El emperador de Japón, Akihito, expresó su voluntad de abdicar al trono debido a su avanzada edad, antes de que la salud no le permita ejercer sus funciones con “solvencia”. Lo hizo el lunes mediante un mensaje televisado de diez minutos en el que mostró su preocupación ante la posibilidad de que “algún día” las dificultades asociadas a su vejez le impidan llevar a cabo su papel de jefe de Estado, algo que “podría tener efectos adversos para la sociedad”. Pero en su aparición, el emperador no habló directamente de abdicación, porque la legislación de la Casa Real del país no contempla la posibilidad de sucesión en vida. Para que Akihito ceda el trono a su hijo Naruhito, el primogénito de 56 años, el Parlamento debería aprobar una reforma del marco legal vigente.

Akihito ya había querido expresar en diciembre su deseo de abdicar, en coincidencia con la celebración de su cumpleaños 82, destacó ayer la Agencia de la Casa Imperial nipona, pero no pudieron hacerse los preparativos del anuncio a tiempo. Las consultas que hizo el propio emperador sobre cómo proceder cuando se encontrara incapaz de ejercer sus funciones comenzaron hace cinco o seis años. De hecho, debido a sus problemas de salud ya hace varios años que Akihito delega varias de sus obligaciones en el príncipe heredero Naruhito. Se anunció además que la Agencia de la Casa Imperial trabajará junto con el gabinete ministerial en los cambios legislativos necesarios para la renuncia. El emperador fue operado de cáncer en 2003 y sometido a una cirugía coronaria en 2012. El tratamiento hormonal del cáncer le causó osteoporosis y en 2008 una hemorragia estomacal.

Aunque históricamente los emperadores japoneses eran vistos como semidioses, su rol fue redefinido después de la Segunda Guerra Mundial, y actualmente son un símbolo del Estado pero carecen de poder político real. Sus deberes son representar a la nación, recibir a dignatarios extranjeros, organizar recepciones y entregar honores. Asimismo, la cercanía de la monarquía japonesa con el sintoísmo hace que el emperador encabece varios ritos y ceremonias de esta religión.

Akihito es quinto hijo de Showa Tenno, Hirohito, y de la emperatriz Kagako, pero es el mayor de los varones y, como marca la tradición, fue separado tempranamente de sus padres para ser educado por preceptores. Fue evacuado de la ciudad durante el bombardeo de Tokio en 1945 y durante la ocupación estadounidense estudió inglés y ciencias políticas. Fue investido como príncipe heredero en 1952 y desde que asumió el trono, en 1989, adoptó un estilo más moderno que el de su padre y buscó acercar más la familia imperial a los ciudadanos. Muchas veces ha expresado remordimiento por las acciones de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, lo que lo enfrentó a muchos dirigentes políticos revisionistas. Fue el primer emperador que viajó a China y a Filipinas, que junto a las Coreas fueron los países más afectados por el imperialismo japonés. También fue el primero que se entrevistó con un papa, en 1993.

Aunque Akihito debe medir cada una de sus palabras y gestos porque legalmente no puede tener un papel político, el emperador ha expresado entre líneas sus reparos en modificar la Constitución pacifista para que Japón vuelva a contar con un Ejército, algo que busca el primer ministro Shinzo Abe y sus aliados. En el 70º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, el 15 de agosto de 2015, el emperador decidió inesperadamente no pronunciar el discurso de siempre y, según medios internacionales, “corrigió” a Abe al expresar “la mayor de las penas” por el papel de Japón en el conflicto. “Reflexionando sobre nuestro pasado y teniendo en cuenta los sentimientos de profundo arrepentimiento sobre la pasada guerra, espero sinceramente que los desastres de la guerra no se repitan nunca”, declaraba ese día, 70 años después de que su padre anunciara la rendición de Japón tras el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki.