El dióxido de carbono (CO2) es un gas de efecto invernadero, es decir, absorbe y emite radiación térmica. En una cantidad apropiada, este tipo de gases son claves para la vida humana, ya que en su ausencia la temperatura de la Tierra descendería hasta los 18°C bajo cero.
Sin embargo, desde la Revolución Industrial –en la segunda mitad del siglo XVIII–, el creciente uso de combustibles fósiles para generar energía ha provocado un aumento incontrolado de las emisiones de CO2 en el mundo, dando lugar al calentamiento global. En concreto, la temperatura global ha aumentado 1,2 grados desde 1750, un incremento alarmante si se tiene en cuenta que Naciones Unidas fijó la meta de mantener el impacto del calentamiento global por debajo de los dos grados.
El mapa refleja los datos del Carbon Dioxide Information Analysis Centre estadounidense en relación con las emisiones acumuladas de CO2 por países desde 1751 hasta 2016. Así, Estados Unidos ha sido el gran emisor de CO2 desde la Revolución Industrial, con más de 394.000 millones de toneladas generadas.
La primera potencia mundial, no obstante, ha hecho grandes avances en los últimos años para reducir sus emisiones de CO2. De hecho, entre 2005 y 2017, Estados Unidos consiguió rebajar su producción de CO2 en 12%, gracias principalmente al impulso del gas natural y al incremento del uso de energías renovables. A pesar de ello, el país norteamericano registró un récord histórico en el consumo de energía el año pasado y las emisiones están volviendo a aumentar tras años de reducciones.
Los datos demuestran también que los emisores más grandes de CO2 no son los países más poblados, sino las potencias económicas. Es por ello que el liderazgo de Reino Unido en los primeros años de la segunda mitad del siglo XVIII se va viniendo abajo conforme su imperio se desintegra. En su lugar, China y Rusia –incluyendo el periodo de la Unión Soviética— ocupan el segundo y tercer lugar, respectivamente, en la clasificación de grandes emisores de CO2.