La semana pasada, Obama cerró su discurso de despedida retomando su lema de campaña: “Sí, se puede”. Y agregó: “Sí, lo hicimos”. Pero no está claro hasta qué punto cumplió con sus promesas de “transformar” el país. Obama llegó a Washington en 2009 con el discurso optimista de un hombre “común y corriente” que podía gobernar Estados Unidos de otra manera. Que podía cambiar las cosas dentro y fuera del país.

Ya desde el principio, y haciendo gala de una retórica siempre inspiradora y elocuente, Obama dejó clara su voluntad de combatir la crisis financiera, crear empleos, erradicar la pobreza, cerrar la cárcel de Guantánamo, abrazar los derechos de las minorías y combatir el calentamiento global para dejarles un mundo mejor a las nuevas generaciones. En materia de política exterior, aseguró que retiraría a su país de las guerras en las que estaba involucrado y que se enfocaría exclusivamente en la lucha contra el terrorismo. Era el comienzo de una nueva era. Pero ocho años después, el balance es -por lo menos- agridulce.

Lo que sí

Cuando Obama empezó su primer mandato, Estados Unidos intentaba levantarse de una profunda crisis financiera, un problema que su administración consideró una prioridad. A un mes de asumir la presidencia, Obama promulgó un plan de estímulo económico en el que invirtió más de 700.000 millones de dólares y que, con el tiempo, logró revertir los números negativos del último año de su antecesor, George W Bush. En el medio, rescató empresas automotrices -así como instituciones bancarias- e impuso recortes fiscales para favorecer la creación de puestos de trabajo. En enero de 2010 lanzó un paquete de medidas para beneficiar a la clase media y, seis meses después, aprobó una de las reformas financieras más grandes desde la crisis de la década de 1930, con énfasis en la protección del consumidor y mayor supervisión a las empresas. Si bien los resultados empezaron a surgir lentamente, para fines de 2010 las compañías habían empezado a crear empleos. Desde entonces, los incrementos se aceleraron, y 2014 y 2015 fueron los mejores años en la generación de puestos de trabajo desde finales de 1990, según la cadena CNN. Como resultado, la potencia mundial pasó de una recesión económica a un crecimiento sostenido de un promedio anual de 2,1% del Producto Interno Bruto en 2010. La mejora se evidenció también en otros indicadores, como el desempleo, que llegó a superar 10% en 2009 y cayó por debajo de 5% en 2016.

Otro de los proyectos más aplaudidos de la presidencia de Obama es la reforma que llevó adelante en el sector de la salud, cuando firmó en 2010 -a pesar de la fuerte resistencia que encontró entre los republicanos- la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, conocida como Obamacare. El objetivo era ampliar la cobertura médica a todos los estadounidenses, al convertir el seguro médico en obligatorio e imponer nuevas regulaciones a las empresas que brindan estos seguros. Como resultado, 20 millones de personas pudieron acceder a los servicios de salud, aunque otras diez todavía no tienen cobertura. La reforma también eliminó el derecho de las mutualistas a rechazar a las personas por condiciones médicas preexistentes. Esta reforma es una de las primeras que prometió eliminar el presidente electo, Donald Trump, una vez que llegue al gobierno, aunque hace unos meses dijo que podría mantener este último cambio. Los detractores del Obamacare argumentan que el proyecto es inviable y un obstáculo para el crecimiento del empleo en la salud.

La administración de Obama también avanzó, aunque tímidamente, en materia de políticas sociales. Uno de los mayores logros de las organizaciones civiles tuvo lugar en junio de 2015, cuando la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos consideró constitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país. De esta manera, quedaron sin validez las polémicas leyes que prohibían estas uniones en la mayoría de los estados. Obama fue el primer presidente estadounidense en respaldar públicamente el matrimonio homosexual.

En 2011, el mandatario ya había dado un paso en contra de la discriminación cuando firmó la abolición de la política “Don't ask, don't tell”" (“no preguntes, no digas”), que prohibía a los homosexuales hablar de su orientación sexual mientras estuvieran sirviendo en las Fuerzas Armadas. Obama incluso emitió una orden para integrar a las personas transexuales en las Fuerzas Armadas. El año pasado, su gobierno también exigió a las escuelas de todo el país que permitan usar a los alumnos transexuales los baños y vestuarios que prefieran.

