La primera reacción de Trump luego de los disturbios registrados el sábado en Charlottesville, Virginia, fue calificada de “tibia” por demócratas, organizaciones de derechos civiles y movimientos sociales, e incluso motivó a grandes empresas estadounidenses a pronunciarse al respecto. Pero lejos de intentar aplacar las molestias generadas, el presidente reiteró el martes que la responsabilidad por la violencia desatada en esa ciudad –y que desembocó en la muerte de una joven en manos de un neonazi– recae tanto en los supremacistas blancos como en los activistas antirracistas. Además, defendió que muchos de los presentes en la marcha convocada por los ultraderechistas eran “gente buena”.

Para los asesores que integran los dos principales foros empresariales del presidente, fue la gota que derramó el vaso. En las últimas horas, siete de los 28 miembros del Consejo de Fabricantes Estadounidenses abandonaron el grupo, entre ellos los líderes de compañías como Intel, Merck, Under Armour y el presidente de la mayor federación de sindicatos del país. En tanto, el miércoles los 19 miembros del Foro de Estrategia y Política decidieron irse en masa de la asociación.

Unas horas después, Trump anunció que disolvería los dos foros. “En lugar de presionar a los empresarios del Consejo de Fabricantes Estadounidenses y el Foro de Estrategia y Políticas, voy a acabar con ambos. ¡Gracias a todos!”, tuiteó el presidente. El día anterior, había restado importancia a las renuncias de los fabricantes. “Por cada director general que deja el Consejo de Fabricantes, tengo muchos para ocupar su lugar. Los fanfarrones no deberían continuar. ¡Empleos!”, escribió Trump en Twitter.

Los consejos de asesores son órganos externos que generalmente desempeñan un papel simbólico. Sin embargo, la disolución de los dos principales foros empresariales que daban recomendaciones a Trump supone un golpe fuerte para un presidente que basó su campaña electoral en la promesa de reactivar la economía y beneficiar a las compañías estadounidenses.

Mientras tanto, aumentan las voces críticas en el propio Partido Republicano. Entre ellas, las de los dos ex presidentes republicanos que siguen vivos, George Bush y George W Bush, quienes en un comunicado llamaron a “rechazar la intolerancia racial, el antisemitismo y el odio en todas sus formas”. También dirigentes republicanos en el Congreso cuestionaron los dichos de Trump. El miércoles, el líder de la bancada oficialista en el Senado, Mitch Mc-Connell, afirmó que no se puede ser “tolerantes” con “una ideología de odio racial”. En una alusión directa a lo dicho por el presidente, agregó: “No hay neonazis buenos, y aquellos que comparten sus ideas no apoyan los ideales y libertades estadounidenses”. También el senador Lindsey Graham dijo que las palabras de Trump “están dividiendo a los estadounidenses” y rechazó que haya una “equivalencia moral” entre los supremacistas blancos y los contramanifestantes de izquierda.

Dentro del gabinete de Trump, uno de los pocos en pronunciarse sobre el tema fue el secretario de Asuntos de los Veteranos, David Shulkin, que consideró un “deshonor” para los ex combatientes estadounidenses que no se cuestione a los neonazis desde el gobierno. Shulkin, que es judío, dijo en una conferencia de prensa que los grupos de ultraderecha reunidos el sábado en Charlottesville representan una “afrenta a los ideales estadounidenses”.

El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y los senadores John McCain y Marco Rubio, opinaron algo similar el martes.