Kaufman visitó Montevideo la semana pasada para participar en el homenaje a Manuel Liberoff, a 40 años de su desaparición en Argentina en el marco del Plan Cóndor. El académico tiene una relación especial con Uruguay desde esa época. “Todos en ese momento estaban abocados al golpe de Estado en Chile, por lo dramático de la muerte de [Salvador] Allende y por lo dramático de lo que pasó después, con el asesinato de centenares de personas, entonces el caso de Uruguay pasó desapercibido”, contó Kaufman. Esa etapa coincidió con el inicio de su trabajo en Amnistía Internacional, una organización desde la cual lanzó una campaña para denunciar las violaciones a los derechos humanos en Uruguay durante la dictadura.

Usted trabaja desde hace muchos años con la diplomacia ciudadana. ¿Cómo percibe a América Latina desde esa perspectiva?

-Cuando comencé a trabajar en Amnistía Internacional sobre América Latina, 80% de los países estaban bajo gobierno militar. Ahora no quedó ninguno en esa situación. Hay algunos populistas problemáticos, pero incluso un país cuyo caso se puede discutir porque tiene un partido político único, Cuba, también está cambiando. Por lo tanto, América Latina es una buena noticia. En América Latina, lo que sucede con la diplomacia ciudadana es que cuanto más democracia y más poder popular hay, más interés hay en empoderar a los ciudadanos en la resolución de problemas. Un ejemplo es lo que me lleva ahora a Chile, donde voy a estar dos semanas invitado por la Universidad Alberto Hurtado, una universidad jesuita. Después de trabajar varios años conjuntamente, la Corte Suprema de Justicia en Chile ha respaldado la creación del Centro de Justicia Ciudadana. Yo viajaré ahora para lo que va a ser un experimento en dos provincias chilenas de la región de la Araucanía, donde hay problemas en torno a la minería entre la población originaria, el gobierno y las corporaciones -en un caso australiana y en otro caso canadiense-. Eso ocurre a nivel macro. Pero a nivel más básico, esos centros de Justicia Ciudadana comenzarían, por ejemplo, a ver en las escuelas secundarias el problema del bullying, que se puede remediar si se pone en práctica lo que en inglés se llama peer mediation, una mediación con tus pares. Es un programa que organizaron los cuáqueros en Estados Unidos, un grupo cristiano muy activo por la paz y que funciona bien. Entrenan a gente joven, en cada aula, para ser mediadores. Entonces, cuando se viene el conflicto, antes de llegar a la violencia, empiezan a actuar de mediadores. Lo primero es cambiar la cultura, que en América Latina, por razones obvias, fue muy rebelde, de ocupar calles, de ocupar universidades. La ocupación es algo que quedó del tiempo de las dictaduras. Lo más importante es aprender a negociar tus derechos. En otro contexto, en el que hay gobiernos de izquierda, lo mejor es negociar, por lo menos en una primera instancia, y no irse a cerrar las calles, como ocurre en muchos lugares. Estoy hablando de cómo se puede negociar protesta popular y espacio público. Voy a Chile por estos nuevos centros, que tienen que ver con tratar de cambiar un poco la cultura confrontacional por una cultura de la igualdad de acceso a la negociación, porque hasta hace poco los más poderosos tenían los mejores abogados. Pero ¿para qué dar litigio si podemos resolverlo con procesos de mediación o, como lo llamamos nosotros, facilitación? Este es uno de los ejemplos de cómo se está avanzando en América Latina. La última vez que estuve en Chile, por ejemplo, fue por un curso de gestión de conflictos que daba la Universidad Alberto Hurtado. Trabajamos en lo que acá llaman “cantegriles” y en Chile “poblaciones”, específicamente en un barrio que se llama La Legua, en Santiago. Allá había tres estratos: el estrato que ya tenía una casa, el estrato medio y el estrato bajo. Había una criminalidad enorme y la gente no salía de noche. Entonces reunimos a los tres sectores e hicimos un proceso de mediación comunal. Salió bien, pero como pasa hasta ahora, la implementación del consenso no prosperó, porque la alcaldía tenía que dar una suma de dinero que no alcanzaba y parece que nunca llegó.

