Aumento de las jubilaciones mínimas, derogación de la reforma laboral del gobierno de Matteo Renzi, abolición del impuesto de circulación de los vehículos. Estas son sólo algunas de las promesas que los principales partidos políticos ofrecieron a los ciudadanos italianos durante esta larga campaña electoral. Pero estos meses fueron dominados por los temas de la seguridad y la migración, que han envenenado cualquier intento de discusión racional sobre problemas y soluciones para una Italia que, desde hace demasiado tiempo, arrastra una crisis política, económica, social y cultural.
Los líderes de los principales partidos de derecha desviaron cualquier tipo de discusión hacia el peligro que representarían los migrantes para el país, llevándola a términos de “sustitución étnica” y de sustracción de puestos de trabajo, hasta el punto de prometer echar a 600.000 migrantes sin papeles presentes en el territorio italiano, que llegaron a ser definidos como “una bomba social a punto de explotar”. En la derecha se presentan formaciones declaradamente xenófobas, que tienen una filiación directa con el fascismo de Mussolini y que, dado el clima político, aprovecharon para tener visibilidad y promover el odio y el miedo. Varios líderes quisieron “institucionalizar” esas promesas, llegando a jurar públicamente sobre la Biblia o a promover un “contrato público con los italianos”.
Así, entre ridiculeces y afirmaciones peligrosas, se llegó al ultimo día de la “campaña electoral más fea” de los últimos tiempos, como fue definida por varios analistas, y en la que la televisión siguió teniendo un papel muy fuerte. Pese a que hay una legislación que busca garantizar a todas las fuerzas políticas las mismas condiciones para expresar sus ideas y propósitos, la verdadera influencia la tuvieron los programas de infotainment que, sobre todo en los canales del ex primer ministro Silvio Berlusconi, promovieron la visión de un país en peligro a causa de la delincuencia vinculada con los inmigrantes.
Con esa campaña, no debería asombrar que los partidos que más adhieren a esa visión sean favorecidos el domingo y que, al mismo tiempo, domine la confusión entre los votantes. El partido de los indecisos es uno de los mayores en las encuestas, en las que ronda el 30%.
Los últimos sondeos del 16 de febrero, antes de la veda electoral, colocan a la coalición liderada por Berlusconi (integrada por su partido, Forza Italia, la Liga Norte de Matteo Salvini, Fratelli d’Italia y un sector de centristas) en un claro predominio, con un apoyo de entre 35% y 39%.
En caso de victoria y mayoría absoluta para esa coalición, la rivalidad por la hegemonía interna entre Forza Italia y la Liga Norte podría manifestarse explícitamente. Lo que decidirá cuál de esos partidos podrá colocar su candidato a primer ministro serán los votos ganados por cada una las listas.
El Movimiento 5 Estrellas (M5E) es el primer partido en intención de voto, con entre 28% y algo menos de 30%, mientras que el Partido Democrático, de centroizquierda, aparece con apenas entre 21% y 24%. También es decepcionante el 27% de intención de voto que reuniría una coalición de centroizquierda integrada por el Partido Democrático, Insieme (verdes y socialistas), +Europa, de Emma Bonino, y Civica Popolare, que reúne a disidentes del partido de Berlusconi.
Libres e Iguales tiene una intención de voto por debajo de 7%, y Potere al Popolo, también de izquierda, un apoyo cercano a 3%. Así como hay rumores de que a esta última organización le podría ir un poco mejor, también se dice que la coalición de Berlusconi podría superar el 40%.
Los únicos líderes que pueden esperar acceder al gobierno sin llegar a un acuerdo con los partidos contrarios son Berlusconi y Salvini. Según las encuestas, sólo la coalición de derecha podría rozar el 40% necesario y alcanzar la mayoría absoluta de los escaños en ambas cámaras o al menos en una, presumiblemente el Senado.
Pero se trata de una alianza de partidos que compiten entre ellos y que podría fácilmente explotar. Hasta ayer no habían logrado acordar un posible primer ministro, y por otra parte, mientras Berlusconi expone un discurso conciliador con Europa, Salvini no pierde ocasión para denigrar el aparato europeo, al que definió varias veces como antiitaliano. Por su parte, su otra socia, Giorgia Meloni, del partido Fratelli d’Italia, se encontró con Viktor Orban, el xenófobo primer ministro húngaro, en el que dice inspirarse por su trabajo en la defensa de las fronteras nacionales.
Gobierno o tregua
Si la derecha no logra formar gobierno, y si tampoco se lograra una amplia alianza entre la derechista Forza Italia y el centroizquierdista Partido Democrático, podría asomarse la solución indicada públicamente por Pietro Grasso, el líder de Libres e Iguales: un gobierno “de propósito”, o, si se prefiere, una “tregua”, que tenga la fuerte huella del presidente de la República y pretenda reescribir la ley electoral y volver pronto a las urnas en un marco político supuestamente más claro.
En tal gobierno, que debería ser encabezado por una figura de consenso, participarían el Partido Democrático, Forza Italia y Libres e Iguales. Será más difícil que el M5E participe, aunque su probable condición de primer partido le serviría para querer dictar sus reglas sobre una nueva ley electoral. Por su parte, la xenófoba Liga Norte podría quedarse afuera para subrayar su cercanía con el “pueblo” y su distancia de los políticos de profesión.
Finalmente, al menos en el papel, sigue habiendo otra solución posible: la coalición entre M5E y la Liga Norte. Una solución políticamente difícil, porque dividiría tanto al M5E como al partido de Salvini, y que ciertamente no sería apreciada por el presidente Sergio Mattarella ni por Europa. Pero no puede excluirse a priori en caso de un resultado superior a las expectativas de los dos partidos.
Mientras tanto Luigi Di Maio, líder del M5E, basándose en la expectativa de que su movimiento sea el más votado, dijo que lanzará un llamamiento a otras fuerzas políticas para buscar apoyo externo a un gobierno de un solo partido dirigido por él, y ya está anunciando los nombres de los posibles ministros. Pero como Italia tiene un sistema político en el que el presidente de la república nombra un encargado de formar el gobierno sobre la base de la mayoría parlamentaria que se formará, no termina de cerrar la aspiración del M5E de obtener este encargo.
Si ninguna coalición o partido se acerca a 35% de los votos, no habría condiciones para los “amplios acuerdos”, independientemente de las combinaciones. Por lo tanto, el presidente Mattarella tendría tres caminos: dejar en el cargo de primer ministro a Paolo Gentiloni hasta nuevas elecciones; dar vida a un gobierno técnico o “del presidente”, considerado de emergencia nacional y apoyado por todas las partes; o crear un gobierno “minoritario”, enviándolo a las cámaras en busca de una mayoría numérica en cada ocasión que surja.
Lo que saldrá de las urnas será, con mucha probabilidad, caótico: ninguna mayoría, resultados diferentes entre la Cámara de Diputados y el Senado, y coaliciones que se separarán apenas se den cuenta de que no tienen la mayoría suficiente para gobernar.
Frente a todo esto no hay otra vía que la negociación entre las partes, a esta altura la única verdadera característica de la vida política italiana. Sobre eso se basa la democracia del país y eso es lo que ofrece la Constitución.