Le decían “Hiena” por su crueldad con los prisioneros y “Cachorro” por ser hijo de un militar. Luciano Benjamín Menéndez fue el máximo responsable de la represión en las provincias de Córdoba, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán durante la dictadura argentina. Allí aplicó, de 1975 a 1979, un plan sistemático de secuestros, violaciones, torturas, apropiación de bebés y desapariciones. Por esos crímenes, acumuló más de 800 causas y recibió 12 condenas a prisión perpetua. El prontuario no terminó ahí: este mes, en Córdoba, afrontaba la última etapa de un nuevo juicio por “secuestros, aplicación de tormentos y homicidios” contra 61 personas. Sin embargo, por estos delitos no podrá ser condenado porque ayer, a los 90 años y en la cama de un hospital, la Hiena se murió.

Nunca pidió perdón y tampoco mostró remordimiento alguno durante los juicios por delitos de lesa humanidad que lo tuvieron como acusado a partir de 2008. Por el contrario, dedicó cada uno de sus descargos previos a los veredictos a defender a capa y espada el terrorismo de Estado. Para él, los crímenes que se le imputaron fueron motivados por la “guerra”: estaba convencido de que él y sus pares simplemente combatían el “fantasma del comunismo”.

De hecho, antes de ser sentenciado a cadena perpetua junto al dictador Jorge Rafael Videla en 2010, por los fusilamientos de presos políticos en la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, llegó a decir: “Nuestros enemigos fueron los terroristas marxistas. Jamás perseguimos a nadie por sus ideas políticas”.

Hace tan sólo tres meses, el tribunal que lo juzgaba en Córdoba le preguntó –por un tema de protocolo– si tenía antecedentes penales. Él respondió: “¿Antecedentes penales? Lo único que tengo en mi haber son estos juicios, que son artificiales. Ni siquiera he pasado un semáforo en rojo en mi vida”.

Como jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, que abarcaba las diez provincias mencionadas, Menéndez impartía órdenes e instrucciones, supervisaba sus resultados y generaba las condiciones para que fueran eliminadas todas las pruebas. Los magistrados que lo juzgaron afirmaron que “esas maniobras le permitieron ser el dueño absoluto de la disponibilidad de personas”.

Se amparó en las leyes de impunidad para desactivar varias causas en su contra, tras la vuelta a la democracia, y en 1990 recibió un indulto del entonces presidente Carlos Menem, que violó la Constitución porque Menéndez todavía no había recibido ninguna condena.

Las redes sociales se inundaron de mensajes sobre la muerte de Menéndez apenas se supo la noticia. El hijo del político cordobés desaparecido Hugo Vaca Narvaja, Hernán, tuiteó: “Murió la Hiena. El mundo hoy es un poquito mejor”.

En la misma red social, la organización HIJOS escribió: “La familia de Luciano Benjamín Menéndez puede saber hoy a qué hora, dónde y por qué murió. Puede decidir dónde despedirlo. Miles de familias no podemos, por los crímenes del genocida y por sus pactos de silencio”.

Menéndez se llevó a la tumba toda la información que tenía sobre los desaparecidos durante la dictadura. De alguna manera, anticipó que lo haría en una entrevista publicada en la revista Gente en febrero de 1982, cuando afirmó: “Los desaparecidos desaparecieron y nadie sabe dónde están, lo mejor será entonces olvidar”. Por suerte, nadie le hizo caso.