La campaña electoral italiana está entrando en la fase más animada y combativa, pero los ciudadanos consultados por la diaria mostraron confusión, vergüenza e indecisión. La participación en las elecciones, que hasta hace 20 o 30 años era alta, ha bajado vertiginosamente en los últimos años, y el riesgo es que el 4 de marzo vote poco más que la mitad de los electores. La confianza de los italianos en su clase política ha alcanzado niveles tan bajos que el mayor esfuerzo estará en persuadir a los italianos de que salgan de sus casas para ir a votar y no tanto en convencerlos de que una coalición o una lista es más confiable que la otra.

Se votará con un sistema mixto, proporcional y mayoritario, en el que un tercio de los diputados y los senadores se eligen en circunscripciones uninominales (un candidato por coalición o lista, el más votado es elegido) y los dos tercios restantes con un sistema de listas proporcionales. La barrera para ingresar al Parlamento es de 3% para las listas y de 10% para las coaliciones, que deben cumplir otra condición: que al menos uno de los partidos haya reunido 3% de los votos.

Se conformaron dos coaliciones con miras a las elecciones. Por un lado, la de la derecha está integrada por el partido de Silvio Berlusconi, Forza Italia (FI); la Liga Norte de Matteo Salvini; Fratelli d’Italia –descendiente directa de la derecha fascista–, y la denominada “cuarta pierna”, un grupo de centristas de directo linaje democristiano. Por otro, la de centroizquierda, que vira cada vez más al centro, está liderada por el Partido Democrático (PD) de Matteo Renzi, que ha logrado juntar otras tres pequeñas formaciones que tienen un respaldo que, sumadas, no alcanza a 3,8%. Se trata de Insieme, una alianza entre verdes y socialistas; + Europa, de la radical Emma Bonino; y Civica Popolare, que reúne tránsfugas del partido de Berlusconi.

A la izquierda del PD se sitúa Liberi e Uguali, una formación que nació de la disidencia interna del PD, que junta al Movimiento Democrático y Progresista, a Possibile y a Izquierda Italiana. Esta agrupación se propone como una novedad y como la “verdadera” izquierda democrática italiana, y en ella se han acomodado consumados políticos de la “primera República”, como Massimo D’Alema. El Movimiento 5 Estrellas (M5E), con su candidato a primer ministro Luigi Di Maio, se presenta solo y destaca su alteridad y diferencia respecto de los otros partidos, aunque en los últimos días comenzó a dejar de lado su aislamiento y empezó a hablar de posibles convergencias con otras fuerzas políticas luego de los resultados de las urnas. El hecho es que hasta ahora el M5E, a pesar de ser favorito en las encuestas, no obtendría suficientes números para gobernar solo.

Otra realidad que nació en las últimas semanas es Potere al Popolo, una fuerza de clara impronta izquierdista y movimentista, que se apoya en la organización Rifondazione Comunista y representa una apuesta para el futuro de la izquierda radical italiana.

Las últimas encuestas son lideradas por la coalición de Berlusconi, pero el M5E es el partido que, en solitario, aparece con mayor intención de voto. El PD avanza con dificultad detrás de ellos, pero no se da por vencido.

Y así, entre ajustes de listas y conveniencias personales, ha empezado una campaña electoral que hasta ahora se ha demostrado como la más grotesca y preocupante de la historia reciente de la República.

Lo paradójico y lo grave

Lo paradójico es la presencia cotidiana y repetida de Berlusconi en los canales de televisión, sobre todo en los suyos, pero también en la televisión pública. El anciano empresario, condenado con sentencia final por fraude fiscal, está de vuelta en la televisión para hablar sobre seguridad y delitos menores. Berlusconi, que tenía al mafioso Vittorio Mangano como cuidador de sus caballos y a Marcello Dell’Utri, condenado a siete años de prisión por asociación mafiosa, como uno de sus mejores amigos, está de vuelta en la televisión para decirnos cómo los inmigrantes delinquen y ponen en peligro a nuestra sociedad. Acompañado por vedettes y periodistas que él mismo paga y escoltado por perritos cuando quiere dirigirse a los animalistas, el ex primer ministro está ocupando el espacio mediático, aunque no puede presentar su candidatura a las elecciones del 4 de marzo porque la condena por fraude fiscal de 2013 le impide desempeñarse en un cargo público hasta 2019.

