Hoy los estadounidenses se enfrentarán a la primera gran cita electoral desde que Donald Trump ingresó en la Casa Blanca y sacudió todas sus estructuras. El paquete de políticas que ha impulsado desde entonces generó una ola de repudio que movilizó especialmente a mujeres y jóvenes. Estos sectores, que se identifican generalmente con el Partido Demócrata, serán los grandes protagonistas de estas elecciones legislativas, que apuntan a renovar un tercio del Senado y los 435 escaños de la Cámara de Representantes.
El escenario se plantea particularmente desfavorable para el gobernante Partido Republicano, que, según muestran las encuestas, perdería la mayoría parlamentaria en la cámara baja. El presidente estadounidense reconoció el viernes esta posible derrota y dos días después, en un acto en el estado de Georgia, admitió directamente que el Senado era su prioridad en la campaña.
Los republicanos se enfrentan a una oposición demócrata que, además de tener en sus filas a nuevas figuras jóvenes –y, quizás, por esa misma razón– se está inclinando hacia la izquierda. El Partido Demócrata siempre tuvo un sector moderado y uno más izquierdista. Sin embargo, la división entre los dos se hizo más evidente tras las elecciones primarias anteriores a las presidenciales de 2016, en las que Hillary Clinton –representante del ala moderada y vinculada al establishment político– le ganó a Bernie Sanders, un autodefinido “socialista democrático” que por aquel entonces revolucionó el panorama político al movilizar a miles de jóvenes. Lo hizo con un discurso alternativo, en contra de la política tradicional y las empresas millonarias y a favor del cuidado del medioambiente y de los derechos de las mujeres y las minorías.
La misma juventud que tuvo esperanza en Sanders es la que hoy intenta revolucionar el partido. La situación actual es la misma que hace dos años, aunque los dos sectores demócratas coinciden en su rechazo a Trump y eso les da fuerza. Pero incluso la campaña que hace cada vertiente es distinta. Por un lado, la dirigencia del Partido Demócrata se concentra en resaltar cuestiones como la trama rusa, la política exterior de Trump o la necesidad de poner límites a la posesión de armas. En tanto, los sectores de la izquierda están conquistando espacios con un discurso que pone el acento en las desigualdades sociales y el rechazo al poder de las corporaciones.
Estos progresistas sienten que el gobierno del ex presidente Barack Obama desperdició una oportunidad de cambio y que la candidatura de Clinton representó a una elite insensible a las necesidades sociales y muy apegada a los grupos de poder. Es decir, están trazando un plan que trasciende el mero repudio a Trump. Aunque los expertos coinciden en que todavía es muy pronto para saber el impacto de esta renovación de los demócratas frente a los viejos candidatos del establishment, sí reconocen un ineludible aumento de la implicación política entre los más jóvenes, las minorías y las mujeres, un fenómeno que puede redefinir el partido.
En los últimos meses, varios candidatos con poca o ninguna experiencia política les han ganado en las primarias a legisladores consolidados desde hace años. El ejemplo más emblemático es el de las internas de Nueva York, en las que la activista Alexandria Ocasio-Cortez, de 29 años, derrotó al candidato del establishment Joseph Crowley, cuyo nombre sonaba para reemplazar a Nancy Pelosi como líder de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes. “Tocamos 120.000 puertas. Enviamos 170.000 mensajes de texto. Hicimos otras 120.000 llamadas telefónicas”, dijo Ocasio-Cortez el día de su victoria. La joven candidata pertenece a Socialistas Democráticos, la organización socialdemócrata más importante de Estados Unidos. La candidata neoyorquina armó su campaña en base a pequeñas donaciones que consiguieron gracias a la movilización de líderes comunitarios, el movimiento Black Lives Matter, organizaciones de trabajadores, activistas musulmanes, ambientalistas, feministas y miembros de la comunidad LGBTI. Un despliegue muy parecido al que hace dos años utilizó Sanders en una campaña en la que Ocasio-Cortez participó.
La agenda de la dirigente también está construida en base a los pilares de la que proponía su mentor: promueve la universalización del sistema de salud; la igualdad para mujeres, grupos étnicos y sexuales; un salario mínimo de 15 dólares la hora; la lucha contra el cambio climático, y una reforma de la Justicia en uno de los países con más encarcelamientos en el mundo. Además, la campaña de la candidata denuncia cómo el dinero debilita la democracia, corrompe al propio Partido Demócrata y desconecta a la política de las capas más pobres del electorado. Para el periodista estadounidense David Remnick, la clave del éxito en el caso de ella es que parece ubicarse en el “ala izquierda de lo posible”.