Por otro lado, Obama buscó reformar el sistema penal y reducir la población carcelaria del país -la más importante del mundo en relación a la población nacional-. Y lo logró: por primera vez en 20 años, el número de presos disminuyó. Además, su equipo trabajó para reducir la discriminación y los abusos que se cometen dentro del sistema judicial y de las Fuerzas Armadas, principalmente contra las comunidades hispana y negra, y los inmigrantes en general.

En la arena internacional, durante la gestión de Obama seis potencias internacionales -Alemania, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia- alcanzaron un acuerdo con Irán para limitar su programa nuclear. A cambio, levantaron las sanciones comerciales que Irán afrontó durante más de dos décadas. El pacto fue considerado un éxito, ya que no sólo previno de manera pacífica el desarrollo de un arma nuclear, que presuntamente Irán perseguía, sino que además provocó el deshielo en las relaciones de Irán con el resto del mundo.

El primer presidente negro de Estados Unidos también planteó una agenda ambiental que incluyó la construcción de plantas solares y una reestructura de la producción para dejar progresivamente los hidrocarburos y usar energías renovables. En este sentido, prohibió perforaciones petroleras en los océanos Atlántico y Ártico, y llevó al plano internacional una nueva posición estadounidense en el debate sobre el clima. Este último punto quedó claro en el impulso que le dio al Acuerdo de París, alcanzado en 2015, por el cual más de 180 países se comprometieron a tomar las medidas necesarias para que el calentamiento global no supere los dos grados centígrados en 2100. Este compromiso también se ve amenazado por la presidencia de Trump, quien considera que el calentamiento global es “un invento de los chinos”.

Otro capítulo internacional tiene que ver con la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, después de más de medio siglo de interrupción. Este proceso incluyó la apertura de embajadas en los dos países y la reanudación de los vuelos comerciales, que provocó el boom del turismo y el interés de empresarios por invertir en la isla. También impulsó la primera visita de un presidente estadounidense a Cuba en 88 años. Pero el alcance del proceso es cuestionado, ya que Obama no pudo levantar el embargo económico que rige sobre la isla, al enfrentarse constantemente con el rechazo de la mayoría republicana en el Congreso. Los críticos consideran que el mandatario dio muchas concesiones sin exigir reformas a cambio. En esto coincide Trump, quien ya advirtió que volvería a congelar las relaciones si no se producen avances en materia de derechos humanos y libertades.

En el marco de este acercamiento con La Habana, y en una de sus últimas medidas como presidente, Obama puso fin la semana pasada a la política “pies secos/pies mojados”, que devolvía a la isla a los cubanos indocumentados que interceptaba en el mar (“pies mojados”), pero admitía a los que lograban tocar tierra (“pies secos”). Durante muchos años, el gobierno de Cuba argumentó que esta política promovía que los cubanos se arriesgaran a viajar a Estados Unidos incluso en condiciones peligrosas. “Al dar este paso, estamos tratando a los emigrantes cubanos de la misma manera que tratamos a los de otros países”, dijo el presidente al anunciar la decisión.

Lo que no

Obama consiguió mejorar las relaciones diplomáticas con Cuba, llegó con Irán a un acuerdo que se preveía muy difícil y redujo sustantivamente el número de tropas en Afganistán e Irak, aunque todavía mantiene miles de soldados desplegados en el terreno para combatir a facciones terroristas. Pero también expandió la presencia militar del país en el mundo y aumentó los ataques con drones y el uso de las llamadas Fuerzas Especiales.

En 2013, cuatro años después de que decidieran premiar a Obama con el Nobel de la Paz, Amnistía Internacional advirtió que estos ataques con drones podían ser considerados “crímenes de guerra”.

Según la columna de opinión de la periodista Medea Benjamin en el diario británico The Guardian, Obama deja el cargo habiendo mantenido a su país en conflicto durante más tiempo que cualquier otro presidente en la historia de Estados Unidos. En primer lugar, el número de países en los que hay tropas estadounidenses creció de 60 en 2009 a 138 en 2016, según datos del Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos citados por Benjamin. Esto significa que tiene presencia militar en 70% de los países del mundo.