También participó con la diplomacia ciudadana en la mediación entre Cuba y Estados Unidos.

-Sí, y me da gran satisfacción haber sido parte. Lo interesante de este caso fue cómo desenganchar una situación muy asimétrica, como la de Cuba y Estados Unidos. Un año y medio antes de que comenzara el contacto oficial entre los dos países, conseguimos apoyo de Noruega y de la Fundación Ford para poder hacer, con nueve académicos cubanos y nueve académicos estadounidenses, una especie de diplomacia ciudadana, que se llamó diplomacia académica. Eso facilitó las cosas, sobre todo en Cuba, porque la cancillería cubana no estaba muy acostumbrada a que la sociedad civil se ocupara de políticas de Estado. Pero con gente bastante innovadora dentro de la cancillería se pudo. Ese grupo estaba integrado por dos embajadores de Estados Unidos en América Latina que son profesores universitarios, un hombre que fue secretario privado de [Colin] Powell cuando era secretario de Estado y que enseña en otra universidad -el único republicano presente-, uno que trabajó en el Consejo de Seguridad Nacional y otro que trabajó en el Policy Planning Staff [del Departamento de Estado], entre otros. Todos eran profesores, pero tenían mucho contacto con la vida política, sobre todo con los demócratas y con [el presidente estadounidense, Barack] Obama, que estaba a poco de empezar la diplomacia oficial pero nosotros no sabíamos. Empezamos tratando de darle unas 29 recomendaciones a la diplomacia oficial sobre cómo normalizar las relaciones. Fue un proceso de tres años y medio, y las dos partes trabajaron muy bien, los coordinadores estaban todo el tiempo en contacto con el Departamento de Estado de Estados Unidos y con el Ministerio de Relaciones Exteriores cubano. Lo que pasó fue que estábamos usando nuevas técnicas de resolución de conflictos, y justo cuando estábamos en este proceso de diplomacia ciudadana apareció en el mapa un action forcing event, un evento que crea una acción. Básicamente, se trata de un evento que puede generar un salto y acercar a las partes a la resolución. Nunca pensamos que iba a haber una acción oficial. Estábamos planteando, con una asesora parlamentaria, cómo se podía generar este action forcing event, sin saber que [Nelson] Mandela iba a fallecer y que Obama iba a ir al funeral y Raúl Castro también. Allá fue un poco el comienzo de la negociación oficial. Nosotros pensamos en una actividad, y después una realidad triste, que nos agarró de sorpresa -la muerte de Mandela-, cambió los planes. Fue una diplomacia ciudadana exitosa.

¿Qué condiciones se tienen que dar en un conflicto para que se pueda aplicar la diplomacia ciudadana?

-Lo que llamamos “transformación del conflicto”, que es un término más correcto que el de “gestión de conflicto”, puede aplicarse en situaciones internas: por ejemplo, en Estados Unidos en el conflicto entre los que están a favor y en contra del aborto. También puede aplicarse a cuestiones comunitarias: por ejemplo, un pueblo en Lesoto, en África, donde los pastores llevaban al ganado a tierras agrícolas y se generaban problemas entre ellos y los agricultores. En estos casos hay que invitar a casi toda la comunidad: invitás al director de la escuela, a los padres, si los involucrados son menores, y ya tenés a todos, incluso a los que no hicieron nada malo pero podrían haber hecho algo bueno y no lo hicieron. Hay varios tipos de conflictos que no son binarios, y en esos casos se utiliza una técnica que se llama mediación comunal. El caso de la minería es un conflicto que no es binario, porque involucra a varias partes. Los casos de Estados Unidos-Cuba e Israel-Palestina son binarios, pero con la diplomacia ciudadana decimos que a pesar de que están peleados tienen que tener algo en común: nosotros los llamamos partners in conflict, socios en conflicto. Es decir, si convocamos a personas que además de estar involucradas en el conflicto son académicas, tenemos una especie de ética académica en común entre ellos. Si todos son periodistas, lo mismo. También en lo conflictos binarios buscamos un denominador común, para empezar un escalón más alto, porque la gente en su profesión tiene su idioma, su ética. Si vamos a construir relaciones de confianza entre personas que vienen de lados muy distintos, va a ser difícil. Pero si vienen del mismo gremio, va a ser mucho más fácil. Tampoco vamos a empezar a resolver un conflicto si no tenemos gente local que quiera incorporarse.

