La recesión económica que atraviesa Europa, la crisis de los refugiados, la amenaza del terrorismo yihadista y la pérdida de popularidad de los partidos tradicionales dieron impulso en el continente a partidos y movimientos de extrema derecha que se vieron potenciados especialmente en 2016. Es el caso del PVV holandés, que empieza el 2017 liderando todas las encuestas de intención de voto para las elecciones de marzo, muy lejos del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) del primer ministro Mark Rutte.

La organización política de Wilders conseguiría ganar las elecciones con 24% de los votos, según una encuesta publicada el 21 de diciembre por la página Europe Elects. Por su parte, el gobernante VVD quedaría en segundo lugar con 15% de los votos y pasaría de ser fuerza del gobierno a oposición, mientras que el tercer lugar quedaría compartido entre el Partido Socialista holandés, el partido de derecha 50 Plus, Demócratas 66 y Llamada Demócrata Cristiana, todos con 9%. En tanto, el Partido del Trabajo, que actualmente forma la coalición de gobierno junto con el VVD, quedaría más abajo, con 7% de las preferencias, siempre según la misma encuesta. El estudio atribuye al PVV una tendencia “al alza”, mientras que los demás partidos se encontraban “a la baja”.

Las últimas encuestas muestran, a la vez, que el PVV lograría entre 36 y 39 escaños en un Parlamento de 150, lo que implica el triple de los que obtuvo en las elecciones de 2012.

Los ultraderechistas vienen ganando terreno desde hace tiempo en Holanda y se vieron impulsados por la crisis de los refugiados. En las encuestas se mantienen como favoritos prácticamente desde hace un año. Lo hacen reeditando el mismo lema que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca: “Hacer a Holanda grande otra vez”. La similitud no es casual, si se tiene en cuenta el plan del gobierno que propone Wilders para el período 2017-2022 -escrito en una sola página- y se lo compara con el del presidente electo de Estados Unidos en temas como la inmigración. En esa materia, el PVV propone “cerrar las fronteras” para que no entren más solicitantes de asilo ni inmigrantes de países musulmanes, engrosar el presupuesto en seguridad y aumentar el número de funcionarios de la Policía y el Ejército en las zonas fronterizas. También apuesta a impedir el regreso a Holanda de personas que viajaron a Siria para luchar con el grupo yihadista Estado Islámico.

Fuera de la política migratoria, pero en consonancia con el espíritu xenófobo del programa, el PVV propone como prioridad, en caso de llegar al gobierno, la “desislamización” del país. Plantea cerrar los centros de refugiados, las mezquitas y las escuelas islámicas, y prohibir el Corán y el uso del velo islámico, según establece el texto. Propone además encerrar “de manera preventiva” a musulmanes radicales, y retirar la doble nacionalidad y expulsar del país a los criminales. El partido antiinmigrante y euroescéptico también aboga por la salida de Holanda de la Unión Europea (UE) y por acabar con el euro para recuperar el florín, la antigua moneda holandesa.

En el plano económico, Wilders quiere que la edad de jubilación sea de 65 años en lugar de los actuales 67 y pretende cortar los gastos destinados al desarrollo energético, el arte y la innovación. En contrapartida, el político holandés quiere aumentar los gastos destinados a la Policía, las fuerzas armadas y las residencias para ancianos. Todo esto porque, en su opinión, Holanda no debe “financiar más al mundo y a las personas que no queremos en el país”, según dijo a la cadena de televisión pública NOS. “Holanda tiene que volver a ser nuestra”, agregó.

A pesar del crecimiento del partido de Wilders, los analistas holandeses consideran poco probable que el PVV pueda llegar a formar parte de un nuevo gobierno porque, a no ser que obtenga más del 50% de los votos en las elecciones, necesitará formar coalición con otros partidos y la mayoría de estos ya aseguraron que no accederían a ello. “Incluso si el PVV fuera el partido más votado, veo más probable que al final el gobierno lo formara algún tipo de coalición de centro”, dijo a la agencia de noticias Efe Tom Louwerse, profesor de Política de la Universidad holandesa de Leiden. A su entender, el VVD “sería el único con el que el PVV podría llegar a un acuerdo, pero es poco probable que ambos sumen suficientes escaños para formar una coalición”, por lo que “necesitarían un tercer partido, y no veo realmente cuál podría ser”, dijo el politólogo.

Un agitador

Al igual que Trump, Wilders tiene su propio historial de dichos xenófobos y discriminación. El episodio que más trascendió en los últimos años ocurrió después de las elecciones municipales de 2014, cuando el líder holandés prometió trabajar para que hubiera “menos marroquíes” en el país. Estas palabras provocaron en su momento una tormenta política y el descontento de varias organizaciones civiles, lo que llevó a las autoridades a iniciar una investigación. Tras un largo juicio, Wilders fue finalmente declarado culpable el 9 de diciembre por los cargos de incitación al odio y discriminación racial. Sin embargo, no se le impuso ninguna sanción porque los jueces consideraron que el proceso fue un castigo suficiente. El magistrado que lideró el caso, Hendrik Steenhuis, dijo que al preguntar a sus seguidores si querían “más o menos marroquíes en Holanda”, Wilders “denigró a sabiendas y discriminó a un grupo entero de población”.

Pese a que no hubo sanción para Wilders, el Consejo de las Mezquitas Marroquíes de Holanda celebró un fallo que certifica “los límites de lo aceptable en una discusión social”.

Wilders se defendió en Twitter. Dijo que “los marroquíes no son una raza”, por lo que él no es un racista y tampoco sus votantes. Además, advirtió que su condena “abarca a media Holanda, que se ha vuelto un país enfermo”, y aseguró que “no habrá ningún tribunal” que lo pare porque su voz es la de “millones de personas”. A continuación, difundió un video en el que recordó al gobierno que su partido “crece y es más fuerte cada día”.

Algunos llamados de Wilders generaron actos racistas en Holanda. A modo de ejemplo, el año pasado el líder del PVV pidió a sus seguidores “resistir” a la futura construcción de centros de albergue para refugiados en ciudades específicas. Unos días después, las autoridades encontraron decenas de cabezas de cerdo en las localidades de Heesch y Enschede, donde estaba prevista la construcción de esos refugios. Unos meses antes, un hombre de Enschede fue arrestado por lanzar un cóctel molotov a una mezquita cuando había niños en su interior. En diciembre de 2015, cuando Wilders alertaba del “peligro” de recibir a musulmanes a un mes de los atentados en París, una mezquita en construcción en Leiden fue ocupada por un grupo ultraderechista que colgó en sus paredes pancartas con el lema “Stop islam”.

Se prevé que la competencia más directa de Wilders sea el líder emergente del partido Foro por la Democracia, Thierry Baudet, que también propone medidas euroescépticas y xenófobas pero menos extremas. Baudet, de 33 años, no quiere cerrar mezquitas y echar a los musulmanes del país, pero, en cambio, pretende dejar en manos “de la democracia directa” el futuro de la libre circulación de personas en la UE. Lo mismo pasa con la salida de Holanda del bloque europeo: él es partidario del nexit pero insiste en que la decisión dependerá “del pueblo”.