El alemán Rolf Mützenich integra el Bundestag como diputado y vicepresidente del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), que hace pocos meses renovó la coalición de gobierno con la Unión Cristianodemócrata de la canciller Angela Merkel. De visita en Uruguay para afianzar los vínculos de su organización política con el Frente Amplio, el dirigente dialogó con la diaria acerca de los nuevos desafíos de la socialdemocracia en Europa, el ascenso de los ultranacionalismos y la crisis de los refugiados, entre otras cuestiones.

Luego de extensas negociaciones, el SPD finalmente volvió a integrar la coalición de gobierno en Alemania. ¿Cuáles fueron las condiciones impuestas para volver a renovar una alianza con el Partido Cristianodemócrata de Merkel, considerando los antecedentes?

Fueron negociaciones que efectivamente llevaron mucho tiempo, y la decisión no la tomamos solamente quienes dirigimos el partido. En primer lugar, los afiliados al SPD decidieron que podíamos iniciar las negociaciones con el partido de Merkel, y después aprobaron el acuerdo que negociamos. Fue un camino muy disputado y controvertido, porque las ocasiones anteriores que participamos en el gobierno no nos dieron ningún fruto en materia de votos. Es decir, no obtuvimos más votos por participar en el gobierno y esa crítica sigue [dentro del partido] todavía hoy. Pero lo que consideramos importante es que en este proceso de negociaciones logramos nuevos afiliados al partido, y los viejos no se han ido. Sobre las condiciones que pusimos para el acuerdo, justamente se incorporaron algunos temas que ahora van a formar parte del trabajo del gobierno. En particular, fueron integradas algunas cuestiones de la política social, por ejemplo en materia de educación, vivienda, principio del mismo salario por el mismo trabajo y también un salario para que reciban los jóvenes que todavía se están formando a nivel profesional. También acordamos el aumento de los derechos de los sindicatos y la necesidad de que Europa trabaje por estándares sociales comunes. En lo que atañe a la política exterior, planteamos que Europa hable con una sola voz y que trabaje por la paz.

¿Cuál es la evaluación que hace el SPD después de las últimas elecciones, en las que obtuvo el peor resultado de su historia, y cómo se planta de acá al futuro?

Por supuesto, estamos tristes por este mal resultado, sobre todo porque estamos convencidos de que logramos algunos avances en materia de un salario mínimo nacional, de una mejora de los servicios y prestaciones de salud, que bajamos en algunos casos la edad jubilatoria y que hubo avances para los jóvenes. Sin embargo, todo esto no ha traído réditos electorales de ninguna manera. Tenemos que observar que los partidos de la izquierda y de la socialdemocracia en toda Europa en este momento están perdiendo, no solamente en Alemania. Lo vimos en los Países Bajos, en España, en Italia. Es una tendencia generalizada que se debe, entre otras cosas, a que los trabajadores en general se organizan de forma diferente y tienen compromisos políticos diferentes hoy en día. Por otra parte, consideramos que es momento de que los jóvenes asuman responsabilidades. Debemos tener personas más jóvenes que asuman tareas de conducción que sean más atractivas para los votantes nuevos, que den otras respuestas, que miren hacia el futuro. A la vez, debemos integrar más movimientos sociales que, conjuntamente con el partido, formen un solo movimiento.

¿Qué ofrece hoy en día la socialdemocracia en Europa?

Por un lado, lo que ofrecemos en Europa es una coexistencia, una vida en conjunto, en paz, y pensamos que esto tiene que realizarse sobre la base de la justicia social y del principio de la igualdad. También buscamos que los países europeos se traten entre ellos con respeto mutuo. Eso quiere decir, por otra parte, que quien busca trabajo debe tener la posibilidad de conseguirlo, sea un trabajo ofrecido por el sector público o por el sector privado. El segundo elemento que promueve la socialdemocracia es que el Estado debe cumplir una función y trabajar a favor de la justicia social y de la igualdad mediante el Estado de derecho. Esto abarca la igualdad del capital y del trabajo, la oportunidad de una capacitación y un perfeccionamiento permanentes para que la gente tenga la posibilidad de adaptarse y ajustarse a los nuevos requerimientos que se plantean en el mercado de trabajo, especialmente con la inclusión de las nuevas tecnologías. Y, además, contemplar que quienes no puedan participar de eso tengan de todas formas el apoyo del Estado. Otro cometido histórico de la socialdemocracia es justamente la política por la paz y en defensa de los derechos humanos. Los derechos humanos deben estar vigentes como parte integral de la política por la paz y deben regir a nivel global, para todos. No sólo debe ser la libertad individual de la persona, sino que debe incluir cuestiones como la no discriminación a nivel colectivo, algo que tiene que ver, por ejemplo, con el reconocimiento del matrimonio igualitario.

¿Los socialdemócratas se siguen identificando con la izquierda?

Efectivamente. La socialdemocracia es una fuerza que forma parte del espectro de la izquierda y que nació del movimiento de trabajadores, si bien no todos quienes la integran se identifican como de izquierda. Sin embargo, como partido, nos identificamos como parte de las fuerzas de izquierda.

Su partido cuestionó mucho la política migratoria que Merkel aprobó en 2015. ¿Cómo gestionaría el SPD la crisis de los refugiados?

