las nuevas experiencias de colaboración como modelo de producción demuestran de forma clara las potencialidades inherentes a la socialización del conocimiento, por oposición al modelo del empresario individual en condiciones de libre mercado. De hecho, al menos tres de los ocho principios rectores identificados por la ganadora del premio Nobel de Economía Elinor Ostrom para la gestión de los bienes comunes reafirman la importancia de compartir el conocimiento social por medio de sistemas participativos de toma de decisiones.

Mientras que los movimientos sociales de los años 60 y 70 marcaron una ruptura con la percepción hegemónica sobre la relación entre la autoridad y el conocimiento y resaltaron la importancia del conocimiento social práctico, la revolución de las TIC ha creado las condiciones para construir una economía basada en el conocimiento social y colaborativo. Las nuevas herramientas tecnológicas para compartir y colaborar sin límites han creado las condiciones para que la noción del poder como capacidad transformadora adquiera también una significación productiva. Sin embargo, debo subrayar la función de protección y apoyo que deben asumir las instituciones del Estado para consolidar este nuevo paradigma productivo, pues aunque la tendencia hacia una economía colaborativa parece hoy imparable, la forma social y económica que podría asumir es contingente. Es necesario destacar la importancia del Estado y de la política para evitar la apropiación corporativa y privatista de la creatividad humana y ampliar las potencialidades de la colaboración creando las condiciones materiales imprescindibles para su desarrollo; por ejemplo, habilitando un sistema de renta básica universal.

Instituciones y nueva política

Después de décadas de intentos fallidos de repensar, renovar o refundar, es necesario dar un paso atrás y asumir el desafío de la nueva política como una carrera de largo aliento. Esto nos obliga a revisar las teorías del conocimiento y cómo estas han dado sustento a las ideologías de la posguerra. Estas teorías siguen influyendo en las mentalidades que animan a la izquierda contemporánea y debilitan los procesos de refundación. Por ejemplo, la presunción de la planificación socialista centralizada como única forma aceptable de organizar la producción, o la idea de que es imprescindible que un partido de izquierda acceda al gobierno nacional para asumir el control de las palancas fundamentales de la economía, todavía son hegemónicas en muchos militantes de izquierda. Los movimientos son entendidos como meros soldados de infantería que facilitan el triunfo electoral, a cambio de que el partido dé voz a sus demandas.

Por el contrario, los nuevos significados de las ideas de estrategia y organización que surgen de mi forma de entender el conocimiento y la creatividad implican concebir al partido más como un motociclista de escolta que como base para la experimentación y el desarrollo de capacidades. Este enfoque concibe a la izquierda como elemento catalizador para la construcción de poder como capacidad transformadora en el aquí y ahora, más que como un ejército empeñado en capturar las ciudadelas del poder en el futuro. Debemos discutir las implicaciones prácticas de este enfoque sobre cómo organizar partidos de nuevo tipo. En esencia, la nueva política de izquierda debería tener raíces en la producción y en la reproducción social cotidiana, y su objetivo central debería ser construir y hacer realidad las capacidades de los ciudadanos para el autogobierno y la transformación social y económica.

Producción y reproducción social. Si entendemos el poder como capacidad transformadora que incluye la recombinación de la política y la economía, a continuación, los partidos de izquierda radical de nuevo tipo deberían dejar de estar preocupados de forma obsesiva por los flujos macroeconómicos y el marco institucional puramente nacional y prestar más atención a temas referidos a los contenidos y la organización social de la producción. ¿Qué tipo de producción y para qué? ¿Con qué tecnología? ¿Cuáles son las consecuencias ambientales y sociales? ¿En base a qué tipo de conocimiento? ¿Cómo se estructuran las relaciones laborales y quiénes son los consumidores de la producción?, entre otras preguntas posibles. El imperativo planetario de la transición hacia una economía baja en carbono ofrece un nuevo impulso a la creación de nuevas relaciones de producción de nuevo tipo. La revolución de las TIC y la web han abierto oportunidades para una nueva economía social y ecológicamente sustentable. Los partidos de la nueva izquierda, en sus programas y en sus acciones políticas, tendrían que estar inmersos en el desarrollo de estas nuevas posibilidades.

Esta evolución implicaría que los miembros del partido están al tanto de las muchas innovaciones sociales emergentes a nivel mundial y participan activamente en potenciar la transición. Que están al día con las posibilidades y las limitaciones derivadas del software de código abierto, las plataformas de cooperación, el consumo colaborativo, las nuevas formas de producir y distribuir alimentos, las formas descentralizadas y sustentables de generación y consumo de energía, los cambios en la esfera del transporte, el comercio y la finanzas, los nuevos significados de la salud, la producción cultural y muchos otros aspectos esenciales de la nueva realidad.

Transformación del Estado. Ya me he referido a que el poder entendido como dominación se ejerce de forma más clara por medio del gobierno. Una nueva política de izquierda implicaría reestructurar el poder del Estado para reconvertirlo en capacidad transformadora. Sin embargo, las instituciones estatales dependen de relaciones sociales en permanente cambio. Una de las consecuencias perjudiciales de la forma de entender el poder por parte de los arquitectos originales del Estado de bienestar ha sido que los servicios públicos fueron estructurados de manera paternalista y sin la participación de los usuarios o de los trabajadores en su gestión.

La tendencia de los líderes políticos a considerar los temas de la producción (de bienes, infraestructuras o servicios) como algo que sólo incumbe a los expertos profesionales es demostrativa de que no entienden la importancia práctica de la participación de los ciudadanos, los productores o los usuarios como forma de aumentar la eficiencia social de los organismos públicos. Como resultado, han sido limitadas las convocatorias a la movilización social para la defensa o el mejoramiento de las empresas del Estado y otros organismos públicos como base para una desmercantilización más amplia de la economía.

Sin embargo, a medida que las empresas del Estado y los servicios públicos han debido enfrentar en Europa una oleada tras otra de privatización y recortes, los trabajadores y los usuarios se han movilizado bajo nuevas formas, no sólo para defender los salarios y las condiciones laborales, sino también para mejorar y democratizar el sector público. Estas movilizaciones constituyen una oportunidad para los partidos de nuevo tipo, como forma de consolidar cambios prefigurativos y como forma de preparación para un cambio sistémico o más profundo cuando finalmente se acceda al gobierno. No sólo a nivel nacional, ya que las ciudades tienden a ser el espacio en el que los ciudadanos se involucran de manera activa en la gestión, de manera formal e informal, y donde nuevos mecanismos institucionales para apoyarlos y reconocer su capacidad pueden ser creados con mayor facilidad. Como la experiencia de la izquierda latinoamericana lo ha demostrado, el gobierno municipal puede ser el ámbito institucional desde el que la nueva política puede consolidar su influencia política y avanzar hacia instancias superiores del poder, entendido como acción transformadora y ya no como simple dominación.