China se mueve y aprovecha el vacío dejado por Estados Unidos a instancias de las decisiones de la administración de Donald Trump. Su megaproyecto de inversiones, algo que los titulares llaman “el nuevo Plan Marshall”, reunió por primera vez el respaldo de varios empresarios y representantes de países y de organismos internacionales.

A cuatro años de que lo anunciara públicamente, el presidente chino, Xi Jinping, presentó el domingo el proyecto “Un cinturón, una ruta” (One Belt, One Road, en inglés), que busca resucitar la Ruta de la Seda. Lo hizo en el primer foro internacional con este tema como el único a discutir, al que acudieron 29 jefes de Estado, entre ellos el presidente ruso, Vladimir Putin, y el de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, además de los principales responsables de organismos multilaterales como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Es el mayor proyecto global de transporte terrestre y marítimo conocido, que busca conectar el extremo oriental de China con España y África, y unir por la vía transoceánica el Atlántico con el Pacífico. El plan permitiría impulsar el comercio de China con 65 países de Asia, Oriente Próximo, África y Europa, mediante la modernización y construcción de enlaces de transporte, infraestructura y telecomunicaciones. Los dos primeros proyectos a concretarse son la construcción de la vía férrea más larga del mundo, que unirá Madrid con la ciudad china de Yiwu, y la ruta marítima con eje en el puerto griego de El Pireo.

La iniciativa fue apoyada por la mayoría de los países asiáticos. Para Rusia, se trata de un corredor de transporte entre el este y el oeste, esencial para su comercio con Asia, el Pacífico y Europa. Sin embargo, el BM y el FMI advirtieron de la dificultad de cumplir con las promesas del plan, mientras que países como Alemania y Estados Unidos, que de acuerdo con los medios presentes en el encuentro no enviaron delegación de alto nivel (no asistieron Donald Trump, Angela Merkel ni la primera ministra británica, Theresa May), insistieron en la necesidad de que China, más allá de los discursos, garantice mayor apertura comercial e inversiones. La declaración final no fue firmada por los representantes de Bélgica, Estonia, Alemania, Hungría, Italia y España, que manifestaron que pretendían mayores garantías en cuanto a la sostenibilidad económica y ambiental, y de que el proyecto estuviera sujeto a procesos de licitación justos.

India, otro actor importante para esta iniciativa, no envió representación y criticó el plan de Pekín, ya que el proyecto clave es el llamado corredor económico chino-paquistaní, que prevé la actividad de los dos países en Gilgit-Baltistan, un área montañosa de Cachemira que está bajo control de Pakistán pero es reclamada por las autoridades indias.

En el comunicado final, China aceptó incluir unos objetivos aperturistas a futuro, como la igualdad de oportunidades en la licitación de proyectos o el respeto a las normas internacionales de financiación, hizo hincapié en su oposición a “toda forma de proteccionismo” y se manifestó a favor de una “economía abierta”.

En un momento de débil crecimiento global y del comercio, las promesas de China resultan atractivas para los gobierno de diversos continentes. Xi anunció que su país aumentará sus contribuciones al proyecto con un aporte de 14.500 millones de dólares, más otros 55.000 millones en préstamos de bancos oficiales que se suman a los 40.000 millones de dólares ya comprometidos.