Todo esto parece hasta burlesco, pero no se puede olvidar lo grave que es. Grave es que vuelva con la promesa de duplicar las pensiones mínimas a 1.000 euros al mes, que ofrezca la creación de un Ministerio para las Personas Mayores, atención dental y ocular gratuita para la tercera edad, descuentos en el transporte, un servicio veterinario gratis y la derogación del impuesto de circulación sobre los automóviles. Grave es que todo eso tenga atractivo para los electores italianos, porque muestra el empobrecimiento económico y cultural del país. Berlusconi, que a esta altura puede ser definido como un viejo zorro de la política, se muestra ahora como un moderado europeísta y al mismo tiempo deja mano libre a sus aliados de la Liga Norte de Salvini y a sus llamados racistas y fanáticos.

Hace una semana, Attilio Fontana, exponente de la Liga Norte, candidato a presidente de la centroderecha por la Región Lombardía, ha afirmado: “No podemos aceptar a todos [los inmigrantes], porque eso implicaría que nosotros [los italianos] ya no existiéramos como realidad social y étnica”. Y continuó: “Porque ellos son muchos más que nosotros y están más decididos a ocupar este territorio que nosotros. [...] Debemos tomar decisiones: decidir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe continuar existiendo o si debe ser eliminada. Es una elección”.

Estas afirmaciones provocaron reproches en una parte del país y fueron acogidas como correctas por otra parte de la opinión pública, que, luego de años de campañas de miedo, ve en los migrantes la causa principal de los problemas de Italia. Europa también se preocupa cuando llegan a sus oídos declaraciones de ese tipo, que pueden verse, a su vez, como una consecuencia de la soledad en la que la propia Europa dejó a Italia a la hora de enfrentar los flujos migratorios.

Una Europa que sigue equivocándose y muestra no haber entendido cómo funciona Italia, como con las declaraciones de Pierre Moscovici, el francés comisario de Asuntos Económicos de la Unión Europea (UE). La semana pasada, hablando del voto, criticó la propuesta del M5E de superar la relación de 3% entre déficit y Producto Interno Bruto, por encima del límite impuesto por la UE. Sus palabras han reanimado el antieuropeísmo de los dos aliados de Berlusconi, Liga Norte y Fratelli d’Italia, que han hecho resurgir la carga antieuropea del M5E. A su vez, han indignado a buena parte de los italianos, que a esta altura consideran a Europa un lugar de burócratas capaces sólo de imponer reglas y apoyar a la casta política y a las grandes empresas.

La de Moscovici es una “intrusión inaceptable”, se lamentó Salvini, mientras que Di Maio habló de “interferencia” y pidió “una confrontación pública” con el comisario europeo. “Creemos que la receta para permanecer en los parámetros [económicos de la UE] no funcionó, pero no creo que deba aumentar la deuda pública. Moscovici proviene de un país que ha superado el 3% durante años”, dijo Di Maio. Estas intromisiones denotan la preocupación europea de que otro país se escape de la UE. Las afirmaciones de Moscovici en ese sentido son muy claras: “No es ningún secreto que en las directrices europeas y las decisiones que se deben tomar en la zona euro hay una convergencia de puntos de vista muy clara con Paolo Gentiloni [PD], Pier Carlo Padoan y el gobierno”.

Gentiloni, precisamente. El actual primer ministro parece ser la carta de triunfo de Renzi. Actualmente en el cargo, también se le propone como futuro jefe de gobierno después de las elecciones. Sobre su nombre convergen los números del PD y Forza Italia, y un eventual gobierno implicaría un acuerdo entre partidos que han sido rivales en los últimos decenios, pero salvaría al PD y a Renzi de una debacle, devolvería el gobierno a la fuerza política del imperecedero Berlusconi y dejaría los llamados “populismos” del M5E y la Liga Norte en la oposición. Sería una buena jugada de Berlusconi y Renzi, cada día mas parecidos, y a Europa le gustaría mucho.

Pero ¿la Liga y el M5E se mantendrían en calma? Si, como dicen las encuestas, el M5E es el primer partido en cuanto a número de votos, el presidente Sergio Mattarella se verá obligado a entregar a Luigi Di Maio la tarea de formar el gobierno y él, a ese punto, podría buscar los votos para sostener un gabinete con cualquier formación política. Y entonces habrá diversión. O desesperación.