Después de ordenar la imposición de aranceles de 25% a las importaciones de acero y 10% a las de aluminio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está considerando iniciar una guerra comercial a gran escala con la principal potencia económica del mundo, China. Aunque todavía no se conocen detalles –ni tampoco datos precisos sobre cómo serán las trabas al comercio de acero y aluminio–, las restricciones comerciales hacia China incluirían aranceles indefinidos para el sector tecnológico y las telecomunicaciones, limitaciones a las posibilidades de inversiones de ciudadanos chinos, e incluso limitar el número de visas que se otorgan a personas de este origen.
Los trascendidos de prensa, siempre a la orden del día cuando Trump hace grandes anuncios con pocos detalles, señalan que los aranceles afectarían a 60.000 millones de dólares de exportaciones chinas a Estados Unidos, principalmente de los sectores intensivos en conocimiento.
La Casa Blanca se apresuró a aclarar que lo que le propuso a Pekín era reducir en 100.000 millones de dólares el déficit comercial que Estados Unidos tiene con China. La aclaración se hizo cuando los analistas hacían cuentas mentales rápidas luego de ver el tuit de Trump en el que se leía que la reducción del déficit estadounidense tenía que ser de un millón de millones. “Fue un error tipográfico y quería decir 100.000 millones de dólares”, dijo a la agencia de noticias Reuters una portavoz de la oficina presidencial.
El jueves de la semana pasada, el presidente estadounidense había firmado las resoluciones en las que se ordena la imposición de los aranceles al acero y el aluminio importado, de los que finalmente quedaron exentos, al menos por ahora, esos productos provenientes de México y Canadá. En esa oportunidad, Trump informó que los aranceles no entrarían en vigor sino hasta 15 días después del anuncio, porque en ese lapso, dijo, se vería “quién nos está tratando de manera justa y quién no”. En principio, además de las excepciones de México y Canadá (con los que, en paralelo, el gobierno estadounidense está negociando cambios en el tratado de libre comercio que los une), Australia tampoco sería afectado por los altos aranceles, ya que, en palabras de Trump, dicho país es un “compañero a largo plazo”. El gobernante explicó: “Tenemos que proteger y construir nuestras industrias de acero y aluminio al mismo tiempo que mostramos gran flexibilidad y cooperación con aquellos que son amigos de verdad y nos tratan de manera justa tanto en comercio como en defensa”.
Las restricciones al comercio impuestas por el gobierno estadounidense, que tanto China como los países de la Unión Europea han catalogado como violatorias de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), serán aplicadas al amparo de una ley interna que permite llevar a cabo acciones como estas para defender la seguridad nacional. La utilización de esta ley no tiene precedentes en la historia estadounidense, ya que lo que se argumenta es que la industria del acero y la del aluminio son esenciales para la defensa del país, algo que sólo suena medianamente lógico en un contexto bélico.
El gobierno de Trump aprobó en enero nuevos aranceles a techos solares y lavadoras, y está en marcha una investigación contra China, país al que se acusó en ese momento de robar propiedad intelectual y llevar adelante prácticas desleales con la concesión de licencias de producción. Las medidas que ahora se adoptarían contra China y sus productos podrían ir más allá de los sectores señalados y abarcarían más de 100 productos.
Pensando como una acelga
Estados Unidos tiene un déficit comercial de 375.000 millones de dólares con China. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Lu Kang, que en numerosas ocasiones se ha reunido con representantes del gobierno de Trump (y con Trump mismo), ha manifestado que las relaciones comerciales entre los países no deberían ser vistas como un juego de suma cero, y llamó a que los dos países usen medios “constructivos” para superar las diferencias. Además, dijo que “si Estados Unidos toma medidas que perjudiquen los intereses de China”, este país tendrá que “tomar medidas para proteger firmemente” sus “derechos legítimos”.
Según trascendió, las trabas no sólo apuntan al comercio, sino a la inversión. Desde hace años, Estados Unidos acusa a las empresas de alta tecnología de China de tener unas políticas de inversión que obligan a las estadounidenses a renunciar a sus secretos tecnológicos si quieren operar en ese país. El gobierno de Trump también está considerando imponer restricciones de inversión en Estados Unidos a las empresas chinas, algo que podría afectar a firmas gigantes del sector textil, del calzado y los juguetes.
Las decisiones de Trump en cualquier campo son difíciles de interpretar. En este caso, más allá de la protección del acero, del aluminio o de otro sector de la economía local, el presidente estadounidense efectivamente quiere librar una guerra proteccionista con todos aquellos países con los que tiene una balanza comercial deficitaria. A juzgar por sus declaraciones, Trump entiende que si un país tiene déficits comerciales esto se debe a que los demás le jugaron sucio. Es decir, según él no hay razones endógenas o internas que expliquen la falta de competitividad de gran parte de la producción estadounidense. La expansión de la fuerza de trabajo en Estados Unidos está frenada desde hace muchos años porque la caída de las tasas de natalidad no puede ser compensada por la inmigración y porque la entrada masiva de las mujeres se completó hace muchos años. A su vez, la inversión se derrumbó tras la crisis financiera de 2008 (sucedió en todas las potencias comerciales excepto en China e India) y no se ha recuperado, lo que redujo el crecimiento potencial o de largo plazo de la economía estadounidense. El ritmo de crecimiento de la productividad de la mano de obra en el país se redujo aproximadamente a la mitad de lo que fue en el auge tecnológico de mediados de la década de 1990. Nada de esto figura en los discursos.
De forma análoga a aquellos que para explicar los problemas económicos de un país recurren a analogías con la economía de una familia, Trump interpreta los superávits o los déficits comerciales de Estados Unidos como las ganancias o pérdidas en los negocios. Así, exportar mucho sería bueno, e importar, malo. Algo más: las declaraciones y decisiones en materia de economía internacional del gobierno de Estados Unidos parecen asumir la condición de economía rezagada. Esa podría ser la razón por la que busca proteger a sus industrias de la competencia extranjera. Una visión parecida a la que tenía la Comisión Económica para América Latina y el Caribe para las economías de América Latina en 1949.