No son sólo los chinos, los europeos o la Organización Mundial de Comercio (OMC) los que rechazan el avance del proteccionismo en Estados Unidos. Por estos días, arrecian las críticas a las medidas anunciadas e implementadas por el gobierno de Donald Trump desde posiciones académicas.

De acuerdo con el diario The Telegraph, 12 de los economistas más conocidos llamaron al gobierno estadounidense a dar un paso atrás en la guerra comercial que parece querer librar y advirtieron que las consecuencias de seguir adelante serían ruinosas, no sólo para la economía mundial, sino para la propia economía estadounidense. El foro “Iniciativa para los Mercados Globales” (IGM, por su nombre en inglés), que organiza la escuela de negocios Booth de la Universidad de Chicago y que reunió a 43 expertos, advirtió en una declaración que “las tarifas del presidente Donald Trump al aluminio y el acero dañarán a los estadounidenses más de lo que los ayudarán”.

Cada uno de los panelistas del foro se mostró en desacuerdo con la afirmación de Trump acerca de que las tarifas a la importación de estos productos van a “mejorar el bienestar de los estadounidenses”. Austan Goolsbee, profesor de la Universidad de Chicago y miembro del consejo de asesores en economía de la oficina ejecutiva de la presidencia del país, dijo que las tarifas “son el equivalente económico a pegarse una piña en la propia cara”. Por su parte, el premio Nobel de Economía Richard Thaler dijo que las medidas “no ayudarán, y crean el riesgo de comenzar una guerra comercial”. Imitando el tono del propio Trump, dijo que está “triste”. Por su parte, el profesor de la Universidad de Yale Christopher Udry afirmó que en todo caso, colocar aranceles a las importaciones de metales “mejorará el bienestar de algunos, pero dañará el de muchos más”, y aseguró que “es una manera muy costosa de ayudar a los futuros ganadores”.

Algunos de los expositores del foro recordaron la ley Hawley-Smoot, aprobada en Estados Unidos en junio de 1930, que elevó unilateralmente los aranceles a los productos importados, en un intento de mitigar los efectos de la Gran Depresión iniciada en 1929. Para Eric Maskin, profesor de la Universidad de Harvard, los aranceles al acero y el aluminio son comparables con el aumento de las tarifas aprobados por dicha ley, que, dijo, empeoraron la Gran Depresión. “Creí que habíamos aprendido la lección”, se lamentó.

El jueves 22, Trump ordenó imponer a China aranceles de 25% a 60.000 millones de dólares que Estados Unidos importa desde ese país. Dispuso también limitar las inversiones de capitales provenientes de China en empresas estadounidenses. Para Trump, el déficit de 375.000 millones –“el mayor de la historia de la humanidad”– hace necesario imponer restricciones a la entrada de productos chinos.

En agosto del año pasado, Trump encargó a su consejero Peter Navarro que iniciara una investigación en el marco del Departamento de Comercio, y sus conclusiones se ajustaron como un guante a la visión que el presidente tenía ya desde la campaña electoral. Según este trabajo, el gobierno chino “juega sucio”, ya que grava en exceso a las empresas estadounidenses, las obliga a compartir sus secretos para poder entrar en su mercado y las fuerza a realizar procesos de transferencias de tecnologías a las compañías locales. Dicho informe decía además que China ponía a disposición fondos públicos para comprar empresas de futuro y robar información estratégica mediante ciberintrusión. Todo cerraba. Más que una estrategia comercial, parecía un plan maquiavélico chino para hacerse con el control de la tecnología ­y así alcanzar posiciones de dominio mundial.

Seamos justos

Para los voceros de la Casa Blanca, China no busca el comercio justo y utiliza sus empresas como parte de la política, incluida la militar. Muchas veces Trump ha recordado que tanto George W Bush como Barack Obama, cuando gobernaron, han intentado dialogar con el gobierno chino pero ese diálogo “no condujo a nada” y fue una “pérdida de tiempo que cuesta dinero a los estadounidenses”.

Con la decisión de Trump, unos 1.300 productos sufrirán un recargo arancelario, aunque aún no se conoce cuáles son esos productos. Será la Oficina de Comercio la que planificará y decidirá en los próximos 15 días la lista de bienes y servicios amparados por la política proteccionista. Lo mismo ocurre con las restricciones a la inversión y los límites a la transferencia tecnológica. En este caso, se encargó al Departamento del Tesoro el diseño de un plan que deberá presentar, como plazo máximo, dentro de 60 días.

Las restricciones a las importaciones chinas recogen una simpatía mayor dentro de Estados Unidos que la que recogían los aranceles impuestos a las importaciones de acero y aluminio. Aparentemente, la prédica del enemigo chino (al menos en el comercio internacional) ha prendido, y en amplios sectores sociales y políticos se considera que China es un adversario que juega sucio y amenaza los empleos de los estadounidenses. Pero la desindustrialización dentro de Estados Unidos en las últimas décadas no se debe sólo a que China se haya convertido en la gran fábrica del mundo. Las estimaciones indican que la influencia de ese país en la destrucción de empleo manufacturero fabril se traduce en la pérdida de un millón de puestos de trabajo directos o indirectos en Estados Unidos, lo que implica que si China no hubiera aumentado sus exportaciones a ese país desde principios de este siglo, los puestos de trabajo del sector manufacturero pasarían de representar actualmente 8,5% del empleo total en Estados Unidos a representar 9,2%. En los dorados años 50, este tipo de empleos representaba más de 30% del total, por lo que es evidente que el papel desempeñado por China ha sido más bien modesto.

Con estas medidas, no sólo se perjudicará a las empresas chinas. Estados Unidos no importa sólo bienes de consumo desde China, sino, sobre todo, bienes intermedios y de capital. Del total de lo que Estados Unidos importa desde China, 29% son equipos electrónicos y otro 22% corresponde a maquinaria y aparatos mecánicos. La compra de muchos de estos bienes a precios reducidos es lo que permite a las empresas estadounidenses que los incorporan a su proceso productivo mantener su productividad y ser competitivas en el mundo. La Information Technology and Innovation Foundation, un instituto de investigaciones no partidario, estima que un arancel de 10% sobre la electrónica china generaría pérdidas de 163.000 millones de dólares durante la próxima década a las empresas estadounidenses. Por su parte, el Peterson Institute, un think tank privado e independiente, enfocado en la política económica internacional, calculó que un escenario de guerra comercial total contra China y México acarrearía la pérdida de casi cinco millones de empleos en Estados Unidos.

La política neohawleysmootiana es una amenaza al crecimiento económico mundial al generar las condiciones para una guerra comercial a escala planetaria, y es un tiro en el pie que se da una potencia mundial que no encuentra respuestas razonables a los nuevos desafíos.