Otras mujeres jóvenes y de orígenes latinos jugaron a la pulseada con el establishment demócrata en las primarias de Nueva York –y ganaron–. Una es la dreamer colombiana Catalina Cruz, que llegó a Estados Unidos como indocumentada en 1992 y hoy es una abogada defensora de los derechos civiles. Cruz, de 39 años, derrotó al favorito de la dirección del partido, Ari Espinal, y es candidata a diputada en el Parlamento local por el distrito de Queens. El grupo de las latinas lo completan las también abogadas y activistas Jessica Ramos y Julia Salazar, ambas de padres colombianos y novatas en la política que se presentan para ser senadoras locales.
Más allá de las propuestas políticas, otro factor que distingue a la izquierda demócrata es su convicción de que puede conquistar a las personas que en 2016 votaron a Trump como una forma de rechazo a las elites. Por eso, sus representantes no sólo buscan atraer a la juventud y a las minorías, sino que también se dirigen a los blancos de clase baja, una parte de la sociedad que terminó dando su voto al actual presidente porque –a su juicio– fue ignorada por el equipo de Clinton en las últimas elecciones.
La directora de Asuntos de Gobierno de la organización Center For American Progress, Lia Parada, consideró en declaraciones a la agencia de noticias Efe que aunque no ganen los escaños, la llegada al Partido Demócrata de representantes “de orígenes más diversos” anuncia de por sí un “cambio inevitable” frente a la mayoría masculina y blanca que todavía domina la política del país.
El partido de Donald
Las midterm elections –como llaman en el país a estos comicios que se celebran en la mitad de cada mandato presidencial– suelen servir para evaluar los dos primeros años de mandato de gobierno del presidente y marcar el camino para los siguientes dos. En este caso, los comicios también constituyen una prueba de fuego para el Partido Republicano, que está en pleno proceso de redefinición desde que Trump asumió el control.
Aquí también hay una marcada tendencia hacia un extremo: mientras la izquierda toma fuerza en el seno del Partido Demócrata, el Republicano es testigo del ascenso de candidatos de extrema derecha. Alentados por el discurso xenófobo y nacionalista del presidente estadounidense, en al menos cinco estados del país se presentaron candidatos que se autodefinen como nazis o supremacistas blancos.
Uno de ellos es Arthur Jones, miembro del Partido Nazi Americano y conocido por haber calificado el holocausto judío como la “mentira más grande y oscura de la historia”, quien se convirtió en el candidato republicano al Congreso para un distrito del estado de Illinois. También está Russell Walker, quien aspira a ganar un escaño en la Cámara de Representantes de Carolina del Norte y que en su página web afirma que “Dios es racista y supremacista”. En Wisconsin, Paul Nehlen se postula para reemplazar al presidente de la Cámara de Representantes estadounidense Paul Ryan, pero es tan racista que Twitter le censuró sus mensajes. En tanto, en Tennessee, Rick Tyler se postuló para diputado con la promesa de hacer “Estados Unidos blanco de nuevo”. Finalmente, el candidato a diputado en California es John Fitzgerald, un antisemita que escribe en portales de internet neonazis y argumenta que el “multiculturalismo” no es más que un complot judío.
Ninguno de estos candidatos cuenta con el apoyo explícito de la cúpula del Partido Republicano. En algunos casos, incluso, líderes republicanos llegaron a pedir el voto para sus contrincantes demócratas.
Expertos estadounidenses advirtieron que este año hay un número sin precedentes de candidatos ultraderechistas, y coinciden en que la retórica de Trump podría haberlos animado. “El uso poco ortodoxo [de Trump] del lenguaje racista y antimusulmán, propio del fanatismo, ha abierto una puerta en la política que antes no estaba abierta”, dijo en este sentido a la agencia de noticias AFP Heidi Beirich, quien rastrea grupos promotores del odio desde 1999 para el Southern Poverty Law Center. “Siempre hemos tenido algunos neonazis, pero esto está volviendo la situación mucho peor de lo que era antes”, señaló Beirich, e hizo referencia a un posible “efecto Trump”. Agregó que, hasta hace poco, la abierta promoción del odio en el discurso de un candidato hubiera sido su “sentencia de muerte”.