¿Cuándo comenzó a trabajar en la resolución de conflictos?

-Oficialmente, como disciplina, empecé cuando me hicieron director del Instituto para Paz de la Universidad Hebrea, en 1983. En ese entonces me di cuenta de que habíamos hecho muy poco por la paz y justamente después de la ocupación de los territorios había una oportunidad, porque se crearon universidades palestinas. Empecé a familiarizarme con profesores palestinos y, para principios de los 90, llegué a la Universidad de Maryland con un año sabático. El director del Centro para la Gestión de Conflictos murió y me nombraron para ese puesto, que ocupé durante tres años. Allí me di cuenta de que tenía que tomármelo en serio y empecé a estudiar todo lo que pude. En ese momento no había un campo para resolver los conflictos. Al principio era un poco escéptico, pero después me di cuenta de que hay herramientas útiles que se pueden usar y básicamente empecé a trabajar como los médicos. Tenés un conflicto: ¿qué hay que hacer? Primero el diagnóstico, que llamamos conflict analysis o conflict assessment. Después viene la prognosis: ¿qué pasa si no hago nada? Quizás es un virus que desaparece en tres o cuatro días o años, ¿para qué meter gente y capital? Pero si la prognosis dice que hay 10% de posibilidades de que se cure solo y 90% de que se deteriore, entonces hay que hacerlo. Eso lo hice también para conseguir financiación, porque al principio no teníamos instrumentos propios; robamos principios de la psicología, copiamos estrategias del campo de gestión de negocios.

Usted trabajó varios años en el conflicto entre Israel y Palestina. ¿Qué balance puede hacer de la situación actual en Medio Oriente?

-Parte del problema israelí-palestino es que hay una fractura interna en ambos lados. En el lado israelí, cuando [el primer ministro, Benjamin] Netanyahu ganó la elección, quedó una coalición de 61 diputados contra 59, lo que da la pauta de cómo está dividido el país. Ahora su mayoría aumentó y tiene 65, porque algunos diputados entraron al partido más extremo del señor [Avigdor] Lieberman. Lo que pasa en la parte palestina es que la división es tan clara que Hamas domina Gaza y la Autoridad Nacional Palestina domina Cisjordania, pero ambos son muy débiles y Hamas no es un interlocutor. Los colonos israelíes, que son tan fuertes en este gobierno, tampoco son interlocutores, porque los extremos se tocan, y en este caso se tocan como arruinadores. Hay un libro que se llama “Los arruinadores de la paz” y que se enfoca en quienes usan la violencia indiscriminada y los que no quieren llegar a la paz, porque Hamas insiste en que “esta es la tierra del islam”. En cambio, la Autoridad Nacional Palestina, que controla Gaza, hoy es moderada. Esto a pesar de que me acaban de informar sobre una exageración de la Autoridad Palestina. Estoy hablando de la moderación de la Autoridad Palestina, y de repente surge alguien que dice que hay que volver 100 años atrás.

¿A qué se refiere?

