El sábado Luca Traini recorrió con su auto las calles de la ciudad italiana de Macerata, en la región de Marche, y disparó contra los inmigrantes que identificaba a medida que avanzaba por las calles. A diferencia de otros atacantes que han actuado en países europeos, Traini no era un yihadista sino un militante de la xenófoba Liga Norte, con una cruz celta tatuada en el brazo, el Mein Kampf de Adolf Hitler en su casa, y que hizo el saludo romano en el momento en que fue detenido.
Seis de las personas a las que hirió se encuentran en los sanatorios de la zona. Otras dos, una vez que fueron atendidas por sus lesiones, se fugaron del hospital, probablemente por falta de documentación legal y por miedo a ser expulsadas.
Traini, que actualmente se encuentra en la cárcel, dijo que el impulso que lo llevó a disparar a los extranjeros surgió a raíz de la muerte de Pamela Mastropietro, una joven romana que se escapó de una comunidad de recuperación para drogadictos en las afueras de Macerata y cuyo cuerpo apareció desmembrado en la periferia de la ciudad. Todavía se desconoce cómo murió Mastropietro, pero por su muerte fue detenido un hombre nigeriano, Innocent Oseghale. Lo que se estableció en la investigación es que Oseghale, vendedor de droga, cedió una dosis a la mujer y la llevó a su apartamento para que ella pudiera consumirla. No está claro lo que pasó allí –si la mujer fue asesinada o murió por sobredosis–, pero se concluyó que Oseghale, junto con cómplices, mutiló el cuerpo y lo dejó cerca de un campo en dos valijas.
En cuanto a Traini, es un militante de la Liga Norte bien afianzado en los círculos del partido y bien conocido por los coordinadores locales, incluso fue candidato por ese partido en las elecciones municipales del año pasado. También integró el servicio de seguridad durante algunos actos públicos de Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte, y, aunque ahora los referentes del partido se afanan por declarar que nunca se encontraron con él, existen fotos y videos que retratan al autor del ataque del sábado junto a dirigentes, entre ellos el propio Salvini.
Poco para decir
La reacción de la política ante este atentado fue bastante tibia, en un momento en que la campaña electoral está a pleno, a menos de un mes de las elecciones. En los días inmediatamente posteriores al intento de masacre, la política y las instituciones mostraron una calma que roza la inacción.
Los partidos olfatearon el aire, si no de aprobación, por lo menos de aquiescencia hacia Traini por parte de algunos sectores de la opinión pública, y prefirieron mantener un bajo perfil, centrándose en la habitual sucesión de insultos entre candidatos, y dejando de lado cualquier consideración sobre la calidad de la democracia italiana y el futuro del país.
Nadie, excepto Maurizio Acerbo, de Poder al Pueblo, tuvo un gesto de solidaridad hacia las víctimas, que durante largos días han sido relegadas a números, sin que aparecieran sus nombres y sus historias. Recién el martes, presionados por la opinión pública, algunos líderes políticos fueron al hospital a visitarlos.
La situación electoral, según las encuestas, sigue mostrando equilibrio entre las principales fuerzas en competencia, y el tema de la llegada de los migrantes y de la seguridad, instalado con fuerza y mala fe por la derecha, obliga a los demás a seguirlo en el mismo terreno. La región Marche y la zona del Adriático, tradicionalmente de izquierda, serían decisivas para el resultado final de las elecciones. Junto con Turín y el área ubicada al norte de Roma, serían las zonas del país todavía fluctuantes desde el punto de vista electoral y podrían representar para la derecha un área de caza de votos con miras a obtener la mayoría absoluta.
Por eso la derecha reaccionó atacando, y Salvini no fue el único que usó tonos violentos. La derecha cree que puede ganar en las zonas en disputa, a partir de Marche, avivando el fuego de todos aquellos que en las redes sociales y en los bares muestran su ira contra los inmigrantes e incluso manifiestan su comprensión hacia las razones del agresor.
El ex primer ministro derechista Silvio Berlusconi dijo que si volviera al gobierno expulsaría a 600.000 inmigrantes utilizando “embarcaciones y aeronaves del Estado” para llevarlos de vuelta a sus países. Los consideró una “bomba a punto de estallar” e invitó a delatarlos: “Todo el mundo puede informar de la presencia de estas personas y serán interceptadas”.
El Movimiento 5 Estrellas, luego de un primer momento de silencio, y una vez que la derecha subió el tono, salió a responderle a Berlusconi y lo acusó de proponerse como un salvador del país pero de ser el verdadero responsable de la “bomba de la inmigración” al decidir la guerra en Libia y al firmar el Reglamento de Dublín, que estableció que los migrantes y los solicitantes de asilo serían obligados a pedir protección internacional en el primer país de desembarco. El Movimiento 5 Estrellas siempre ha sido ambiguo respecto del fenómeno de la inmigración; cabe recordar la polémica con las organizaciones civiles que trabajan en el Mediterráneo, definidas por el actual candidato de esa organización política, Luigi di Maio, como “taxis del mar” por sus tareas para rescatar a quienes llegan en embarcaciones.
El centroizquierdista Partido Democrático hoy se encuentra arrinconado, por un lado por la derecha, que lo arrastra con fuerza a chocar en su terreno de lucha, y por otro por su electorado, que preferiría menos timidez frente a los hechos de Macerata y una condena más fuerte y clara. Da la impresión de que ese partido no está peleando con suficiente energía una batalla que, incluso antes de ser política, es cultural y ética.
El líder de Libres e Iguales, Pietro Grasso, fue uno de los más decididos en la condena del ataque de Macerata. El doming escribió una publicación en Facebook: “Si se fomenta el racismo y el fascismo, se corre el riesgo de encontrar a alguien que dispara en la calle. Y estamos contra el odio, el racismo y el fascismo, pero también contra los irresponsables que los despiertan. No podemos aceptar que se hable de ‘raza blanca’, de hacer limpiezas étnicas en barrios, de expulsiones masivas, de bloqueos navales imposibles. No podemos tolerar ataques vulgares y violentos contra quienes defienden los principios de solidaridad y tolerancia”.
Pero lo más grave en estos días lo señala Giancarlo Giulianelli, el abogado de Traini: “Políticamente hay un problema: la gente de Macerata me para en la calle para darme mensajes de solidaridad para Luca. Esto es alarmante”. Todo eso no sorprende: es el resultado del espacio dejado a la propaganda racista y fascista por parte de fuerzas políticas democráticas y por el circuito mediático. Se ha dado mucha visibilidad a palabras que instigan el odio, y la consecuencia es un deslizamiento cultural que inevitablemente tiene repercusiones en el comportamiento social. La política italiana tiene una bomba entre sus manos, pero, como quien mira el dedo cuando se señala la luna, sigue apuntando a las víctimas como responsables. De racismo se muere, y en los últimos años se han registrado varias víctimas.