El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumplió el lunes con una de sus promesas electorales: firmó el decreto que retira a Estados Unidos del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), que vinculaba su país con otros 11 de la cuenca del Pacífico y que explícitamente excluía a China. Es un gesto dirigido a la clase obrera, que se siente víctima de la globalización (entre otras cosas) y que con sus votos ayudó a ganar la presidencia al magnate neoyorquino. Trump, que también tiene previsto renegociar (pero no salirse) el tratado de libre comercio con México y Canadá, dijo que la retirada del TPP “es una gran cosa para el trabajador estadounidense”.
Ambas decisiones confirman su intención de cerrar fronteras y limitar el comercio del país con terceros, algo que su rival demócrata Hillary Clinton también había prometido en la campaña electoral. Incluso Bernie Sanders, representante del ala más izquierdista del Partido Demócrata, consideraba el TPP “un acuerdo desastroso destinado a proteger los intereses de las grandes multinacionales a expensas de los trabajadores, los consumidores, el ambiente y las bases de la democracia”.
El TPP fue negociado por la administración de Barack Obama, que veía en él una pieza clave para la estrategia geopolítica de Estados Unidos en Asia ante su principal rival, China. Pero dicho tratado encontraba desde hacía años una dura oposición en el Congreso para ser ratificado. La decisión de Trump marca una ruptura con la política de apertura a los mercados mundiales que su país venía practicando y rompe con uno de los principios del Partido Republicano, que ha portado desde siempre el estandarte de la economía de libre mercado y el libre comercio.
Trump -y en alguna medida los demás candidatos y precandidatos presidenciales en Estados Unidoshan preferido responsabilizar a la globalización y el libre comercio del cierre y el traslado de empresas a otros países que cuentan con una mano de obra más barata pero también más productiva. En la búsqueda de explicaciones fáciles han olvidado el estancamiento que vive desde hace años la productividad de la mano de obra local y los procesos de creciente automatización que vuelven superflua una parte importante de los obreros industriales tradicionales.
El TPP del que Estados Unidos sale representaba 40% del comercio mundial (además de Estados Unidos, lo integraban Japón, Malasia, Vietnam, Singapur, Brunéi, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, México, Chile y Perú) y contaba con un mercado de 800 millones de consumidores, el doble que la Unión Europea. El acuerdo fue visto como un importante logro, ya que estaba armonizando estándares muy diferentes en materias como la protección ambiental, los derechos laborales, la regulación de mercados y la protección de industrias.
Ahora China, que fue excluida del acuerdo, está dispuesta a llenar el vacío que deja Estados Unidos. El gobierno de Beijing nunca dejó de moverse en este tiempo y promovió su propio acuerdo comercial, denominado Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés). El RCEP, que abarca a 16 países (a los que podrían sumarse algunos latinoamericanos) y representa casi 30% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial y más de la cuarta parte del comercio, es ahora una plataforma firme para encabezar la integración regional de la zona más dinámica del mundo.
Con el TPP, Obama buscaba evitar que “China haga las reglas de la economía global” y las de Asia en particular. Con el fracaso de la iniciativa, la credibilidad de Estados Unidos en la región sufre un duro golpe y tendrá repercusiones económicas -que también sufrirán las empresas estadounidenses- y geopolíticas. El presidente de China, Xi Jinping, se reunió en las primeras semanas de 2017 con los líderes políticos de Filipinas y Malasia, tradicionalmente aliados de Estados Unidos, y la semana pasada, durante el Foro Económico Mundial de Davos, lanzó un mensaje claro al decir que su país defendería la globalización en contra de las “fuerzas populistas que quieren terminar con el libre comercio”.
¿Quién podrá defendernos?
El inesperado defensor del libre intercambio agregó que “algunos culpan a la globalización por el caos en nuestro mundo, pero nuestros problemas no son causados por la globalización”, y advirtió sobre los efectos negativos de una guerra comercial. “Seguir con el proteccionismo es como encerrarse uno mismo en un salón oscuro: puede que evite el viento y la lluvia, pero también se quedarán afuera la luz y el aire”, señaló.
Sus palabras se anticipaban a la decisión anunciada por Trump de abandonar el TPP, pero también hacían referencia a la intención del nuevo gobierno de levantar barreras comerciales contra los productos chinos.
La imagen es clara: Estados Unidos empieza a mirar hacia adentro y China busca extender su influencia en el mundo, en principio a partir de la economía.
Tras la salida de Estados Unidos del TPP, los gobiernos de Australia, Nueva Zelanda y Japón reaccionaron afirmando que no renunciarán al libre comercio, pero mostraron cierto pesimismo. A su vez, dejaron la puerta abierta para que China se incorpore a las discusiones sobre el futuro del acuerdo.
El primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, afirmó que los 11 integrantes restantes continuarán vinculados al TPP. Dijo que ya habían discutido el posible abandono de Estados Unidos y que por ello buscaban una alternativa para mantener el tratado con un miembro menos. “Existe la posibilidad de que el TPP siga adelante sin Estados Unidos, y ciertamente hay un potencial para que China se una”, aclaró.
Además, el ministro de Comercio de Australia, Steven Ciobo, comentó que la decisión de Trump ha provocado una indignación generalizada en su país, que desde siempre ha seguido las políticas de Washington. “Es una vergüenza”, dijo más precisamente. Su homólogo neozelandés, Todd McClay, también opinó que la decisión de Trump es “decepcionante”.
“Creo que Trump entiende la importancia del comercio libre y justo, y me gustaría insistir para que entienda la importancia estratégica y económica del TPP”, dijo el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ante el parlamento de su país con la esperanza de que Trump cambiara de idea. Hasta el propio Abe, quien mantiene viva la rivalidad tradicional de su país con China, admitió que el final del TPP supondrá que la única alternativa regional sería la china: “No hay duda de que se producirá un giro hacia el RCEP si el TPP no sigue adelante”, dijo.
Dirigentes políticos y algunos medios de comunicación japoneses han comenzado a manifestar cierto recelo hacia la nueva administración estadounidense. Citado por el diario El Mundo, de España, un reciente editorial del diario Sankei Shimbun, uno de los más influyentes de Japón, exige a los gobernantes japoneses responder con una idea espejo a la estadounidense: “Japón primero”, es decir más proteccionismo y, sobre todo, una nueva política de defensa militar independiente de Estados Unidos. “Si necesitamos armas y equipo militar, tenemos que hacerlas en el país”, finaliza el editorial.