La campaña para las elecciones legislativas de Estados Unidos entró en su recta final, a seis semanas de que los estadounidenses acudan a las urnas para renovar un tercio del Senado y los 435 escaños de la Cámara de Representantes. Las midterm elections –como llaman en el país a estos comicios, que se celebran en la mitad de cada mandato presidencial– suelen servir para evaluar al partido de gobierno y, especialmente, al presidente en sus dos primeros años al frente de la Casa Blanca. Pero los resultados también pueden definir cómo serán los siguientes dos años. Y, en el caso del presidente Donald Trump, hay muchas cosas en juego.
Para empezar, el oficialismo se enfrenta a la posibilidad de perder el control de (al menos) una de las dos cámaras del Congreso. La semana pasada, un sondeo de Ipsos reveló que 48% de los estadounidenses prefiere a los candidatos demócratas, frente a 41% que se decanta por los republicanos. En este tipo de elecciones se manejan sondeos genéricos –lo que denominan generic ballot– en los que simplemente se pregunta a los encuestados si votarían por republicanos o demócratas. Sin embargo, la historia ha demostrado que los resultados de estas encuestas suelen anticipar cómo será la votación, y la tendencia favorable a los demócratas se mantiene desde hace meses.
Trump y los republicanos se enfrentarían a un panorama muy complicado si el 6 de noviembre el partido opositor llega a conquistar la mayoría parlamentaria en las dos cámaras. Al controlar la agenda legislativa, los demócratas podrían bloquear la capacidad de Trump para implementar sus políticas y obstaculizar designaciones en el gabinete y la Corte Suprema. Pero además, podrían influir en las investigaciones sobre escándalos dentro de la administración y, finalmente, poner en marcha el impeachment contra el presidente que varios legisladores demócratas exigen por cuestiones que van desde una serie de conflictos de intereses hasta su posible implicación en la llamada “trama rusa”.
En la Cámara de Representantes los demócratas tienen muchas posibilidades de ganar. En esta instancia, la representación es relativamente proporcional a la población y para alcanzar la mayoría sólo necesitan obtener 23 escaños más que los que tienen actualmente. En esta cámara los demócratas también tienen la historia a su favor: en las midterm elections los votantes generalmente aprovechan para expresar su descontento con el presidente y el oficialismo suele perder bancas. El partido de turno en el gobierno ha perdido escaños en la Cámara de Representantes en todas las elecciones legislativas del siglo pasado, salvo en tres. En tanto, en los últimos tres comicios de este tipo –2006, 2010 y 2014– el partido opositor tomó el control de una o ambas cámaras del Congreso.
Otra buena noticia para el Partido Demócrata es que un récord de 39 diputados republicanos decidieron retirarse en vez de presentarse a la reelección –muchos en repudio a las políticas de Trump–, y los escaños abiertos son más fáciles de dar vuelta que los que ya tienen titulares.
Pero, por otro lado, la matemática electoral plantea como casi imposible un triunfo demócrata en el Senado. En primer lugar, porque el partido opositor tiene que conseguir 26 de los 35 escaños que se renuevan, mientras que al Partido Republicano le basta con obtener nueve. El propio sistema electoral del Senado también le juega en contra a los demócratas, porque allí cada estado elige a dos senadores independientemente del tamaño de su población, y los estados más pequeños (que tienden a ser más rurales) tradicionalmente eligen a los republicanos.
La clave, más que nunca, estará entonces en la participación y en cuál de los dos partidos moviliza más a sus simpatizantes. El desafío principal es cautivar a los jóvenes, la población que menos acude a votar en este tipo de elecciones –y el grupo de edad que, según las encuestas, peor valora a Trump–.
Por eso, unos y otros llaman a votar como si fuera un asunto de vida o muerte. Hace unos días, en un acto de campaña en Montana, Trump advirtió a sus seguidores: “Les gusta usar la palabra impeachment [...]. ¿Cómo le pueden hacer un impeachment a alguien que está haciendo un gran trabajo? Pero, si termina sucediendo, va a ser culpa de ustedes, por no haber ido a votar”.
Con una intensidad similar lo planteó el ex presidente Barack Obama, en un acto demócrata, el viernes 7. “Este es uno de esos momentos cruciales en los que nosotros como ciudadanos estadounidenses tenemos que determinar quiénes somos. Tienen que ir a votar, porque nuestra democracia depende de ello”, dijo.
La insistencia es lógica: la historia muestra que menos de la mitad de los ciudadanos asisten a las elecciones que se celebran en la mitad de los períodos presidenciales. En los últimos comicios, en 2014, sólo 36% de los habilitados se presentó.
Cada partido con su tema
Los discursos de la campaña dibujan, a grandes rasgos, a qué apuesta cada partido para sumar votos. La estrategia demócrata se basa en cuestionar la situación del sistema de salud –especialmente después de los recortes que hizo Trump al Obamacare, sin haber podido derogarlo–, la educación –en un año en el que se multiplicaron los paros docentes en varios estados en demanda de mejoras salariales– o la tenencia de armas –cuyo rechazo provocó grandes movilizaciones luego de tiroteos en colegios–. El electorado femenino también podría crecer a favor de los demócratas, después de lo que generó en el país la Women’s March, que surgió explícitamente como una marcha anti Trump, e incluso el movimiento #MeToo para denunciar el acoso sexual, del que fue acusado públicamente el propio presidente en varias ocasiones.
Otras cuestiones vinculadas a Trump y a su administración pueden guiar al electorado hacia el lado demócrata. Las investigaciones judiciales contra el entorno presidencial en el marco de la trama de la injerencia rusa en las elecciones de 2016 o la condena a un ex abogado del mandatario por financiación ilegal de la campaña son los principales ejemplos. Podrían perjudicar a los republicanos, además, los comentarios de asesores que se han filtrado en los últimos meses y que muestran a un presidente impulsivo, caprichoso, irritable e infantil. La carta abierta publicada hace unos días en el diario The New York Times, en la que un alto funcionario nombrado por Trump dijo –sin revelar su identidad– que al interior del gobierno hay una resistencia contra el presidente, fue uno de los últimos episodios de esta novela.
Para los republicanos, en tanto, el principal factor que puede favorecerlos es su postura ante la inmigración ilegal, el asunto que llevó a Trump a la Casa Blanca y con el que sigue apelando a sus bases a diario con sus polémicas decisiones, sus comentados tuits y sus actos. También el proteccionismo que predica el presidente para beneficiar a la industria nacional.
Los determinantes clásicos del éxito político también pueden impulsar el voto a los republicanos: la economía creció 4,2% en el segundo trimestre del año, el desempleo se mantiene en menos de 4% –la cifra más baja desde 2000– y los valores de las acciones han subido. A esto se suma el hecho nada menor de que Estados Unidos no está estancado en una gran guerra, algo que le ha restado popularidad a gobiernos anteriores.
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