La investigación de siete años que John Chilcot publicó el miércoles sobre la intervención de Reino Unido en la guerra de Irak es tan extensa -el informe tiene 6.000 páginas- que todavía da lugar a la aparición de nuevas revelaciones y reacciones. Por ejemplo, incluye el paquete de 28 cartas que Blair le envió a Bush entre 2001 y 2007, que entre otras cosas mencionan los atentados del 11 de setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y las dudas sobre ocupar Irak. Por el tono en que están escritas, la prensa local las llamó love letters.
Las cartas -algunas escritas a mano por Blair- comienzan el día después de los atentados de 2001. En esos textos Blair le dice explícitamente a Bush: “Si esto es una guerra [con Afganistán] tenemos que emplear una metodología de guerra”. La palabra “Irak” aparece un mes después, cuando Estados Unidos invade Afganistán. “Hay mucha voluntad en Medio Oriente de lidiar con Saddam Hussein, pero oposición a mezclarlo con la actual situación”, dice Blair, en una primera mención. En diciembre de ese año, el líder laborista profundiza en el tema: “Irak es una amenaza porque tiene armas de destrucción masiva, pero su vínculo con los atentados del 11 de setiembre es, en el mejor de los casos, sutil. Tendremos que montar una estrategia de cambio de régimen con paciencia y tiempo”. A los seis meses, en julio de 2002, el británico se compromete a apoyar a Bush en la invasión a Irak con la frase: “Estaré contigo pase lo que pase”.
El informe Chilcot aclara que Blair ya había tomado la decisión de invadir Irak junto a Estados Unidos a principios de 2003, a pesar de que en Reino Unido todavía no se había votado en el Parlamento. “Si demoramos el ataque, Saddam comenzará a jugar con nosotros y los inspectores de la ONU [Organización de las Naciones Unidas]”, decía el primer ministro en enero de ese año. En marzo, dos semanas después de que las tropas invadieran Irak, Blair le dice al presidente estadounidense que “las armas de destrucción masiva son la justificación inmediata de la acción”, aunque el “premio” es “sacar a Saddam”. El documento de Chilcot demostró que la posesión de armas químicas y biológicas por parte de Irak, uno de los argumentos que Blair utilizó en su momento para convencer a los parlamentarios británicos de intervenir en el conflicto, resultó ser un dato erróneo de la inteligencia del país.
Blair agrega en la misma carta: “Este es un momento en el que podemos definir las prioridades internacionales de la próxima generación: el verdadero orden mundial pos Guerra Fría”. Otra carta que Bush recibe siete meses después revela, en cambio, cierto temor de Blair por el impacto que Irak podría tener en su carrera política: “No voy a ganar la reelección [como primer ministro] sólo con Irak, pero si lo de Irak sale mal o la gente no percibe la amenaza a la seguridad, será un grave problema”.
Bush no habló públicamente del asunto. Pero su portavoz, Freddy Ford, dijo ayer a la prensa que el ex presidente republicano todavía no leyó el informe de Chilcot pero sigue creyendo que, a pesar de los “fallos de inteligencia y otros errores que reconoció anteriormente”, “el mundo está mejor” sin Hussein.
Con la publicación del informe Chilcot, Blair quedó mal parado en varios frentes. En uno de ellos estaba metido Aznar, que en el texto es mencionado unas 30 veces. Los jefes de gobierno británico y español acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación para intentar demostrar públicamente que “estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra”, según expone el documento publicado el miércoles. El acuerdo lo definieron en una reunión que ambos líderes mantuvieron en Madrid en febrero de 2003, porque no querían causar la misma “impresión” que Estados Unidos, que estaba “determinado a ir a la guerra pasara lo que pasara”. Una de esas maniobras incluyó dos pedidos de respaldo al Consejo de Seguridad de la ONU, que finalmente fracasaron. Dos meses antes, en Madrid, Blair le había explicado a Aznar que necesitaban una resolución de la ONU que legitimara la invasión a Irak porque la opinión pública empezaba a manifestar su rechazo.
En marzo de ese año, durante la cumbre de Azores, en Portugal, que reunió a Bush, Blair y Aznar, los tres gobernantes decidieron que a menos que “se produjera un cambio sustancial en las siguientes 24 horas”, la vía diplomática de la ONU ya estaba agotada. Unos días después, las tropas británicas, españolas y estadounidenses ya estaban en suelo iraquí. El informe señala que, en realidad, todavía quedaban “alternativas pacíficas” por recorrer.