Las primarias de la izquierda en Francia tienen una importancia especial este año. Sobre todo, porque el ganador tendrá el inmenso desafío de derrotar a los candidatos de derecha y de ultraderecha -François Fillon y Marine Le Pen, respectivamente-, que no dejan de crecer en los sondeos previos a las elecciones presidenciales. Para lograrlo, este candidato deberá unir a una izquierda desgastada y dividida, que arrastra además la estrepitosa caída de la popularidad del presidente francés, el socialista François Hollande. También tendrá que proponer planes concretos contra el terrorismo, un factor que moviliza a los votantes más de lo normal, tras un año en el que Francia sufrió varios ataques. En este último punto deberá conquistar a quienes se inclinan por los planes radicales de Le Pen, pero sin alejarse de los valores de la izquierda.

Siete personas se presentaron para ocupar el puesto. Se trata de Hamon, Montebourg, Valls y Vincent Peillon, de la corriente socialista, mayoritaria en el partido; Sylvia Pinel, la líder del Partido Radical de Izquierda y única mujer en carrera; Jean-Luc Bennahmias, del Frente Democrático; y François de Rugy, del Partido Ecologista. Sólo dos lograrán este domingo pasar a la segunda vuelta, prevista para una semana después. Según un sondeo de intención de voto publicado el martes por la encuestadora francesa BVA, Valls encabeza las preferencias con 34%, seguido por Hamon (27%) y Montebourg (26%), que en las últimas semanas se alternaron en el segundo y tercer puesto.

Sin embargo, BVA advirtió que Valls sería derrotado en el segundo round, aunque con resultados “muy apretados”, sin importar contra quién compita. “Ya sea con Benoît Hamon o con Arnaud Montebourg, a Manuel Valls se le atribuye 48% de los votos contra 52% para su oponente”, señaló la empresa en su análisis del sondeo, en el que también afirmó que el precandidato está “en una posición frágil”.

Como primer ministro,Valls se enfrentó a decisiones que le valieron críticas y pérdida de confianza. Un ejemplo claro es el caso de la ley laboral, que el gobierno socialista terminó aprobando por decreto debido a la oposición de los propios socialistas en el Parlamento. La medida generó rechazos masivos en Francia; durante meses hubo movilizaciones contra la reforma del movimiento de sindicalistas y estudiantes que se denominó Nuit Debout (“noche de pie”). Una de las protestas, incluso, terminó en la puerta de la casa de Valls. Otra muestra de su escasa popularidad tiene que ver con dos incidentes en los que se vio envuelto en menos de un mes. El martes, un joven le dio una cachetada cuando salía de un acto de campaña en Bretaña, y, a fines de diciembre, un hombre le volcó encima una bolsa de harina en una actividad en Estrasburgo. No lo ayudó haberse presentado, la semana pasada, como un continuador del legado de Hollande.

Valls insistió en la necesidad de continuar con el rumbo marcado por Hollande en materia económica el jueves pasado, durante el primer debate. Además, defendió las medidas de Hollande en cuestiones como la lucha contra el terrorismo y la política internacional. En este sentido, abogó por aumentar el número de las fuerzas de seguridad y construir 10.000 lugares nuevos en las cárceles. A su vez, aseguró que “en la guerra contra el terrorismo” el estado de emergencia es una herramienta que “debe ser prolongada tanto tiempo como sea necesario”. Cuando Montebourg y Hamon aseguraron que, de llegar a la presidencia, derogarían la polémica reforma laboral, Valls la defendió y aseguró que el diálogo en las empresas por encima de los convenios colectivos -uno de los puntos más cuestionados por los detractores- permite evitar el cierre de empresas y, por lo tanto, preservar puestos de trabajo. Para sus rivales más directos en las primarias, la medida debilita la posición de los trabajadores frente a los empresarios. En la arena internacional, el ex primer ministro propone la refundación de la Unión Europea (UE). Esto implicaría poner freno a su ampliación, reforzar sus fronteras e imponer impuestos altos a los productos importados a países que no respetan la legislación europea en materia de derechos sociales y medioambiente.

En tanto, Hamon propone un programa con el que pretende representar al ala más izquierdista del PS y que está basado en la introducción de un salario universal, la reducción de la jornada laboral y la reforma de las instituciones. Hamon fue ministro de Educación de Hollande, pero fue destituido a los dos años de haber asumido el cargo por sus posiciones críticas con la línea del gobierno, al que consideraba demasiado liberal. No sorprende, entonces, que su candidatura persiga un cambio de rumbo total en el partido oficialista. El punto más cuestionado de su proyecto es el del salario universal, que sería de 800 dólares y lo cobrarían todos los franceses adultos, independientemente de su situación laboral.

Otra de las patas claves del programa del ex ministro es la ecológica. Este apartado incluye medidas como el abandono progresivo de los hidrocarburos, el incremento del uso de las energías renovables, la renovación energética de los edificios públicos y el descenso de la producción de energía nuclear. En el terreno social, Hamon está a favor de legalizar el cannabis, cuya distribución quedaría en manos del Estado.

Montebourg, por su parte, se presenta como el “transformador de la izquierda”, con un plan proteccionista y “antiglobalización”. Ese proyecto tiene, también, una fuerte crítica a la UE. En una entrevista que brindó en diciembre, Montebourg dijo que “Europa se ha vuelto contra el pueblo” y agregó que, al imponer sus políticas restrictivas, la Comisión Europea aplica “reglas anacrónicas, absurdas y caducas”, como la austeridad, que no fomentan el crecimiento económico ni la creación de empleos. Frente a esto, el ex ministro de Economía propone repatriar puestos de trabajo deslocalizados y reindustrializar el país protegiendo sus productos, parte de una campaña que denomina Made in France. Además, quiere abaratar los costos de la salud y exigir a los patrones que aumenten los sueldos de sus empleados.

Las primarias de la izquierda son “abiertas”, por lo que, a diferencia de las internas de la derecha francesa, cualquiera puede votar, no solamente los miembros del PS. Las condiciones son: haberse registrado antes del 31 de diciembre, pagar un dólar por vuelta y firmar un documento que asegure que “se identifica con los valores de la izquierda y de la República”.

Además del candidato que resulte ganador de las primarias del PS, otros dos representantes de la izquierda participarán en las presidenciales como aspirantes independientes: el hasta hace poco ministro de Economía Emmanuel Macron y el eurodiputado Jean-Luc Mélenchon.