“En un año hemos cambiado la cara de la política francesa”, dijo Macron anoche ante sus seguidores, en París, cuando los resultados parciales de la primera vuelta ya eran irreversibles. Con 90% de los sufragios escrutados, el candidato de ¡En Marcha! había recibido 23,5% de los sufragios, seguido por Le Pen, con 22,1%. De esa forma, los dos calificaron para enfrentarse en balotaje. Una primera encuesta publicada anoche por Ipsos prevé para esa votación una cómoda victoria de Macron con 62% de los votos, un escenario similar al que mostraban sondeos anteriores.

El candidato del partido de derecha Los Republicanos, François Fillon, quedó en tercer lugar, con 19,7% de los votos, seguido por el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, de La Francia Insumisa, con 19,4%. El quinto lugar fue para uno de los grandes perdedores de la noche, Benoît Hamon, que con 6,2% de los votos se convirtió en el primer aspirante del Partido Socialista (PS) en cuatro décadas en no lograr ni siquiera el tercer puesto.

Los otros seis candidatos que competían eran Nicolas Dupont-Aignan (5%), un soberanista de centro crítico de la Unión Europea (UE); Jean Lassalle (1,4%), también centrista y defensor de los trabajadores rurales; el sindicalista anticapitalista de izquierda Philippe Poutou (1,2%); el euroescéptico de derecha François Asselineau (0,9%); la comunista Nathalie Artaud (0,7%); y Jacques Cheminade (0,2%), aspirante francoargentino de centro.

El porcentaje oficial de participación no se había divulgado al cierre de esta edición, pero según los sondeos a boca de urna fue de 78%, ligeramente inferior a la de 2012.

Anoche, Macron mencionó y saludó a todos sus rivales menos a Le Pen, y agradeció a quienes lo eligieron para hacer frente a un país que “atraviesa un momento inédito marcado por el terrorismo, el déficit y el sufrimiento social y ecológico”. El ex banquero pidió además la “unidad de todos los franceses” para frenar a la extrema derecha.

Su solicitud fue replicada por otros candidatos y líderes franceses, que al conocer los resultados hicieron un llamado a votarlo en mayo. Fue el caso de Fillon y de Hamon, que dijo: “Distingo entre un adversario político y una enemiga de la República. El momento es serio”.

La unión de la izquierda y la derecha para evitar la victoria de la ultraderecha en Francia no es una estrategia nueva. Es lo que se conoce como el “frente republicano”, que si bien surgió a fines de los 70, logró su máximo objetivo en el balotaje de 2002, que enfrentó al conservador Jacques Chirac contra el fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, padre de Marine. En esas elecciones, Le Pen padre -que se presentaba por cuarta vez como candidato- obtuvo 16,8% de los votos en la primera ronda y accedió a la segunda vuelta con Chirac. En el balotaje, logró apenas 18% de los votos frente al arrollador 82% que obtuvo Chirac. Se espera que algo similar pueda suceder el 7 de mayo para que no gane su heredera.

A diferencia de Macron, la actual líder del FN aprovechó su discurso de anoche, en la ciudad de Hénin-Beaumont, para atacar a su contrincante. Dijo que “el gran desafío “es la globalización salvaje” que, a su entender, está personificada por el ex banquero. “Apelo a todos los patriotas sinceros, de todo origen, para que me apoyen, que abandonen peleas anquilosadas, porque está en juego el interés del país, la supervivencia de Francia, la unidad nacional”, insistió ante miles de sus partidarios.

Irreconciliables

Macron y Le Pen no encarnan el clásico duelo entre la izquierda y la derecha, pero sí dos concepciones muy diferentes del país que quieren y de cómo pretenden que ese país se relacione con el resto del mundo.

La líder del FN aboga por el proteccionismo económico, el cierre de fronteras para los inmigrantes y una vigilancia especial para los extranjeros en general, y una visión regional especialmente eurófoba: defiende el fin del euro y, en caso de llegar al Elíseo, prometió activar un referéndum para que los franceses decidan si quieren o no permanecer en la UE.

En tanto, el ex ministro de Economía propone la liberalización económica, una política migratoria “más humana” y se presenta como un auténtico europeísta. Si bien se define como un progresista que no se identifica con la izquierda o la derecha, su programa dio pie a que muchos lo vean como un heredero de las políticas del actual presidente francés, el socialdemócrata François Hollande.

La UE probablemente haya recibido con alivio los resultados, después de una campaña en la que más de la mitad de los candidatos se mostraron euroescépticos. El peor escenario para Bruselas hubiera sido que la segunda vuelta se disputara entre Le Pen y Mélenchon, que proponía renegociar los tratados con la UE para “recuperar una mayor libertad”. En cambio, en Macron la UE ve a un amigo.

Lo único que tienen en común los dos candidatos a suceder a Hollande, tal vez, es que no pertenecen a los partidos tradicionales franceses. De hecho, Macron y Le Pen representan a dos partidos que nunca gobernaron Francia. El movimiento de Macron, ¡En Marcha!, fue fundado en abril del año pasado, cuatro meses antes de que el entonces ministro de Economía renunciara a su cargo de ministro y abandonara definitivamente el PS, un gesto que le valió el reproche de muchos socialistas, que lo tildaron de “traidor”.

Su partido surgió como un movimiento ciudadano que quería salir de los marcos políticos tradicionales y ser una organización transversal, que no se identifica ni con la izquierda ni con la derecha. Su discurso cautivó en particular a quienes, justamente, se sentían decepcionados con los partidos que se venían turnando en el Elíseo en las últimas décadas. Poco a poco, su movimiento, muy activo en redes sociales, integrado por personas jóvenes, y caracterizado por sus actos cool y poco convencionales, logró cautivar a quienes dejaron de creer en un PS en crisis y en los líderes de Los Republicanos, envueltos en escándalos de corrupción.

El caso del FN de Le Pen es totalmente distinto. El partido fue fundado en 1972 por el padre de Marine, que presidió la formación hasta que fue sustituido por su hija en 2011. Dueña de una retórica elocuente y más simpática que la de su progenitor, Le Pen asumió el liderazgo con una agenda que tenía como prioridad “desdemonizar” el partido. Aunque en el camino se enfrentó a algunos obstáculos judiciales y a acusaciones de incitación al odio, entre otras cosas, poco a poco fue logrando cambiarle la cara a su organización política y ascender en los sondeos, impulsada además por un contexto europeo de auge de los ultranacionalismos.

El primer domingo de mayo, los franceses decidirán en las urnas qué cara de la moneda prefieren.