-El año que viene, 2017, van a ser 100 años de la declaración Balfour británica que le promete al pueblo judío el derecho a tener un lugar nacional en la tierra de sus ancestros sin perjuicio a la población local. Pero el ministro de Relaciones Exteriores palestino, Riad al Maliki -que yo no entiendo cómo pudo ir tan atrás en lugar de ir para adelante-, dice que va a denunciar al gobierno británico por haber favorecido la creación de un hogar nacional judío. ¡Venir con este cuento de hace 100 años, que significa que Israel no tiene derecho a...! El año que viene se van a cumplir 50 años de la ocupación. Nosotros estamos a favor de que Palestina sea reconocida como Estado pleno, pero tenemos que ponernos de acuerdo en Israel, porque en la izquierda es un tema en el que es difícil coincidir y estamos muy divididos entre quienes quieren un Estado, dos estados, y toda clase de variedades. La idea sigue siendo terminar la ocupación y crear un Estado pleno. Si yo fuera palestino, conociendo la cultura de culpa judía, usaría los métodos de no violencia de [Mahatma] Gandhi, como la primera intifada, que fue en su mayor parte no violenta. La ganancia que tendría la rebelión palestina no violenta con una ocupación judía sería fabulosa. Los palestinos están muy frustrados, no sólo con el gobierno israelí actual, que no tiene intención de paz. En Israel, 22% de la población es árabe, los árabes están en el Parlamento. Ahora están a la defensiva porque hay un impacto en la democracia israelí, se está restringiendo la actividad de las organizaciones civiles de derechos humanos, por ejemplo. Yo escribí con cinco árabes y cinco judíos, en 1993, un libro que se llama Democracy, Peace, and the Israeli-Palestinian Conflict. En esa época, además, escribí un artículo sobre el impacto de la ocupación en la democracia, y ya veía los indicios de cómo una democracia no puede tener una población sin derecho al voto, que es lo que ocurre, básicamente. Israel está explicando esos 50 años de ocupación que se cumplen el año próximo como ocupación militar. Las opciones de colonia también se acabaron: ya no hay colonias como tales en el mundo. En una situación de tensión, quienes somos más pro paz o pro democracia de derechos humanos somos vistos como más débiles que quienes pertenecen a las líneas duras. Ojalá la línea dura hiciera la paz, como hizo [el entonces primer ministro israelí, Menájem] Beguín con Egipto, cuando lograron la paz en 1979. Pero el actual es un gobierno que está prolongando la ocupación.

¿Qué ventajas se presentan ante Netanyahu para que contemple la posibilidad de terminar con la ocupación?

-La nuestra es una causa pragmática, racional, y por eso los grandes capitalistas que llegan a las empresas israelíes también están a favor de la paz. Si Israel hace la paz con los palestinos se abre un abanico de oportunidades, porque significa hacer la paz con 22 países árabes y con 57 países musulmanes, para abrir embajadas y establecer relaciones comerciales. Pero este gobierno está muy influenciado por un primer ministro que tiene una visión fatalista de que todo el mundo odia a los judíos y, por lo tanto, sólo los judíos se pueden defender a ellos mismos. Te puedo decir algo que Netanyahu sabe pero en las elecciones no dice: hicimos la paz en 1979 con el país árabe más importante, Egipto. Desde entonces hasta el día de hoy, ni un soldado israelí fue muerto por egipcios, ni un soldado egipcio fue muerto por un israelí. Hicimos la paz con Jordania en 1994, en el proceso de Oslo, y la frontera más larga de Israel es con Jordania. Sin embargo, no hubo ni un soldado israelí muerto, ni un soldado jordano muerto. En el convulsionado Medio Oriente eso parece un milagro. Entonces, ¿por qué Netanyahu no lo dice? Más aun: el día anterior a la elección, cuando pensaba que iba a perder porque fue a duras penas que le ganó al Partido Laborista, el señor Netanyahu fue a la radio a advertir que los árabes iban a concurrir en hordas a votar. Sacó a todos con el miedo, que es a lo que juega, como [el candidato a la presidencia de Estados Unidos Donald] Trump. Las derechas en Europa también están ganando terreno, porque hay actos terroristas, y claro que hay que combatirlos militarmente, y a Estado Islámico en particular. Pero decir que el islam es el problema, como dice Trump, no está bien. Hay 1.800 millones de musulmanes en el mundo, una cifra un poco menor que la de los cristianos que son 2.200 millones, mientras que Estado Islámico son sólo 75.000 personas, entre simpatizantes y adherentes.

¿Qué sucede con la población árabe en Israel en este contexto?

