Asegurar la calidad del sistema educativo es uno de los principales objetivos de los gobiernos de los países de la Unión Europea (UE). De hecho, el asentamiento del modelo de bienestar de la UE se debe en gran medida a la inversión que los distintos ejecutivos han hecho en educación en los últimos 50 años, la cual, según los datos del Instituto de Estadística de la UNESCO, supuso de media 11,7% del gasto total de los gobiernos en 2015.
11,7% de gasto educativo de los estados miembros significó una inversión de 716.000 millones de euros en 2015. Como porcentaje del Producto Interno Bruto, la UE reservó 4,9% a educación, la cuarta partida más importante de la UE por detrás de las destinadas a protección social (19,2%), salud (7,2%) y servicios públicos generales (6,2%), según datos de Eurostat.
España, con un gasto en educación de 43.780 millones de euros, fue el séptimo país de la UE que menos recursos dedicó a educación hace cuatro años –los últimos datos disponibles–, sólo por delante de Francia, Croacia, Luxemburgo, Hungría, Rumania e Italia. Así, la inversión educativa del gobierno español continúa siendo inferior a la de los años anteriores a la crisis económica. Por el lado contrario, Chipre y Suecia fueron los que desembolsaron mayor cantidad de dinero, al invertir más de 15% del gasto total del gobierno.
En cuanto al porcentaje del gasto en educación que se destina a becas y ayudas a estudiantes, teniendo en cuenta también datos de Eurostat de 2015, Bulgaria es el país que más empuja económicamente a sus alumnos en la UE –dentro de las posibilidades que ofrece su gasto en educación–, con 21,3%. A la cola se encuentra Grecia, donde los alumnos sólo perciben en ayudas 0,1% del gasto público en educación.
Las consecuencias de una correcta financiación del sistema educativo están más que estudiadas, sobre todo si van acompañadas de un buen diseño de los planes escolares. Este es, por ejemplo, uno de los emblemas de Finlandia, que a menudo es citado como modelo a seguir en el plano educativo. Por otra parte, existe correlación entre aquellos miembros europeos que menos invierten en educación con los lugares donde más fracaso escolar existe o hay más “ni-nis” –jóvenes que ni estudian ni trabajan–.