Muchas cosas podrían decirse de Olivier Faure, el hombre de 49 años que hace pocos días se convirtió en secretario general del Partido Socialista (PS) francés. En primer lugar, que llegó a ese cargo después de haber militado prácticamente durante toda su vida en filas socialistas, ya que se unió a la formación cuando tenía apenas 16 años. En segundo lugar, que su elección es especialmente importante porque agarró las riendas de un agónico PS que tiene que renacer de las cenizas si no quiere hundirse para siempre.
Él lo tiene claro y, por eso, el día en que 48,6% de los militantes socialistas lo votaron, anunció el “renacimiento” de la formación. La estrepitosa caída del histórico partido de izquierda después de las elecciones de 2017 no sólo se reflejó en el dramático descenso de su representación parlamentaria –pasó de tener 295 diputados a 31–, sino que además afectó su situación económica y potenció una crisis interna que asomaba hacía meses. Esto llevó a que muchos abandonaran el barco.
De acuerdo con el diario Le Monde, 90 antiguos diputados del PS se presentaron a las elecciones legislativas bajo la bandera de La República en Marcha, el partido del actual presidente francés, Emmanuel Macron. Otros políticos dejaron el partido para fundar o integrar otros movimientos, como el candidato socialista en las presidenciales, Benoît Hamon, que en julio lanzó su formación Génération.s, de tendencia progresista y ecologista.
Uno de los principales retos de Faure será, justamente, renovarle la cara al PS y recuperar la confianza de quienes cambiaron de bando tanto a nivel partidario como en las urnas. Al mismo tiempo, tiene que conquistar afiliados, que en la última década parecen haber huido en bloque: pasaron de ser 280.000 en 2006 a 102.000 hoy en día, “con sólo unos 20.000 activos”, de acuerdo con datos del diario Le Parisien.
¿Cómo lo hará? Según explicó en el congreso en el que fue electo, su estrategia se va a basar en dos pilares: la cercanía con la Unión Europea y la reivindicación de la izquierda socialista. Ni radical, ni moderada. “Nadie está obligado a quedarse, y el que se quede es simplemente ‘socialista’. No hay plan B”, advirtió el líder. No en vano se autodefine como un “eurosocialista”.
De esta manera, intentará desmarcarse del centrismo de Macron (surgido de filas socialistas) y de la izquierda radical (y antieuropea) de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, los dos principales rivales ideológicos del PS hoy en día.
En el marco de esta estrategia de “renovación”, Faure también adelantó que la nueva dirección nacional será “solidaria y coherente” y que estará integrada por “muchas caras nuevas”. A la vez, prometió que renovará las instituciones del partido con la creación de una plataforma para recoger ideas y propuestas que luego serán sometidas al voto de la militancia.
Luego de pisar por primera vez la sede del PS de adolescente, Faure –que rápidamente se convirtió en discípulo de Michel Rocard, el primer reformista de la izquierda francesa– fue escalando en la estructura del partido hasta convertirse en el secretario general de la Juventud a los 23 años. Reemplazaba a un todavía desconocido Manuel Valls, ex primer ministro y uno de los pesos pesados del PS que el año pasado se mudó al bando de La República en Marcha de Macron.
En el medio, Faure obtuvo sus títulos de derecho económico en la Universidad de Orleans y de ciencias políticas en la Universidad París 1 Panteón-Sorbona. Consiguió así un respaldo profesional a una militancia ya consolidada, que lo llevó a ocupar sus primeros cargos políticos.
Entre 1991 y 1993 fue colaborador del presidente de la Comisión de Leyes del Parlamento, Gérard Gouzes. Después, se tomó un impasse en la política y dirigió por unos años la empresa de un amigo. Volvió al sector público en 1997, esta vez como asesor de la entonces ministra de Trabajo Martine Aubry, una de las mujeres con más influencia en el PS. En el año 2000, Faure fue designado director adjunto de la consejería de François Hollande, que en ese momento era primer secretario de los socialistas. Se mantuvo en ese puesto durante siete años.
En la campaña electoral de 2011 apoyó a Hollande y fue su responsable de comunicación, lo que le valió al año siguiente su entrada en el Parlamento como diputado y su ascenso dentro del aparato socialista: en 2014 fue elegido portavoz del PS, y dos años más tarde, presidente de la bancada en el Parlamento.
Antes de postularse a la secretaría general del PS Faure ya formaba parte de la dirección colegiada del partido, que empezó a funcionar en julio de 2017, cuando Hamon se fue y lo dejó acéfalo.
Durante toda su trayectoria política Faure mantuvo un perfil bajo, se mostró siempre conciliador y accesible y no protagonizó disputas importantes. La más fuerte, quizás, fue la que tuvo con Valls, cuando este era primer ministro y lo retó públicamente por haber propuesto una enmienda a la polémica reforma laboral lanzada en el tramo final del mandato de Hollande.
Su carácter volvió a ponerse a prueba cuando hace unos meses los medios franceses revelaron que su esposa, Soria Blatmann, trabajaba para Macron. Faure, que ya era candidato a liderar el PS, manejó la polémica con altura, sin darle mucha trascendencia, y aseguró que su esposa en realidad estaba a punto de abandonar el Elíseo para trabajar en el equipo de la nueva directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, algo que finalmente sucedió en febrero.