El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ganó las elecciones presidenciales celebradas ayer con más de dos tercios de los votos y se apronta para comenzar el que será su cuarto mandato al frente del Kremlin, hasta 2024. La oposición política –que ni siquiera unida podría haber hecho frente al amplio respaldo que obtuvo Putin– denunció irregularidades en el proceso electoral.
“Rusia está destinada al éxito. Debemos mantener la unidad”, dijo Putin ayer ante las miles de personas que, a pesar de los 12 grados bajo cero que marcaban los termómetros, se reunieron en la plaza del Manezh para celebrar la reelección de su líder.
La victoria de Putin superó incluso las expectativas generadas por las encuestas: logró 75% de los votos, informó la Comisión Electoral Central con 50% del escrutinio completado. Allá lejos, en segundo lugar, quedó el candidato del Partido Comunista de Rusia, Pavel Grudinin, con 13,4% de respaldo. Minutos después de conocerse los primeros resultados, Grudinin dijo en una conferencia de prensa que las de ayer fueron las elecciones “más sucias” de la época postsoviética y advirtió que tomará “algunas decisiones” una vez que se informe el resultado oficial.
Putin, de 65 años, sabía que su triunfo era inevitable. Probablemente por eso no participó en los debates entre candidatos, no encabezó actos multitudinarios y estrenó su campaña electoral cuando faltaban apenas dos semanas para las elecciones. Incluso, a cierta altura de la campaña, los siete candidatos a los que se enfrentaba reconocieron que no tenían oportunidad de ganar, pero que no abandonaban la carrera para medir sus posibilidades de acá a las próximas elecciones.
Además de pronosticar su victoria, los sondeos de intención de voto mostraban que la popularidad del presidente aumentó desde que llegó por primera vez al Kremlin. Putin fue elegido presidente por primera vez en marzo de 2000, y en 2004 revalidó su victoria. Cuatro años después, se convirtió en primer ministro –porque la Constitución rusa no permite tres mandatos consecutivos, por lo que dejó el cargo de presidente a Dmitri Medvédev– y volvió a ganar la presidencia en 2012.
“Un dirigente estatal debe tener, como mínimo, cabeza”, le respondió una vez a Hillary Clinton, cuando la ex candidata a la presidencia de Estados Unidos lo acusó de “no tener alma”, por haber pertenecido a la KGB. Esa “cabeza”, entre otras cosas, fue la que probablemente lo ayudó a mantenerse en el poder durante los últimos 18 años. Ayer se consagró como gobernante por seis años más, una longevidad entre los líderes del Kremlin sólo superada por la de Iósif Stalin.
El líder opositor ruso, Alexei Navalni, que no pudo participar en las elecciones porque su candidatura fue invalidada por la Comisión Electoral Central con argumentos poco claros, denunció ayer algunas irregularidades en las elecciones. En su página web, el activista dijo que no dejaron entrar a los observadores en los centros electorales de las regiones de Kemerovo y Krasnoda, y cuestionó que en algunas zonas había papeletas en las urnas antes de que se pudiera votar.
En la misma línea, la organización civil rusa Golos, defensora del ejercicio del derecho a voto, informó que se registraron 859 quejas sobre posibles irregularidades durante la jornada electoral en 72 regiones del país.
En tanto, el alcalde opositor de la ciudad de Ekaterimburgo, Yevgeny Roizman, dijo en un video publicado en sus redes sociales que las autoridades estaban utilizando “sobornos” e “incentivos” para convencer a la gente de que fuera a votar. Un funcionario estatal de la región de Khabarovsk, Nikolai Kretsu, reconoció que en esa zona llevaron huevos, latas de arvejas y pescado congelado a los centros electorales para vender “con un descuento”. Kretsu explicó: “Al hacer esto, esperamos atraer a los votantes a las mesas electorales y creemos que podemos aumentar la participación”.
A pesar de que el resultado de ayer era predecible, muchos se preguntan ahora en Rusia (y en el mundo) cómo Putin guiará el país durante los próximos seis años. En el discurso sobre el Estado de la Nación –a principios de marzo–, el mandatario se comprometió a reducir el nivel de pobreza, luchar contra la contaminación, sacar a Rusia de su “atraso”, especialmente en el plano tecnológico, y garantizar un crecimiento sostenido de los ingresos de los ciudadanos.
También reconoció que “para ir hacia adelante y crecer de forma dinámica” se debe “ampliar el espacio de libertades en todas las esferas”, una declaración que planteó la incertidumbre sobre si esta vez avanzará en el plano de las libertades individuales. Este punto es muy cuestionado por organizaciones rusas e internacionales que, entre otras cosas, denuncian la persecución que sufre la comunidad LGBTI, la violencia naturalizada contra niñas y mujeres, la represión de toda manifestación contraria al gobierno y la discriminación que sufren las minorías religiosas.