Una de las principales referentes de la lucha por la búsqueda de los bebés y niños robados durante la dictadura argentina, María Isabel Chicha Chorobik de Mariani, murió en la noche del lunes. La activista y defensora de los derechos humanos había sufrido un accidente cerebrovascular diez días antes y estaba hospitalizada desde entonces.
Chicha tenía 94 años de edad y 42 de lucha. Se dedicó a la docencia hasta el 24 de noviembre de 1976, cuando el rumbo de su vida cambió para siempre. Esa noche, funcionarios del Ejército y la Policía entraron en la casa de su hijo en La Plata y asesinaron a su nuera, Diana Teruggi, y a otros cuatro militantes de Montoneros. Además, los represores se llevaron a la hija de Teruggi, Clara Anahí Mariani, que sólo tenía tres meses y, según testigos, estaba viva. El padre de Clara Anahí e hijo de Chicha, Daniel Mariani, fue asesinado nueve meses después.
Ya para ese momento, la mujer había recorrido todos los hospitales e instituciones que pudo en busca de su nieta. Ante los intentos frustrados de encontrarla, decidió ponerse en contacto con otras mujeres que no conocieran el paradero de sus hijos o de sus nietos. En esa búsqueda encontró a Madres de Plaza de Mayo, que tenía apenas unos meses de existencia. Allí conoció a Alicia Licha de la Cuadra. Junto con ella y otras diez mujeres, en noviembre de 1977 fundó Abuelas de Plaza de Mayo.
La misión de la organización estuvo clara desde el principio: localizar a los cerca de 500 bebés y niños robados durante el terrorismo de Estado. Para lograrlo, las abuelas golpearon puerta por puerta los hogares de niños, las guarderías e incluso hicieron guardias en las casas de las posibles familias de apropiadores. En 1989, después de 11 años de trabajo constante, Chicha abandonó Abuelas, pero no dejó la lucha. Siete años después, creó la Fundación Anahí, en honor a su nieta. Dedicó su vida a la lucha por encontrarla, acompañada por otras abuelas, abogados y militantes de derechos humanos, especialmente de La Plata.
En 2006, cuando ya se habían anulado las leyes de impunidad y comenzaron los juicios contra los represores que habían cometido delitos de lesa humanidad durante la dictadura, Chicha denunció ante el Tribunal de La Plata los operativos que había llevado adelante el represor Miguel Etchecolatz. Uno de esos fue el que terminó con su familia. La activista no se cansó de exigirles a los enjuiciados que aportaran datos sobre el paradero de su nieta. Incluso, tuvo que soportar que el propio Etchecolatz dijera, en una audiencia de octubre de 2011: “Podría aportar datos y elementos de prueba sobre el destino de Anahí Mariani a quien pueda estar necesitándolo, porque fui testigo presencial de aquellas circunstancias generadas”. Evidentemente, nunca lo hizo. Para Chicha, esa no fue más que una “manipulación perversa”, según dijo en varias entrevistas.
Luego de conocer la noticia sobre su muerte, las Abuelas de Plaza de Mayo prometieron en un comunicado: “Seguiremos buscando a Clara Anahí”. La organización, de la que Chicha fue la segunda presidenta, la recordó como “una mujer fundamental en los inicios de la búsqueda de los niños y niñas apropiados por el terrorismo de Estado y un símbolo de la lucha por los derechos humanos”.
Distintos referentes de organizaciones políticas y sociales recordaron a la activista. El secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de Argentina, Claudio Avruj, escribió en Twitter: “Lamento el fallecimiento de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, incansable luchadora y un símbolo de los derechos humanos en nuestro país”.
Por su parte, el activista y premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel publicó una foto junto a la fundadora de Abuelas con el mensaje: “¡Hasta siempre, querida Chicha! El pueblo argentino sigue tu lucha y la búsqueda de Clara Anahí”. Más tarde, en Facebook, recordó la “entereza” de Chicha para “construir espacios de participación social y memoria”.
Para la diputada Victoria Donda Pérez, que es una de las nietas restituidas por las Abuelas, Chicha es ejemplo de “coherencia” y “tenacidad”. La también diputada y abogada Myriam Bregman destacó “su inteligencia y el enorme cariño” con el que trataba a quienes compartían “la pelea por condenar a los genocidas”. También afirmó: “Etchecolatz sí sabe dónde está Clara Anahí Mariani”.
Desde 1978, las Abuelas restituyeron la identidad de 128 personas, 40 en la última década, y siguen buscando. Chicha murió sin poder encontrar a su nieta.
Hasta siempre
Nos conocimos con Chicha, en el 83, cuando crucé el río para hacerme de una información que guardaba en una lata de té, enterrada en los fondos de su casa en La Plata.
Alguien le había pasado el papelito en un apretón de manos mientras hacían la ronda en la Plaza de Mayo.
Recordaba con precisión que hablaba de un bebé pelirrojo y de inmediato su memoria enfocó la otra orilla del Plata. Como los mensajes delicados, este hizo un camino secreto. Pasó de boca a oreja hasta llegar a mí, que hasta entonces no había tenido ninguna pista de fuentes confiables.
Chicha nunca llegó a encontrar la lata de té enterrada y nos valimos de palabras y fechas probables, que su memoria había retenido.
Eran tiempos en que llegaba mucha información a los organismos de derechos humanos argentinos. Recién estaban saliendo a la luz pública los crímenes sucedidos durante la dictadura y, sin duda, el conocimiento del secuestro de niños conmovió no sólo a los argentinos, sino a la comunidad internacional.
Luego vino mi decisión de dejar Uruguay para radicarme nuevamente en Argentina y pasar a trabajar con Abuelas de Plaza de Mayo en su local de la calle Montevideo, en la ciudad de Buenos Aires, que Chicha Mariani presidía.
Cerca de 30 años después, visité a Chicha, en su casa de La Plata, con mi hijo Simón, el niño pelirrojo, del que nunca se había olvidado.
Fue el mejor homenaje que pudimos hacerle a esa vieja luchadora que aún retenía en su memoria los nombres y las historia de tantos y tantas niños y niñas que junto con su Anahí, seguía buscando.
Hasta siempre, querida Chicha.
Sara Méndez