El domingo comenzó en México una nueva ronda de conversaciones entre Canadá, Estados Unidos y México para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN por su sigla en español o NAFTA en inglés). Se trataba de la séptima, y ya se sabe que se necesitará alguna ronda más, porque a mitad de las reuniones, el representante de Estados Unidos en las negociaciones del sector automotriz se retiró. Las diferencias de fondo persisten, pero además estas conversaciones se desarrollan en medio de campañas electorales –para las presidenciales de México y las legislativas de medio término en Estados Unidos–, lo que agrega ruido a las instancias que de por sí son complicadas.

Ayer finalizó la etapa técnica de la séptima reunión tripartita, que buscaba allanar el terreno a los negociadores de alto nivel en temas como normas de origen en el sector automotriz, comercio electrónico, obstáculos técnicos al comercio, energía y procedimientos aduaneros.

El más conflictivo de los temas es el del sector automotriz, ya que Estados Unidos plantea subir el porcentaje de contenido regional de 62,5% a 85%, buscando proteger esa industria de la competencia japonesa y alemana. Según la propuesta estadounidense, para que las exportaciones mexicanas de autos puedan beneficiarse del comercio sin aranceles deben incluir 85% de partes producidas en la región, pero los mexicanos argumentan que, dada la manera en que está configurada la industria automotriz –con cadenas de suministro integradas por productos de muchos países que se unen en las líneas de ensamblaje de los autos– no hay manera de cumplir la demanda estadounidense.

De ceder a la presión, el sector mexicano de automóviles y autopartes, cuyas exportaciones se han duplicado en los últimos siete años, podría verse seriamente afectado y miles de empleos podrían perderse. Si hay algún aspecto del tratado que ha beneficiado a México ha sido este, que redundó en el desarrollo de una enorme industria automotriz en el centro y norte del país, regiones que compiten y ganan a Detroit en la producción de autos.

El lunes, en medio de las discusiones, el principal negociador de Estados Unidos en este tema, Jason Bernstein, se retiró y tomó un avión hacia Washington para reunirse con los principales lobbystas de las grandes armadoras estadounidenses, Ford, Chrysler y General Motors, por lo que hasta ayer existía total incertidumbre acerca de cuál será el futuro de las negociaciones en este tema.

Este tipo de salidas abruptas de las mesas de negociación por parte de funcionarios estadounidenses hacen temer lo peor, dados los antecedentes de amenazas de parte del presidente estadounidense Donald Trump. Las críticas al tratado fueron la principal bandera utilizada por el magnate durante su campaña electoral, en la que aseguraba que los males de su país y de los trabajadores estadounidenses se aliviarían si dejaban de llegar desde México inmigrantes indocumentados y productos baratos. La salida de Estados Unidos de este tratado forma parte del mismo proyecto político de Trump que la construcción del muro con México, y, por eso, para muchos analistas no hay negociación técnica que pueda prosperar.

Además, las negociaciones tienen un punto de difícil acuerdo en el tema de resolución de disputas entre socios. Para el gobierno de Trump, deben dejarse de lado los paneles binacionales de solución de controversias y hay que permitir a las autoridades nacionales que tomen decisiones a su leal saber y entender. Esta idea desencadenó, además, la oposición frontal de Canadá, fortaleciendo de este modo la posición de México en la negociación con Estados Unidos.

También es inaceptable para México y Canadá la propuesta de la delegación estadounidense de que el NAFTA expire automáticamente cada cinco años a menos que se acuerde una nueva extensión.

Al parecer, no se llegará a ningún acuerdo en esta instancia, y de esta manera el calendario electoral se atravesará en el medio, por lo cual los negociadores podrían suspender las conversaciones hasta fin de año.

Como sonseando

A lo largo de este último año, la posibilidad de que Estados Unidos abandone el mayor acuerdo comercial del mundo había ido disminuyendo a medida que se afianzaban las negociaciones, pero la particular personalidad de Trump no les permite tener tranquilidad a mexicanos, canadienses y muchos estadounidenses. La estrategia negociadora ha sido la de círculos concéntricos en torno a la figura del magnate: se comenzó afianzando lazos entre personas relativamente alejadas del entorno del presidente estadounidense para luego ir ejerciendo cierta presión sobre personas claves, con capacidad de influir en Trump.

Mexicanos y canadienses han buscado reunirse con los gobernadores de los estados con los que ambos países mantienen lazos comerciales fuertes. En particular, los de Texas, Arizona y Minnesota –los republicanos Greg Abbott y Doug Ducey y el demócrata Mark Dayton, respectivamente– han manifestado abiertamente su oposición a la ruptura del acuerdo. “Queremos más comercio, no menos”, dijo Ducey en el marco de la reunión de gobernadores republicanos, poco después de haber participado en reuniones con funcionarios mexicanos y representantes de los gobiernos de las dos mayores provincias canadienses: Ontario y Quebec.

El comercio con México representa aproximadamente la mitad del comercio total para los estados del centro y sur de Estados Unidos, y, según manifestó el propio Ducey, de ese intercambio depende 5% de los empleos de Arizona. Por su parte, en una carta remitida a Robert Lighthizer, integrante del grupo de asesores cercanos a Trump en la renegociación del TLCAN, el gobernador de Minnesota, Dayton, dijo que el tratado “indudablemente ha mejorado” el acceso de ese estado al mercado y “contribuido al éxito y crecimiento” de su sector agrícola y manufacturero. Lo alentó, además, “a que considere los beneficios del tratado”, y dijo que espera “que las conversaciones acaben con un resultado positivo”.