Movimientos de mujeres y organizaciones civiles de distintos países lideran esfuerzos, desde hace años, para lograr la paridad de género en gabinetes, parlamentos, tribunales y demás organismos públicos. Sin embargo, parece que la pelea todavía no se ha dado a nivel macro: las mujeres brillan por su ausencia en las cúpulas de los organismos internacionales, y esto pasa desde siempre. De hecho, la mayoría de estas entidades tienen más de 50 años y jamás fueron lideradas por una mujer, algo que implica –entre otras cosas– un problema de representatividad.
Hay que buscarlas con lupa y, en algunos casos, ni así se ven. A diferencia de lo que sucede en los gobiernos y parlamentos nacionales, donde los números muestran que –aunque lentamente– se avanza en términos de paridad de género, esta cuestión parece estancarse en los organismos y tribunales internacionales.
Una mirada minuciosa a la composición de estas entidades demuestra que no es tan dramática la expresión “los hombres dominan el mundo”. Literalmente. No sólo predominan en los cargos políticos más altos –jefes de gobierno, ministros, senadores, diputados–, sino que, además, ocupan todos los puestos de liderazgo internacional.
Este fenómeno, del que no se habla mucho, merece su propio análisis si consideramos que son estos organismos los que muchas veces mueven los hilos para juzgar y resolver asuntos como conflictos bélicos, crisis económicas o regímenes antidemocráticos, por ejemplo. Que en esos procesos no estén representadas las mujeres conlleva el riesgo de que las decisiones se tomen sin tener en cuenta las condiciones particulares que viven las niñas y mujeres, así como sus voces.
Se imponen
Las mujeres, simplemente, no están al frente de los grandes organismos. Ni en las agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ni en el Banco Mundial.
La ONU gasta fortunas en campañas a favor de la igualdad de género y el respeto a los derechos humanos, pero no los promueve con su ejemplo. Actualmente su secretario general es el portugués António Guterres, quien, entre otras obligaciones, colabora en la resolución de conflictos, administra operaciones para mantener la paz y organiza conferencias para discutir problemas de alcance global. Nunca, desde la creación de la entidad en 1946, fue una mujer quien tomó las riendas de ese organismo.
Algo similar sucede, en mayor o menor medida, en la integración de sus principales oficinas. En el historial de funcionarios que ocuparon el cargo de alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos predominan, una vez más, los nombres masculinos. De hecho, desde que se creó el puesto, en 1994, pasaron por ese asiento cinco hombres y sólo dos mujeres –la ex presidenta de Irlanda Mary Robinson y la abogada canadiense Louise Arbour–. Y eso que su principal objetivo es velar por el cumplimiento de los derechos humanos en el mundo, erigiéndose como “autoridad moral” y “portavoz de las víctimas”, según se lee en la página web. El alto comisionado actual es el príncipe jordano Zeid Ra’ad al Hussein.
Lo mismo sucede en la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados: en sus 67 años de existencia, sólo fue encabezada por dos mujeres: la politóloga japonesa Sadako Ogata y la diplomática estadounidense Wendy Chamberlin.
Los hombres también parecen decidir sobre los asuntos jurídicos entre naciones. Así lo demuestra la composición de la Corte Internacional de Justicia, ya que de los 15 magistrados que la integran, sólo dos son mujeres: la china Xue Hanqin y la ugandesa Julia Sebutinde.
Por otro lado, desde enero la directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) es Henrietta Holsman Fore, lo que podría dar la pauta de que el panorama es un poco más igualitario. Sin embargo, en el organigrama la anteceden cinco hombres: el presidente y los cuatro vicepresidentes.
Otros organismos de la ONU de amplia influencia mundial que están liderados por varones son la Organización Internacional del Trabajo –cuyo director general es Guy Ryder–, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) –a cargo de José Graziano da Silva– y la Organización Mundial de la Salud –encabezada por Tedros Adhanom–.
Ni siquiera en ONU Mujeres –que se encarga de promover la agenda de derechos de las mujeres– la dirección es completamente femenina. Si bien la directora ejecutiva es la ex vicepresidenta de Sudáfrica Phumzile Mlambo-Ngcuka, el director ejecutivo adjunto de políticas y programas –es decir, la persona que se encarga de dirigir y orientar la planificación, coordinación, gestión y supervisión de todos los proyectos del organismo– es un varón: el francés Yannick Glemarec.
Actualmente, el único organismo de la ONU liderado por mujeres es la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que está presidida por la política búlgara Irina Bokova, la primera mujer en ocupar el puesto. A la vez, su número dos es la ex ministra de Cultura francesa Audrey Azoulay.
El Banco Mundial, por su parte, no registra ninguna presidenta en sus más de siete décadas de historia. Y esto no se debe a que no haya habido candidatas. De hecho, la economista nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala casi se queda con el puesto en 2012: se postuló después de trabajar durante cuatro años como directora de la institución. Sin embargo, a pesar de su amplia experiencia y de contar con el respaldo de instituciones como la Unión Africana, el cargo se lo dieron al médico surcoreano Jim Yong Kim, con una experiencia prácticamente nula en materia económica.
Por continente
Si se pone el foco en Europa la cosa no cambia mucho. La supremacía masculina en la Unión Europea (UE) puede esquematizarse de manera bastante sencilla: todos los presidentes de sus órganos más poderosos son hombres. El titular del Consejo Europeo es el político polaco Donald Tusk, y el Parlamento Europeo está presidido por el político italiano Antonio Tajani y cuenta con 13 vicepresidentes, entre los que se encuentran seis mujeres.
La otra gran pata de la UE, la Comisión Europea, está encabezada por el luxemburgués Jean-Claude Juncker. Dato curioso: este último puesto fue ocupado por hombres desde su creación, en 1958.
El trabajo de la comisión se reparte por área mediante los llamados “comisarios europeos”, que son 28, uno de cada país miembro de la UE, y nueve de ellos son mujeres. Recién en este estrato aparece una mujer en un cargo importante: se trata de Federica Mogherini, la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien además es vicepresidenta de la comisión (posición que comparte con cinco hombres).
La proporción hombres/ mujeres también es desigual en nuestra región. El caso más claro es el de la Organización de Estados Americanos (OEA): para sorpresa de nadie, estuvo dirigida desde el principio (1948) por varones. Lo mismo pasa en la Corte Interamericana de Derechos Humanos –órgano judicial vinculado con la OEA–, que hoy está compuesto por seis jueces (incluidos el presidente y el vicepresidente) y una jueza.
En cambio, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos –que tiene un papel más enfocado en la observación– tiene como presidenta a la abogada jamaiquina Margarette May Macaulay y como primera vicepresidenta a la panameña Esmeralda Arosemena de Troitiño.
Son excepciones
La lupa deja ver, entre tanto nombre de varón, alguna excepción. Es el caso de la Corte Penal Internacional, cuya cúpula está enteramente integrada por mujeres. Su presidenta es, desde 2015, la jueza argentina Silvia Fernández de Gurmendi, y las vicepresidentas son la keniata Joyce Aluoch y la japonesa Kuniko Ozaki. Además, la jefa de los fiscales es la abogada de Gambia Fatou Bensouda desde 2012.
Otro organismo liderado por una mujer es el Fondo Monetario Internacional. Hoy en día, y desde hace ya siete años, su directora es la economista y ex ministra francesa Christine Lagarde. Es la primera mujer que ocupa el puesto de manera fija –la economista estadounidense Anne Osborn Krueger lo cubrió de manera interina en 2004– en sus 72 años de existencia. Pero, una vez más, son sólo excepciones a una regla que se presenta difícil de romper.