Había sido condenado a tres cadenas perpetuas, y otras siete sentencias le imponían 15 o más años de prisión cada una, todas por violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, Reynaldo Bignone, último presidente de la dictadura argentina, vivía en un edificio del barrio porteño de Palermo, en prisión domiciliaria, y murió a los 90 años en el Hospital Militar, al que había sido trasladado unas horas antes.

Previo a ocupar en 1982 y 1983 el lugar por el que antes pasaron Jorge Rafael Videla y Leopoldo Galtieri, entre otros, Bignone estuvo a cargo de Campo de Mayo, donde funcionaba uno de los mayores centros clandestinos de detención y tortura. También se ocupó de la intervención del hospital Posadas, donde funcionó otro.

Entre los crímenes que se le atribuyen se cuentan numerosos casos de tortura, asesinato, desaparición, privación de libertad, y el robo de identidad de decenas de niños nacidos en cautiverio. También fue declarado culpable de allanamiento ilegal y robo agravado, y “penalmente responsable de integrar una asociación ilícita en el marco del Plan Cóndor”.

El represor, que nunca se arrepintió de sus crímenes, los justificó afirmando que en el país hubo una “guerra” que “fue iniciada por las organizaciones terroristas”, y llegó a decir: “Acá no hubo más de 8.000 desaparecidos, número que no es superior a las cifras de la inseguridad actual”. Una de sus frases más recordadas fue dirigida a los jóvenes: “Terminen lo que nosotros no pudimos terminar”.

Durante la dictadura, entre los muchos episodios oscuros que protagonizó antes de traspasarle el mando al presidente electo Raúl Alfonsín, el 10 diciembre de 1983, figura un encuentro con Estela de Carlotto que ayer fue recordado en Twitter por la organización que ella preside, Abuelas de Plaza de Mayo, y que está recogido en el libro Botín de guerra. Por entonces Carlotto buscaba a su hija Laura, que sigue desaparecida. Por eso fue a la sede del Comando en Jefe del Ejército a ver a Bignone, que era secretario de la Junta Militar. “Me recibió en su despacho, a solas, con un arma sobre el escritorio, en ridícula ostentación de fuerza. Era un revólver con la culata de madera, muy lustrada. [...] Le conté mi drama. Reaccionó descontroladamente: ‘Ehhh, señora... ¿En qué andaba su hija?... Uno les dice que se vayan y no se quieren ir. Y si se van del país, desde el exterior se dedican a repartir infundios’”. La conversación siguió en ese tono. “Me contestó: ‘Bueno, bueno, ¿cómo le decían a su hija, qué nombre de guerra tenía?’. Partía de la base de que me iba a entregar un cadáver”, relató Carlotto.

También en Twitter, los integrantes de la organización HIJOS se refirieron ayer a la muerte del ex dictador con palabras parecidas a las que dijeron días atrás, cuando falleció otro represor, Luciano Benjamín Menéndez: “A las 11.00 murió el genocida Reynaldo Bignone. Su familia sabe la hora, los motivos y el lugar. También podrá decidir dónde despedirlo. Las miles de familias de las víctimas de Bignone, no”.