El gobierno de Cuba bloqueó el acceso desde la isla al sitio en internet de la revista El Estornudo, una de las más destacadas entre las nuevas publicaciones periodísticas que se han desarrollado, en los últimos años, sin autorización expresa pero toleradas en los hechos –hasta ahora– por las autoridades. La resolución no fue comunicada formalmente a los responsables del medio de comunicación: es un hecho consumado, que El Estornudo dio a conocer el lunes mediante un editorial. Se desconocen los fundamentos de la resolución, y por lo tanto no hay posibilidades de discutirlos o de apelar.

Las consecuencias prácticas son poco relevantes, ya que hay más de una forma sencilla, incluso con el desarrollo aún escaso del acceso a internet en Cuba, para que quienes viven allí puedan leer de todos modos los textos de la publicación, pero en términos simbólicos es un acontecimiento importante, sobre todo por su inutilidad: revela la persistencia de un deseo de control que ya no es viable, y por eso constituye, más que una demostración de fuerza, una de debilidad.

El artículo 53 de la Constitución cubana “reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista”, y a continuación afirma que las condiciones materiales para el ejercicio de esas libertades “están dadas por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son de propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad”. En este marco, hasta hace pocos años los periodistas cubanos tenían pocas alternativas para ejercer su profesión: en Cuba podían trabajar en medios de comunicación controlados para que actuaran “conforme a los fines de la sociedad socialista”, o como corresponsales de publicaciones extranjeras o de agencias internacionales; la tercera posibilidad era irse de su país.

Esto empezó a cambiar, como tantas cosas, con el avance del acceso a internet en la isla, lento y difícil pero avance al fin. Durante algunos años tuvo bastante repercusión internacional la existencia de blogs escritos en Cuba que publicaban –y todavía publican– informaciones o comentarios sin control de las autoridades, pero es muy discutible la relación de ese fenómeno con el periodismo, ya que varios de los más notorios entre esos blogueros buscaron, ante todo, un espacio para difundir posiciones opositoras al gobierno, y por otra parte, debido a las dificultades de conexión y a la censura estatal, eran leídos sobre todo fuera de Cuba.

Hubo un cambio cualitativo a partir de 2015, cuando comenzaron a aparecer en internet publicaciones hechas por periodistas y con un perfil claramente periodístico, como El Estornudo o Periodismo de Barrio, en la mencionada zona de “alegalidad”. En los últimos dos años no se ha expresado una posición oficial de las autoridades ante esta novedad, aunque se produjeron algunos incidentes kafkianos cuando reporteros de esos medios cubrían noticias de importancia, como la situación causada por un huracán o la muerte de Fidel Castro: como no tenían acreditaciones oficiales, varios de ellos fueron detenidos por un presunto ejercicio ilegal (o por lo menos alegal) del periodismo. Hubo estadías en calabozos, incautaciones de celulares y otros malos momentos, pero las consecuencias no fueron más allá, y nunca quedó claro en qué medida esos incidentes obedecían a una política estatal. Ahora, en realidad, tampoco se ha enunciado una política, pero los hechos hablan en otro tono.

El editorial de El Estornudo dice que el bloqueo le hace perder a ese medio una buena parte de aquellos lectores para los que la publicación “cumplía una función más vital, ciudadanos que padecen la grisura informativa de los medios de propaganda del Estado y buscan con denuedo el relato verídico y honesto de un país que se asemeje al país en el que realmente viven y vivimos, gobernado hasta hoy con ineptitud y puño de hierro”.

“Esta medida –agrega– no va a modificar un ápice la línea editorial de nuestra revista ni va a lograr que El Estornudo dialogue con el poder político en los términos que el poder político espera. No vamos a descender a esa forma conciliatoria y pusilánime del discurso en el que hacemos periodismo casi como si pidiéramos perdón, dando explicaciones gratuitas al represor en vez de exigírselas, o purgando con medias tintas una suerte de castigo hasta que alguien considere que hemos entendido la lección y decida nuevamente levantarnos el cerco. Tampoco vamos a responder con descalificaciones incendiarias, con un aumento del tono apelativo, volviéndonos nosotros mismos la noticia, asumiendo pasivamente el rol de víctimas, restringiendo nuestra agenda informativa y convirtiéndonos, de esa manera, en el tipo de prensa enfática y militante tan funcional a los intereses del gobierno”.