Las causas y las consecuencias de la salida de Reino Unido de la Unión Europea han sido extensamente analizadas por los más eruditos y serios profesionales conocedores de las intrigas de palacio, los límites del poder y las tensiones sociales que, juntas y combinadas, terminaron por resolver lo que todos sabemos.
Sentí incompletos los análisis, porque ninguno se preocupó en sintonizar el brexit con la situación global. Y la salida de Gran Bretaña del concierto de Bruselas es, además, la consecuencia de una peculiar situación de los poderes mundiales, que se encuentran sin rumbo y debilitados en un momento, quizá, de transición, en el que puede haber algo que esté muriendo y puede haber, también, algo que no termina de nacer. Una suerte de no poder del poder.
La afirmación del policentrismo planetario generó una coyuntura singular. El unilateralismo estadounidense fue fugaz, y cuando las burguesías, tanto a escala nacional como regional, pudieron retomar el timón de su desarrollo y de su poder, relanzaron sus intenciones competitivas y hegemónicas. Asimismo, el desarrollo financiero neoliberal y la apertura incontrolada dieron aire -mucho aire- a la expansión transnacional, y las empresas globales se reinstalaron en todo el mundo -incluyendo especialmente el viejo mundo comunista-, globalizando el capital como nunca antes en la historia. Así, hoy las transnacionales son de múltiples propietarios, y la integración de sus capitales asocia países que supuestamente “tendrían” que enfrentarse en la lucha por la hegemonía internacional. Esta es una forma vieja y caduca de analizar la situación mundial. ¿Por qué Estados Unidos no objeta la penetración china en América Latina? Porque las transnacionales chinas que invaden nuestro continente están compuestas por capitales occidentales, principalmente estadounidenses y europeos. Los que ven con simpatía desde la izquierda la entrada de China como un aliado terminan siendo útiles, en realidad, al tan odiado “imperialismo yanqui”. Ver el mundo como una “contradicción” entre los países que conforman el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y Occidente es totalmente equivocado. Si hay que formular alguna “contradicción” debería ser entre las sociedades, los países del tercer mundo y el capital transnacional, siempre rapaz. Y el BRICS también forma parte del sistema financiero global, con todas sus manías e intenciones. No es casual que Rusia y, de forma lateral, China intervengan en el conflicto sirio, en busca de reubicarse en el tablero mundial, junto con otros actores europeos entre los que Francia es el más destacado. Rusos, chinos, europeos y estadounidenses compiten como aliados, abonando las contradicciones de nuestra época.
Mientras las dinámicas económicas afirman el policentrismo global, nuevos actores políticos hicieron su aparición asombrosa. La llamada Primavera Árabe puso en escena el conflicto social desde Irán hasta Marruecos, con diferente suerte según el país. Los corrimientos y los estallidos, principalmente la guerra en Siria, atizaron el jihadismo a niveles nunca vistos, ni siquiera durante la invasión de Estados Unidos a Irak. Ese gravísimo error imperial desencadenó la desestabilización de Medio Oriente, con las consecuencias que están haciendo impacto en Europa, donde una nueva derecha radical se instala como un protagonista clave y de temer. Convocando a la sociedad, ocupando y cooptando las viejas bases sociales de los partidos históricos de la izquierda, la derecha radical proyecta terminar con la Unión Europea, relanzando el nacionalismo xenófobo y clasista. En el momento de mayor concentración de capital y peor distribución de la riqueza, la extrema derecha encuentra bases sociales en todos los sectores. Sólo se vivió una situación similar en las décadas de 1920 y 1930… cuando triunfaron los fascismos.
Esta situación puede ser analizada desde muchos puntos de vista, obviamente. Pero para el estudio del brexit hoy nos preocupa sólo una. La multiplicidad de actores, de factores de poder y de centros de decisión generan una suma cero a escala planetaria, en la que nadie ni nada marca un rumbo certero; ni político, ni económico, ni social. Ese vacío de poder, esa incapacidad de tener un norte en medio de las múltiples crisis internacionales, profundiza la desorientación tanto de las personas como de las sociedades. En consecuencia, los discursos simplistas, las visiones maniqueas y las dicotomías ramplonas ganan espacios ante la desesperación generada por la falta de certezas y por las ausencias de rumbos claros, de proyectos creíbles y posibles, de esperanzas y futuros. Regresar a lo seguro, a lo más primitivo o iniciático, es un reaseguro ante la incertidumbre y los temores, así sean reales, ficticios o mediáticos.
El brexit responde a esta compleja coyuntura que se traduce en una falta de rumbo que sea entendible y aceptada por las civilizaciones. Este confuso momento, en el que nunca los ricos fueron tan ricos y los pobres tan pobres, se asemeja a ciertas épocas del siglo pasado en las que también la desorientación, el miedo y las faltas de certezas empujaron a las sociedades a experiencias funestas. Los dirigentes globales y nacionales tienen la obligación de marcar un camino humano, democrático, socialmente viable y sostenible para que el brexit no se vuelva epidemia… Las consecuencias, creo, serían terribles.