-En Israel hay 22% de árabes, y el presidente israelí [Reuven Rivlin], que es del mismo partido que el primer ministro, es un ferviente partidario de la igualdad con los árabes. Para él, al igual que para Beguín, la democracia es tan importante como el judaísmo [en Israel]. El presidente actual de Israel hace esfuerzos enormes y es una persona comprometida con la democracia, que se da cuenta de que hay que darles derechos y quiere darles derechos. Mucha gente en Israel está preocupada por el tema demográfico. Hay un mayor crecimiento demográfico de la población árabe, incluyendo la de Gaza y Cisjordania, y si esa población se incorporara a Israel, es posible que para 2020 hubiera una mayoría árabe. Te digo con franqueza que yo no me fui a vivir a Israel para ser una minoría en el mundo árabe. Prefiero tener una ciudadanía uruguaya y quedarme acá para siempre. No es que no haya aquí y allá antisemitismo, pero es muy arriesgado vivir en un país árabe. Mirá lo que les pasó a los cristianos en Siria.

Usted dijo que la izquierda está discutiendo sobre la conformación de un Estado o dos estados. También la Autoridad Nacional Palestina había dicho que si no había una solución de dos estados, reclamaría que hubiera uno solo y darían su pelea desde adentro. ¿Qué es lo que discute la izquierda israelí al respecto?

-En primer lugar, quiero aclarar que la gente que está a favor de terminar la ocupación y llegar a la conformación de dos estados soberanos, entre la que me incluyo, quiere ir paso a paso. El primer paso es el Estado palestino, porque pienso que los palestinos quieren ser independientes aunque sea un día. Tampoco a ellos les conviene [la opción de un solo Estado], porque han luchado tanto y de repente van a ser parte de Israel. Y si no es por fuerza, será por votos que van a llegar a ser mayoría. No me parece prudente y va a tomar tiempo. Para mí, el problema no es si hay una cruz en la bandera o una estrella de David, sino la ocupación de gente que no tiene derecho a la autodeterminación. En mi modo de pensar, dos estados es la solución por ahora, y ojalá algún día lleguemos a ser los Estados Unidos de Medio Oriente. Hay gente en la izquierda que cree que es demasiado tarde, porque los asentamientos [de colonos judíos en territorios palestinos] están, y no se van a poder mover. También para eso hay respuestas. Por ejemplo, hay una organización civil laica, israelí-palestina, que se llama Dos Estados en un Espacio. Ellos consideran que no es un problema que los árabes voten en Israel, y que incluso así tienen la opción de ser ciudadanos palestinos. La solución de Dos Estados un Espacio es: sé ciudadano israelí y optá, si querés, por ser también un árabe que creció en el Estado palestino. ¿Por qué no? Podría ser. Está la opción de una situación similar a la de los colonos: pueden estar en el Estado palestino pero votar en las elecciones nacionales de Israel. También está la posibilidad de adquirir la ciudadanía palestina, si es que quieren. O no. Pero van a tener que pagar impuestos locales y municipales como los árabes en Israel. Esa es una opción. Pero la nueva, y ojalá sea prometedora, es una opción muy linda que se llama Dos Estados, Un Hogar Nacional, un concepto que tiene que ver con la religión. Yo me imagino un acuerdo de paz cuyo preámbulo diga: “El pueblo de Israel confirma su vínculo con la tierra de Israel, como sus antepasados”, que incluye las 12 tribus y Cisjordania, y que los musulmanes puedan decir: “De acuerdo con nuestro profeta, Mahoma, la tierra del islam tiene que quedar para siempre tierra del islam”. Unos y otros agregarían: “No obstante, en este momento optamos por tener dos estados soberanos, uno al lado del otro, respetando nuestros derechos históricos”. Así que soluciones hay. La ocupación tiene que terminar, o bien en una incorporación de los palestinos con derechos plenos a Israel, como los árabes de Israel, o bien con dos estados que tengan una buena relación de vecindad. También hay que reunir esfuerzos para que Palestina sea un Estado reconocido y miembro de la Organización de las Naciones Unidas [ONU], porque la experiencia de Jordania y Egipto mostró que hacer la paz con un Estado es más duradero que hacer la paz con una entidad cuasi estatal o no estatal. En cuanto a esto, hay cierta posibilidad, porque después de las elecciones en Estados Unidos se va a tratar una resolución, que la comunidad europea apoya, que consiste en llamar a los israelíes y a los palestinos para dar inicio a dos años de negociación directa. Si no se logra un acuerdo, la ONU va a decidir un plan de repartición como el que hizo en 1947.