Además, Micah Zenko, del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, presentó otro dato revelador: sólo en 2016, el gobierno de Obama arrojó al menos 26.171 bombas. Esto quiere decir que militares estadounidenses, sólo el año pasado, lanzaron 72 bombas por día. O sea, tres bombas por hora, todos los días. La mayoría en Siria e Irak, aunque también alcanzaron Afganistán, Libia, Yemen, Somalia y Pakistán, siete de los países musulmanes de mayor extensión. Pero esos datos no aparecen en sus discursos inspiradores. Lo que sí apareció más de una vez, con énfasis y orgullo, fue el asesinato del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, considerado por su administración un mojón fundamental en la lucha contra el terrorismo.

Sin embargo, la retirada mal planificada en Irak permitió que lo que quedaba de Al Qaeda y los leales a Saddam Hussein se reconstituyeran en un grupo terrorista que asumió el poder en grandes partes de territorio iraquí y sirio y matara a miles de civiles, antes de transformarse en lo que hoy es Estado Islámico (EI).

En Medio Oriente, además, Obama es acusado de haber cometido dos errores importantes: Libia y Siria. En Libia, la intervención aérea de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, comandada por Estados Unidos, colaboró con la destitución del líder Muamar Gadafi, pero no previó las consecuencias posteriores. Gadafi fue asesinado a golpes meses después por sus opositores, y el país quedó sumido en un grave conflicto, un resultado que el propio presidente estadounidense calificó de su “peor error”.

En Siria, las decisiones de Obama fueron más complicadas. Allí, Estados Unidos intervino militarmente por primera vez en setiembre de 2014, encabezando una coalición internacional para atacar posiciones de EI. Sin embargo, dijo que no iba a participar en el enfrentamiento entre el gobierno de Bashar al Assad y la oposición armada, a no ser que se detectara el uso de armas químicas. Después, cuando los organismos internacionales confirmaron el uso de armas químicas por parte de Al Assad, Obama no hizo nada y las tropas estadounidenses siguieron sin pisar suelo sirio. En su discurso de despedida, Obama expresó su angustia por la situación en la ciudad siria de Alepo, pero insistió en que su política en ese país había sido guiada por su sentido de “lo que es correcto para Estados Unidos”. La no intervención creó un vacío que llenaron países como Rusia y Turquía, que actualmente lideran las negociaciones para la paz. Para analistas políticos consultados por el diario The New York Times, la pasividad de Obama y la ofensiva Moscú ayudaron a prolongar la guerra civil.

Por otro lado, Obama también fracasó en sus esfuerzos para presentar una reforma migratoria que defienda los derechos de las personas indocumentadas que viven en Estados Unidos, que fue una de sus promesas de campaña. De hecho, el demócrata tomó decisiones que afectaron gravemente a los inmigrantes: a lo largo de sus dos mandatos, deportó a más de 2,5 millones de personas, más que cualquier otro presidente en la historia del país, por lo que llegó a ser denominado El deportador en jefe, en un juego de palabras con su cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En contrapartida, y mediante un decreto presidencial, pudo proteger a unos 700.000 jóvenes inmigrantes -los llamados dreamers- que fueron traídos a Estados Unidos por sus padres cuando eran niños.

A medio camino

Algunas promesas de aquel Obama mucho menos canoso no pueden ser catalogadas de éxito o fracaso, porque quedaron a medio camino. Guantánamo es el ejemplo más ilustrativo. Obama firmó el proceso para cerrar esta cárcel apenas dos días después de asumir como presidente por primera vez. En esa instancia, también aprobó una norma contra la práctica de la tortura en ese establecimiento para acusados de terrorismo. Y lo fue vaciando de a poco: desde entonces, liberó a 242 presos para enviarlos a otros países. Sin embargo, una vez más, no pudo contra la mayoría republicana en el Congreso, por lo que el penal de Guantánamo continúa abierto. Actualmente, encierra a 45 reclusos.

Tampoco hubo políticas que hayan abordado o al menos discutido el racismo estructural e institucional en Estados Unidos. Obama se mostró visiblemente afectado por la ola de asesinatos a negros perpetrados por funcionarios policiales en los últimos años, dijo en varias entrevistas que el país todavía no está “curado del racismo”, pero no propuso iniciativas para paliar las tensiones raciales. También abogó por la regulación de las armas, otra cuestión en la que intentó promover avances durante su mandato, sin lograrlo. En su discurso de despedida, dijo que el racismo representa una “amenaza para la democracia” y que continúa siendo una “potente fuerza divisiva”. Pero nada más. En este punto, su retórica elocuente no fue suficiente.