En Alemania la gente todavía no quiere entender que se necesita una inmigración para sostener, a largo plazo, los sistemas de previsión social. Alemania se ha convertido en un país de inmigración, y en este momento los sistemas no pueden funcionar sin que haya este ingreso de personas desde afuera. Por lo tanto, aceptamos el ingreso de personal calificado, por ejemplo, y vamos más allá. Nosotros lo que precisamos, en realidad, son inmigrantes para el funcionamiento de los sistemas. Nuestro derecho de asilo se formó bajo el impacto del nacionalsocialismo, que acepta el asilo político pero no prevé la idea de una inmigración como política de Estado. Lo que precisamos, y hasta ahora no tenemos, es una ley de inmigración general para todas las personas que por razones económicas quieran venir al país, que podría ser incluso una oferta a quedarse por un tiempo determinado. Esa ley de inmigración no la tenemos. Por último, creemos que la cuestión de la inmigración tiene que ser un tema que no sólo se aborde en Alemania sino a nivel europeo. Todos los países europeos, según su capacidad, su tamaño, su población, etcétera, deben aceptar y recibir inmigrantes, sea por razones de persecución política o económica, y tanto si quieren quedarse por un tiempo o para siempre.

¿Cuál creen que es el mayor error de la actual política migratoria?

Creo que el error principal tiene su explicación en el pasado. En los años 60 y 70 ingresó al país un aluvión de los llamados “huéspedes”, que en época de un boom económico fueron invitados a llegar a Alemania y quedarse por un tiempo en el país como trabajadores. Sin embargo, pensamos que después del boom ellos regresarían a sus países, pero no lo hicieron. Se quedaron. Entonces, el error está en que, por un lado, no hay una regulación de la inmigración desde el Estado, y por otro lado, que no hubo una política de integración de quienes ya habían llegado al país. En realidad, muchos de los que llegaron se identifican más con su país de origen que con Alemania. Entonces, en síntesis, el error está en la forma de regular la inmigración y en el hecho de que no se facilitó la integración de estas personas para que puedan sentirse realmente alemanas.

¿Qué lectura hace del ascenso de la ultraderecha en Alemania y en el resto de Europa?

Este movimiento de la ultraderecha es una respuesta a diferentes miedos. Es el miedo al descenso social y a lo desconocido. Pero también es la búsqueda de una identidad frente a la globalización, a las rupturas y los cambios bruscos que se están dando, y en cuyo marco Europa pierde importancia, mientras la ganan países como China o Brasil. Entonces, hay un miedo que está siendo aprovechado por la ultraderecha. El segundo elemento es que en otros países, por ejemplo Turquía, Rusia o Estados Unidos, vemos que el populismo finalmente está legitimado como base de las decisiones políticas, y eso también tiene un impacto en la forma en que la ultraderecha toma decisiones, porque tiene más aceptación social. Y la aceptación aumenta porque el recuerdo del Holocausto en tiempos del nacionalsocialismo ya no tiene el efecto disciplinador que tuvo durante muchos años, y que impedía el viraje hacia la derecha. Como tercer elemento, este giro a la derecha también muestra una oposición contra determinada evolución social y contra lo “políticamente correcto” que alguna vez existió. Estamos ante una evolución multifactorial, y el peligro es que esto llega con un respaldo democrático. Vemos que esta corriente está usando la democracia, pero para destrozarla.

Justamente, en estos tiempos de avance de la ultraderecha en Europa, de Donald Trump en el gobierno de Estados Unidos, y del brexit, ¿en qué situación se encuentra la Unión Europea [UE]?

La UE se encuentra en una crisis existencial y el brexit muestra de forma ejemplar que la gente está perdiendo la fe en que la cooperación entre países se puede organizar en pie de igualdad y en el marco de instituciones europeas. Entonces, ya tampoco comparten la idea de que la UE es una cooperación para prevenir guerras. Y por esto, justamente, la UE se encuentra frente a un desafío. Esta crisis es, en sí misma, un desafío. La socialdemocracia tiene que hacer propaganda a favor de la UE, en primer lugar para acercar la heterogeneidad que existe entre el norte y el sur de Europa, y nivelar las diferencias estructurales, especialmente combatiendo el alto desempleo juvenil. Nuestro gobierno, precisamente, se ha comprometido a hacer un aporte a Europa en este sentido, mediante el establecimiento de un salario mínimo social, del fortalecimiento de los derechos de los trabajadores y de una mayor justicia social de los ciudadanos de Europa.

Hace unos días se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Karl Marx. ¿Qué vigencia tiene hoy su obra para la socialdemocracia y para la política alemana en general?

Estamos muy orgullosos, porque la fundación Friedrich-Ebert [una de las instituciones que organizaron el ciclo de conferencias “Ser de izquierda en el siglo XXI”, en el que participó Mützenich, el 9 de mayo] mantiene alguna tradición de Marx. Primero porque somos los propietarios de la casa de Marx en la ciudad de Tréveris, donde él nació. Al mismo tiempo, en ocasión de los 200 años de su nacimiento, también pudimos obtener el sillón en el que él se ha sentaba a leer y donde se supone que murió. Nosotros seguimos en particular su análisis del trabajo como un principio organizador de la sociedad. No compartimos del todo la unidad analítica del materialismo histórico, pero mantenemos otras unidades de análisis, como la dialéctica o el reconocimiento de la globalidad del mundo ya en aquel momento, porque justamente agudiza nuestra comprensión crítica del mundo. Lo bueno es que, en ocasión de estos 200 años de su nacimiento, también podemos nombrar y mostrar abiertamente las contradicciones del pensamiento de Marx y las contradicciones en Marx mismo. Por ejemplo, su vida privada y familiar quizás no sea exactamente un modelo a seguir. Y, por otra parte, no todas las cosas que él predijo se materializaron finalmente. Sin embargo, celebramos la posibilidad de nombrar todas esas cosas y mostrar todos los pros y los contras.