Hay que ser cautos y sensatos. Seguro que a muchos colombianos nos alegra y emociona la firma del acuerdo final entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero no cantemos el himno todavía. Y si algunos ya lo pusieron a sonar a volumen 80, que le pongan pausa, se tomen un café y piensen seriamente en guardar garganta para después, o para nunca. Lo que nos toque. El hecho de que un grupo que estuvo alzado en armas durante un poco más de 50 años se haya sentado a negociar sobre su regreso a la vida civil, y que haya logrado desistir de seguir en la lucha armada, es un avance importante, sin precedentes, incluso emocionante, pero que se hable de que por eso llegó la paz a Colombia es un delirio.

La paz, como un abstracto, tiene tantas definiciones como sujetos hay en una sociedad y significará lo que cada uno quiera que signifique desde sus esperanzas y sus perspectivas. Y, aunque sea una obviedad, lo uso para el ejemplo: no es lo mismo la paz desde la percepción del presidente de la República que desde la de un panadero, un filósofo o un empleado de una oficina de mensajería. Por eso, en estos momentos de efervescencia y calor, hay que quitarle a la paz el papel de regalo y empezar a verla desde lo concreto.

Johan Galtung, sociólogo y matemático noruego, investigador de la paz en contextos de violencia y de resolución de conflictos, nos propone el concepto de la paz negativa. Lo pone en la mesa para que lo usemos como punto de partida, para que lo incluyamos como una lupa en la lectura que hacemos sobre lo que está pasando hoy en Colombia. Para Galtung, la paz negativa, que hace referencia puntualmente a la ausencia de violencia directa (cuando una persona o un grupo de personas ataca a otros), no fue suficiente para hablar y entender la paz de una manera amplia, por lo cual fue necesario detenerse para incluir más variables en el análisis.

Por eso, además de la violencia directa, había que incluirle a la receta la violencia estructural, esa que forma parte de la misma estructura social y que debe meterse en la ecuación para no caer en parcialidades políticas e incluso en la pérdida del carácter profundo del análisis. Así lo dice Galtung y, gracias a eso, poco a poco se fue complejizando la visión de la paz y la violencia. Se empezaron a considerar otros aspectos, como por ejemplo, la autorrealización de las personas en contextos de violencia, es decir, que las personas accedan a una vida mínimamente humana que implique alimentación, salud, educación y trabajo, entre otras cosas.

Lo que está pasando con las celebraciones sobre la paz en Colombia tipo partido de fútbol es preocupante. Preocupa justamente porque quienes levantan las banderas tricolores en señal de triunfo no han sido capaces de verla más allá del abstracto y no han entendido que, aunque la paz negativa (ausencia de violencia directa) salga del escenario de la guerra en el país, la violencia estructural sigue y, por lo que puede verse, seguirá imperando todavía por mucho tiempo.

El desempleo aumentó en junio de este año y alcanzó la cifra no menor de 8,9%. La Policía Nacional está plagada de corruptos. Miembros del Ejército siguen recibiendo condenas por ejecuciones extrajudiciales. Los campesinos e indígenas siguen padeciendo violencias y expulsiones de sus tierras. Los niños en La Guajira continúan muriéndose de hambre. El alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, no ha resuelto el problema de la demanda por mentir sobre sus títulos académicos y, como no es la ex ministra alemana Annette Schavan, no dimite y sigue en su cargo como si no hubiera pasado nada. La minería ilegal no ha terminado de acabar con las reservas naturales. El magistrado de la Corte Constitucional Jorge Pretelt ha sido suspendido por el Congreso y llevado a juicio ante la Corte Suprema de Justicia por supuestamente haber pedido coimas a cambio de influir en sus compañeros del alto tribunal en un fallo contra la empresa Fidupetrol. Eso, por nombrar sólo algunas cosas.

Ahí está la violencia estructural, y, de soluciones a esas problemáticas, ni esperanza. La corrupción, la impunidad, el aumento de las desigualdades y la falta de políticas serias por parte del gobierno nacional para salir de esos abismos han echado raíces tan fuertes en Colombia que es muy difícil que puedan abolirse. Por eso, a medirse en las celebraciones. No podemos seguir hundidos en una esquizofrenia tan grande como la de Luis, el enamorado, que por dos invitaciones que le aceptó María empezó a preparar la boda, sin que María lo supiera.