Un cura violó a una niña de siete años cuando fue a visitarla al hospital después de que la operaran de las amígdalas. Otro obligó a un niño de nueve años a practicarle sexo oral y, después, le limpió la boca con agua bendita. Un tercero masturbó en repetidas ocasiones a un adolescente con el pretexto de enseñarle cómo descubrir posibles signos de cáncer. Los casos ocurrieron en el estado de Pensilvania, en Estados Unidos, y son sólo tres de los cientos que salieron a la luz en un informe que publicó el martes la Corte Suprema de Justicia local.

En el documento, que consta de 1.356 páginas, el tribunal acusa a 300 “sacerdotes depredadores” sexuales de violar “oralmente, vaginalmente y analmente” a más de 1.000 niños y adolescentes. “Algunos fueron manipulados con alcohol o pornografía. A algunos los hicieron masturbar a sus agresores, o fueron manoseados por ellos”, denuncia el texto.

Los abusos ocurrieron entre los años 1940 y 2000, en las diócesis de Allentown, Erie, Greensburg, Harrisburg, Pittsburgh y Scranton. La mayoría de los delitos prescribieron y, en otros casos, sus responsables ya murieron. Sólo dos de los casos registrados en el informe derivaron en denuncias penales: uno contra un sacerdote de Greensburg y otro contra un clérigo de Erie.

De todos modos, las revelaciones salpican a otros jerarcas católicos que encubrieron los abusos, y varios de ellos continúan vivos e incluso todavía ocupan cargos eclesiásticos. “En general los líderes individuales de la iglesia han evitado una rendición de cuentas pública. Los curas estaban violando a pequeños niños y niñas, y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no sólo no hicieron nada sino que lo ocultaron todo”, concluye la investigación.

De hecho, la Corte Suprema de Pensilvania describe un “manual de instrucciones de ocultación de la verdad” con seis reglas básicas que se manejaban en las iglesias del estado. La primera consistía en asegurarse de “usar eufemismos” para describir agresiones sexuales. “Nunca diga ‘violación’, sino ‘contacto inapropiado’”, releva el informe. “Segundo, no lleve a cabo verdaderas investigaciones” sino “asigne a clérigos hacer preguntas inadecuadas”. El tercer principio era “enviar a sacerdotes [acusados] para ‘evaluación’ en centros psiquiátricos de la iglesia” para “lograr una apariencia de integridad”. En cuarto lugar, el “manual” sugería evitar decir el motivo real cuando un cura tenía que ser trasladado y alegar, en cambio, una “baja médica”, una “fatiga nerviosa” o incluso “nada”.

Los dos últimos principios son los que describen de manera más clara la sistematización del silencio y la impunidad. “Aunque un sacerdote esté violando a niños, proporciónele casa y cubra sus gastos”, decía el quinto mandamiento. “Finalmente, y sobre todo, no diga nada a la Policía. El abuso sexual, aunque sin penetración, siempre ha sido un delito. Pero no lo trate de ese modo, sino como un ‘asunto personal’, ‘dentro de casa’”, rezaba el sexto punto.

El informe describe cientos de casos en los que la iglesia no actuó, a pesar de que las familias de las víctimas presentaron denuncias. En Pittsburgh, por ejemplo, la institución desestimó las acusaciones de abuso de un adolescente de 15 años con el argumento de que era él quien había “buscado” y “seducido” al sacerdote para iniciar una relación. El cura terminó siendo detenido tiempo después. Pero, en la evaluación interna, la iglesia destacó que, aunque había admitido que había llevado a cabo actividades “sadomasoquistas” con varios niños, estas eran “suaves”.

Fue también en la diócesis de Pittsburgh que funcionó lo que el tribunal judicial describió como un “círculo de curas depredadores” que, de manera colectiva, utilizaban “látigos, violencia y sadismo” mientras “violaban” a los menores de 18 años. Una de esas víctimas, que en el documento aparece con el nombre de “George”, contó a los investigadores que los cuatro sacerdotes que integraban ese grupo lo subieron a una mesa, lo desnudaron y lo fotografiaron. De acuerdo con la investigación, les regalaban cruces de oro a las víctimas para poder distinguirlas.

Las pesquisas revelan que no sólo la cúpula eclesiástica –incluido el Vaticano– trató de encubrir los abusos, sino que en muchos casos la propia Fiscalía hizo la vista gorda. En 1964, por ejemplo, el entonces fiscal del condado de Beaver, Robert Masters, anunció que cancelaba una investigación para esclarecer las denuncias de abuso sexual contra el pastor Ernest Paone “para prevenir publicidad desfavorable” para la iglesia de Pittsburgh. En 2017 reconoció que lo hizo por “respeto” al obispado.